¿Por qué ganan elecciones los sectores más conservadores y reaccionarios?

25 de agosto, 2025 | 10.42

En una reciente nota de opinión publicada en Página 12, Álvaro García Linera ensaya una interpretación de los actuales procesos políticos en Latinoamérica que importan un desplazamiento de las fuerzas partidarias que identifica con los sectores “progresistas” y de “izquierda”. Reflexiones, que invitan a polémicas necesarias e impostergables.

Las reflexiones de García Linera

En el espectro del pensamiento nacional y popular latinoamericano, se cuentan un número importante de personas que han sabido desarrollar un conocimiento erudito a la par de no esquivar al barro de la historia con pretensiones sólo academicistas, confluyendo con roles diversos en las luchas sociales, sindicales, políticas que en diferentes coyunturas y etapas han atravesado sus países de origen o aquellos en los cuales han residido o que integran este subcontinente tan sufrido que se extiende desde el Río Bravo (Méjico) hasta Tierra del Fuego (Argentina).

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Entre esos pensadores indispensables se cuenta Álvaro García Linera, quien a todo el bagaje intelectual ha sumado condiciones ostensibles de un gran cuadro político y el ejercicio de funciones de gobierno en el Estado Plurinacional de Bolivia, siendo protagonista de un ciclo refundacional sin precedentes de ese país, acompañando las presidencias y liderazgo de Evo Morales.

Los aportes que se le reconocen en los más diversos formatos (discursos, conferencias, libros, notas periodísticas e intervenciones en foros nacionales e internacionales) están fuera de discusión, lo que no obsta a la existencia de legítimos reparos o disidencias con ciertas perspectivas de análisis que, por el contrario, es precisamente lo que debe entenderse lógico que provoquen muchas de sus opiniones que funcionan como disparadores de polémicas siempre necesarias para evitar absolutos cargados de dogmatismos o caer en un “discurso único” empobrecedor por antonomasia.

En una reciente nota que lleva por título “¿Por qué el progresismo y la izquierda pierden elecciones?”, desgrana una serie de consideraciones que entiendo merecen una lectura crítica detenida y, por cierto, también pasible de objeciones porque se forjan en base a especulaciones sobre un universo muy amplio, tanto por los procesos nacionales involucrados (Brasil, Bolivia, Argentina) como por sus vinculaciones insoslayables con otras experiencias contemporáneas en los países centrales de Occidente, así como en torno a conductas individuales y colectivas que si bien pueden exhibir comunes denominadores también, a la par, dan cuenta de idiosincrasias e historicidades singulares.

Tomaré entonces algunos pasajes de esa nota en los que habré de detenerme, aunque recomiendo su lectura completa para una mejor comprensión de su sentido y por contener otra serie de cuestiones que, como es propio de su autor, enriquecen el acervo cultural que proporcionan sus intervenciones.

Dice García Linera:

“Las izquierdas y progresismos en gobierno no pierden elecciones por los trolls de las redes sociales. Tampoco porque las derechas son más violentas ni mucho menos porque el pueblo que fue beneficiado por políticas sociales es ingrato.

Las batallas políticas en las redes no crean de la nada ambientes político-culturales expansivos en las clases populares mayoritarias. Los radicalizan y los conducen por caminos histéricos. Pero su influencia requiere previamente la existencia social de un malestar generalizado, de una disponibilidad colectiva al desapego y rechazo a posiciones progresistas.

Igualmente, las extremas derechas, autoritarias, fascistoides y racistas, siempre han existido. Vegetan en espacios marginales de enfurecida militancia enclaustrada. Pero su prédica se expande, a raíz del deterioro de las condiciones de vida de la población trabajadora, de la frustración colectiva que dejan progresismos timoratos, o a la pérdida de estatus de sectores medios. Y en cuanto a los que argumentan que la derrota se debe al “desagradecimiento” de aquellos sectores anteriormente beneficiados, olvidan que los derechos sociales nunca fueron una obra de beneficencia gubernamental. Fueron conquistas sociales ganadas en las calles y el voto.

Por todo ello, sin excusa alguna, un gobierno progresista o de izquierdas pierde en las elecciones por sus errores políticos.

Y estos errores pueden ser múltiples. Pero hay una falla que unifica a los demás. El error en la gestión económica al tomar decisiones que golpean los bolsillos de la gran mayoría de sus seguidores.

(…) En todos los casos, también hay otros componentes políticos que apuntalan estos errores centrales que conducen a la derrota. (…) En suma, derrotas políticas conduce a derrotas electorales.

Progresismos e izquierdas

Los llamados “progresismos” son tributarios de una desgajada socialdemocracia o de variadas derivas de vertientes marxistas que en sus versiones originarias concluyeron en rotundos fracasos; y, tanto unas como otras, generadoras de insatisfacciones ciudadanas al no trasuntar en hechos cotidianos concretos ni en horizontes sostenibles las demandas populares, ni en demostrar coherencia en su accionar político -o en alianzas circunstanciales- con los postulados enunciados en orden a valores democráticos y republicanos que en la práctica no se vislumbraban.

