Uso político de la corrupción y pacto social

El caso Spagnuolo expuso el engranaje de retornos en el gobierno de Milei y reactivó un debate recurrente en la Argentina: la corrupción como herramienta de lucha política, la doble vara mediática y el pacto social tácito que tolera irregularidades mientras la economía funciona, pero que se quiebra en contextos de recesión.

28 de agosto, 2025 | 00.08

Volvemos inevitablemente sobre la corrupción. El tema ya fue tratado en este espacio el último domingo. El punto de partida es que resulta prácticamente imposible que en organizaciones en las que intervienen miles de personas y se manejan recursos multimillonarios no aparezcan los desvíos de fondos justificados con el caballito de batalla del financiamiento de la política, es decir del funcionamiento de la propia organización. Decirlo no implica banalizar el problema, mucho menos llegar a la conclusión sonsa de que “todos roban” o a la simplificación de que “es inherente al sistema”. Los desvíos de fondos son un problema real a combatir en cualquier organización, y no sólo por razones morales. Para ello se desarrollaron los sistemas de control, que incluyen la última instancia del sistema penal. Pero el punto que aquí interesa no es la naturaleza económica o sistémica de la corrupción, sino su función y utilización en la lucha política. 

  Para la memoria reciente, la del presente siglo, el fenómeno fue el principal caballito de batalla contra los gobiernos 2003-2015 y su secuela 2019-23. Si se sigue el relato persistentemente construido por los medios de comunicación hegemónicos, el kirchnerismo habría sido la quintaesencia de la corrupción. A CFK, por ejemplo, dos veces presidenta y una vice, con prisión domiciliaria tras un proceso judicial amañado y vergonzoso, sus antagonistas la llaman “la chorra”. No obstante, a pesar del énfasis mediático sobre los años kirchneristas, la corrupción también fue el centro del debate político en el período inmediatamente anterior, hablamos de la década del 90 del siglo pasado, la que el grueso de los votantes de Milei no conocieron. 

  En aquellos años hubo medios de prensa que crecieron denunciando la corrupción menemista. Sí, hablamos de Página/12. Y junto con el medio, también hicieron carrera algunos de sus periodistas más destacados que, proviniendo presuntamente de la izquierda, no batallaron contra un sistema injusto, sino denunciando la corrupción menemista primero y, ya fuera del viejo diario, del kirchnerismo después. Tuvieron, además, el buen gusto sin contradicciones de fallecer muy ricos, un indicativo de que existieron algunas batallas más redituables que otras. Sí, hablamos de Jorge Lanata y, por extensión, de todos sus hijos putativos, herederos de la tradición y desparramados hoy en todos los medios. Luego, es un déjà vu increíble que en la tercera década del siglo XXI vuelva a aparecer el apellido Menem asociado a la corrupción extendida.

  Existe un viejo apotegma, que se le atribuye a George Orwell, que afirma que “periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique, todo lo demás son relaciones públicas.” Suena muy bien, incluso la idea de iluminar lo que alguien no quiere que se vea parece imbuido de una irresistible épica justiciera, con lo que el periodismo no sería un vulgar trabajo, sino una causa, una lucha cotidiana, un sacerdocio. Pero conviene acercar la lupa a la definición y preguntarse de que “álguienes” se trata ¿Ese alguien es el poder económico, es decir el poder real, o simplemente el bando político contrario al propio? En este punto resulta imposible no contrastar el apotegma presuntamente orwelliano con otro anónimo que lo complementa o confronta “Si quieres saber quién tiene el verdadero poder, fíjate de qué cosas no se puede hablar”. Mejor no profundizar sobre qué temas pesa más el silencio de muchos medios, que así de poderoso es el poder.

  Esta visión del periodismo como denuncia de la corrupción tiene a su vez una derivación política muy concreta. Si el grueso de la actividad periodística consiste en “investigar” hechos de corrupción, si estos son los temas centrales del debate público, la derivación política más predecible es la exaltación del “honestismo”, la visión que pone en primer plano la honestidad personal y la virtud moral de los dirigentes por encima de las ideas, los proyectos políticos y la capacidad real y efectiva para llevarlos adelante.

  Retomando la secuencia histórica, el periodismo que publicaba lo que el menemismo no quería que se publique y que terminó haciendo de la profesión un relato inagotable de la corrupción de la época, evitó al mismo tiempo que se ponga el foco sobre aquello que “no se podía hablar”, por ejemplo, sobre que el verdadero problema de la época menemista no era la corrupción en los márgenes, sino un modelo económico insustentable. Por ello cuando llegó el momento del cambio de gobierno la sociedad eligió a Fernando de la Rúa, a quien por entonces se consideraba un honesto lleno de virtud, pero que a la vez prometía sostener el modelo económico de la Convertibilidad. Como hablamos de historia, el final del experimento es conocido. Si el periodismo de entonces hubiese aportado no solo a la denuncia de corrupción, sino también al debate de ideas y a la discusión del modelo económico, quizá, y solo quizá, la historia económica no estaría atrapada en el loop del presente. Criticar formas y no contenidos tuvo ganadores y perdedores. Quizá puede haber ocurrido que de los contenidos no se podía hablar y que, tal vez, los “periodistas independientes” solo fueron simples trabajadores de las líneas editoriales de sus medios.