Es que el “progresismo” como las “clases medias” conforman una suerte de entelequias de gran volatilidad, cargadas de ambigüedades y pasibles de múltiples subclasificaciones cuya conceptualización es harto difícil y, por demás, esencialmente mutantes, sometidas a percepciones o autopercepciones cargadas de subjetivaciones y, por ende, reacias a ser objetivadas definiendo un campo o categoría claramente identitario.

Con las “izquierdas” sucede algo parecido, que es fácil de comprobar con solo hacer un repaso de las manifestaciones que se registran asumiéndose como tales, además de las seriales bifurcaciones que van marcando multiplicidad de sendas o caminos que suelen llevar a destinos diferentes y pocas veces a puntos de encuentro comunes.

Las “izquierdas” tienen un fuerte nexo con los “progresismos” porque en éstos suelen decantarse o, en ocasiones, encontrar un puente hacia otras fuerzas populares autóctonas con las que desean confluir contingentemente, pero por recelos pseudoprincipistas u otros prejuicios ideológicos se resisten a integrarse a aquellas.

La referencia a fuerzas populares autóctonas, que en el caso de la Argentina se traduce principalmente en el peronismo, responde a una convicción en el sentido de que son inapropiadas las apelaciones a “izquierdas y derechas” para encasillar identidades doctrinarias de movimientos nacionales, por responder a categorías eurocéntricas y a procesos políticos singulares que no son, mecánicamente, trasladables a realidades signadas por procesos emancipatorios incompletos como los que exhibe nuestro subcontinente.

La apelación al término “populismo” con un sentido positivo, como en el caso de Ernesto Laclau, importa un reconocimiento de esos otros fenómenos no aprensibles por las clásicas dicotomías antes referidas, aunque encierran igualmente una lectura de realidades y procesos desde una matriz marxista o, si se quiere, neo marxista, que desde Europa plantean como fundantes de nuevas bases teóricas pero que, en verdad, se trata de un descubrimiento tardío que la “izquierda” tradicional formula con relación a identidades políticas vigentes desde hace muchas décadas, cuyo derrotero no ha sido comprendido o, más aún, fue injustificadamente estigmatizado.

Quizás entonces quepa preguntarse si la debilidad en la gobernanza o la insostenibilidad electoral en el tiempo no guarda una particular vinculación, justamente, con esa propensión a construir bases en los “progresismos” o en las “izquierdas” sin reparar en las distancias que se pueden generar con el campo nacional y popular que impone una sucesión de respuestas políticas progresivas a partir de las conquistas alcanzadas, que no es óbice para la exigencia de la fidelidad y comprensión reclamables en razón del tamaño de los desafíos que se presentan, precisamente, a medida que nuevos empoderamientos y la democratización de la sociedad ponen en crisis inveterados privilegios.

Las responsabilidades políticas

Es innegable que detrás de los reveses electorales que refiere García Linera se encuentran errores de gestión, decisiones o indecisiones de índole económica que golpean los bolsillos de la mayoría de la población, manejos políticos equivocados.

En ese sentido, a primera vista cabría coincidir en que: “[e]n todos los casos, también hay otros componentes políticos que apuntalan estos errores centrales que conducen a la derrota. (…) En suma, derrotas políticas conduce a derrotas electorales.”

Sin embargo, así solo enunciado parecería que el fracaso únicamente reside en ese sector y que, en consecuencia, requiere hacer una dura autocrítica de burocratizaciones, pasividades en terrenos que reclaman proactividad, egoísmos aspiracionales, personalismos inclaudicables y la pérdida de un rumbo guiado por una clara interpretación de las demandas populares.

Es cierto que analizar esas variables es imprescindible, como previsible la constatación de que muchas o todas ellas han tenido incidencia en el derrumbe gubernamental y la derrota electoral, pero también es factible -y suele verificarse- que los aciertos de medidas de gobierno han tenido tanta o más relevancia que los errores u omisiones en la gestión. Porque, más allá de la influencia -que sí la tienen, aunque no sean determinantes- de los trolls, redes sociales y grandes medios de comunicación, juegan los factores y agentes del poder fáctico real -locales e internacionales- que han conspirado permanente y ostensiblemente para las desestabilizaciones de los gobiernos populares de Brasil, Bolivia y Argentina a los que hace alusión García Linera.

Hoy mismo en nuestro país podemos advertir una falta de asimilación de recientes frustraciones, cuando las “izquierdas” formales siguen encriptadas en antiguos fundamentalismos acompañados de clásicos divisionismos, y el peronismo como los partidos afines que se suman a su alrededor en los frentes electorales reinciden en viejas prácticas con cierres de candidaturas para la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires -a nivel distrital y nacional- que dejan mucho que desear, sin propuestas que reflejen una alternativa para un electorado desencantado y proclive al abstencionismo comicial.

De ingratitudes y faltas de solidaridad

Que “los derechos sociales nunca fueron una obra de beneficencia gubernamental. Fueron conquistas sociales ganadas en las calles y el voto”, es una verdad irrebatible, aunque es sólo una parte de esa verdad.

Porque esas luchas populares tuvieron un vector que las amalgamó y las condujo a la victoria, al igual que una fuerza política que dio cauce al voto que consagró a los gobiernos que tuvieron en sus manos la tarea de institucionalizar y consolidar los derechos sociales, económicos y culturales conquistados.

En el caso de Bolivia, que hasta tuvo un presidente (Sánchez Losada) que tan mal hablaba el español que parecía un gringo, con Evo por primera vez en 200 años accedió a la primera magistratura un miembro de los pueblos originarios y en su gobierno obtuvo reconocimiento la “plurinacionalidad” preexistente, salió de la pobreza extrema gran parte de la población (pasó del 36.7% al 16.8%), mantuvo un alto índice de crecimiento del PBI (con tasas promedio del 5% anual) con una clara política distributiva y de afirmación de la soberanía mediante la nacionalización de recursos naturales básicos.

En Argentina, con el Peronismo se concretó una movilidad social ascendente que tanto favoreció a las capas más humildes como a sectores medios que conformaron una clase profesional y empresaria productiva e industrial potente.

La vigencia del liderazgo de Perón, aún mediando 17 años de exilio plagados de imputaciones arteras y proscripciones arbitrarias, se sostuvo en la memoria y gratitud de un pueblo que reconocía y enseñaba a sus descendencias los bienes (cívicos, materiales y morales) obtenidos en sus gobiernos.

Esa caracterización no se verificó con los dos últimos gobiernos peronistas, sin prescindir de las diferencias con aquella primera etapa de ese Movimiento Nacional ni de las inconsistencias y errores de gestión que cabe asignarles.

En 2015 el descontento por el impuesto a las ganancias sobre los salarios llevó a que una porción importante de la clase trabajadora se volcara a una propuesta de “cambio” que, no sólo mantuvo ese tributo e incrementó el segmento de asalariados comprendido por el mismo, sino que implementó políticas laborales claramente regresivas y precarizantes. También hubo una reacción semejante entre la clase pasiva, a pesar de haber sido claramente favorecida por programas y moratorias que permitieron el acceso a la jubilación de quienes -injustamente y a causa de políticas neoliberales- de otro modo jamás hubieran podido obtener un beneficio previsional. Y otro tanto ocurrió, paradojalmente, con muchas trabajadoras domésticas que con la sanción de la ley 26.844 (Estatuto del Personal de Casas Particulares) por primera vez habían logrado derechos laborales equiparables con los restantes trabajadores con empleo formal en el sector privado.

En 2023 se repite, si bien con una experiencia gubernamental precedente con mayores debilidades e inconsistencias, un vuelco electoral de sectores laborales formales e informales en favor de un ignoto personaje que se presenta como un “libertario” y “anticasta política” y que, a menos de dos años de gobierno, ha demostrado carecer de esos pretendidos atributos y sólo ser coherente en su rol de destructor del Estado “de bienestar” que, con aciertos y falencias, fue siempre la herramienta principal del peronismo para la conquista y ampliación de derechos humanos fundamentales.

La gratitud y la solidaridad con los demás y en especial con los más vulnerables, siguen siendo sentimientos indispensables para toda construcción colectiva, tanto defensiva como para la lucha que permita conquistas y reconquistas de derechos.

Complejidades de una etapa crítica de las democracias

Las implicancias en la economía doméstica son decididamente gravitantes en el humor social como en el consiguiente posicionamiento electoral, aunque no operan de igual modo ni con la misma intensidad frente a los gobiernos populares que ante los conservadores y reaccionarios.

La canalización abierta de las manifestaciones de protestas en un caso y las respuestas represivas en el otro, pareciera que no hacen sino exacerbar esas diferencias que potencian los grandes medios de comunicación tanto para dotarlas de mayor poder desestabilizante como para aplacar sus efectos, respectivamente.

El avance de regímenes antipopulares autoritarios que acceden al gobierno por vías electorales, defeccionando rápidamente de elementales reglas de la democracia y violentando principios republicanos no puede encontrar explicación sólo en los errores de las fuerzas políticas antagónicas.

La responsabilidad que le cabe a la dirigencia política y social popular, como la exigencia impostergable de reconducir sus acciones para lograr una mejor sintonía y percepción de las demandas ciudadanas, no exime a la ciudadanía de sopesar debidamente las experiencias políticas y asumir el protagonismo que les cabe en cada ámbito en que se desenvuelven.

La defensa de la democracia es un primer imperativo, la participación electoral un deber indeclinable y la solidaridad activa un lazo comunitario que no debe resignarse.