  El fenómeno es complejo, no es solo local y excede a la extensión de este artículo, pero todo este proceso coincide con la transformación de la estructura de propiedad de los medios de comunicación. Dicho de manera rápida, hace medio siglo los dueños de los medios o eran periodistas o el periodismo era su actividad principal. En el presente, en cambio y salvo las excepciones que confirman la regla, el grueso de la propiedad de los medios está en manos de grandes corporaciones. Estar a tiro de denuncias de corrupción puede hacer que la pauta publicitaria funcione como un instrumento para comprar silencio, pero el camino más seguro para evitar cualquier denuncia es controlar directamente al medio, lo que además aporta un beneficio adicional, se lo puede utilizar también para denunciar a los adversarios en la lucha política ¿Hace falta escribir los nombres de los actores? 

  Finalmente llegamos al punto. Por estos días la difusión del nada novedoso modus operandi de la extendida corrupción mileísta puso en evidencia, primero, el comportamiento de los medios de comunicación en relación a la corrupción y, segundo y más delicado, el comportamiento de la sociedad como un todo.

  Tras la difusión de los audios del hoy eyectado Spagnuolo, que efectivamente fue una operación de inteligencia en tanto alguien lo grabó y decidió el momento de difundirlo, los operadores periodísticos del oficialismo primero se mostraron groguis y desencajados, algunos de los más conspicuos hasta parecieron morder la mano del amo. Pero la rebeldía duró hasta que el propio gobierno hizo el balance de daños y definió la estrategia a seguir. Visto desde fuera la explicación parece ridícula, todo habría sido “una operación electoral del kirchnerismo” al que “le estamos robando los curros”. Pero por ridículo que parezca, los operadores ya comenzaron a alinearse tras el discurso. No obstante, ya nada será igual, Queda la hojarasca como herramienta de presión. El círculo íntimo presidencial sabe que está más condicionado que antes del affaire del 3 por ciento, sabe que ahora le entran las balas y que la opinión pública dependerá más que nunca de la opinión publicada.

  Queda por dilucidar la cuestión de fondo, el por qué impacta el affaire de los audios si el modus operandi libertario era conocido. Se conocían los peajes que debían abonarse para la presencia presidencial, se conocía el caso $Libra y se conocían las apropiaciones salariales en el PAMI y la Anses a lo largo y ancho del país. Nada nuevo bajo el sol. Al parecer, las “comisiones” en la adquisición de insumos eran preexistentes ¿el problema, como en los ’90 con el Swift Gate y la intervención de la Embajada, fue el exceso en el porcentaje, la suba del 5 al 8? 

  Aquí la historia puede hacer nuevamente algunos aportes moralmente incómodos. El primer dato es que las denuncias de corrupción se volvieron un componente esencial de la lucha política. Se pueden usar tanto como instrumento de batalla contra gobiernos populares como para condicionar a cualquier gobierno. La doble vara de los medios y sus operadores para tratar los casos según de dónde vengan funcionan como prueba.

  El segundo dato es una hipótesis más inquietante. Como ya sucedió en varios momentos durante el último medio siglo, como mínimo, a la sociedad no parece importarle mucho la corrupción en tanto a la economía le vaya bien. Parece dispuesta a un pacto social de tolerancia frente a quién se queda con algún vuelto y algo más si el modelo económico no le afecta el bolsillo, pero todo cambia cuando a la economía le va mal. Las denuncias de corrupción contra el menemismo y el kirchnerismo comenzaron a ser un factor electoral recién cuando aparecieron los problemas económicos. En el menemismo, cuando la desocupación y la exclusión se hicieron intolerables a partir de 1998 y en el kirchnerismo cuando el PIB dejó de crecer a partir de 2012. Hoy la economía mileísta hace agua por todos lados, los errores en la gestión macroeconómica se acumulan, el atraso cambiario es cada vez más insostenible y las súper tasas y los encajes desenfrenados indican que el final del esquema está cerca. Es probable que antes que la crueldad contra jubilados, discapacitados y el Garraham, a la sociedad le moleste más la recesión y las dificultades de muchos asalariados para llegar a fin de mes. En el nuevo escenario, observar que los funcionarios se enriquecen de manera espuria se vuelve intolerable, el pacto tácito se rompe y los heridos de los distintos sectores de poder actúan. Como en adelante solo puede esperarse un largo período recesivo, una predicción posible es que las denuncias de corrupción se mantendrán en el centro de la escena pública