Disonancia cognitiva y crisis en capítulos

Mientras el oficialismo celebra una supuesta baja inflacionaria, la economía se hunde en recesión, las reservas se evaporan y el gobierno mendiga deuda externa para sostener un dólar ficticio. La “disonancia cognitiva” del mileísmo —que llama éxito al colapso— encubre una crisis estructural que ya desborda los límites del relato libertario y amenaza con estallar tras las elecciones.

09 de octubre, 2025 | 00.05

En el debate económico parece haber una disonancia cognitiva. Se da por descontado que el gran logro del gobierno de Javier Milei fue la baja de la inflación, pero al mismo tiempo se considera a la suma de efectos negativos de su programa como hechos desconectados, de otra galaxia, que ocurren al margen del proceso inflacionario. 

Estos hechos son:

  •   Una inflación mensual por arriba del 2 por ciento, que solo es baja cuando se la compara con períodos de shock. 
  •   Una economía en recesión
  • Un déficit sostenido en la cuenta corriente del balance de pagos que, si está registrado, es porque ya se cubrió con endeudamiento. 
  • Un tipo de cambio insostenible, que ayuda a consumar una sangría de todos los dólares en poder del sector público, dólares que dicho sea de paso son mayormente prestados o se consiguieron carísimos, como los poco más de 2.250 millones que se compraron luego de las liquidaciones del agro renunciando a retenciones por más de 1.500 millones, es decir a tasa infinita.
  • Según números de la consultora 1816, en las últimas cinco ruedas, sin contar este miércoles, el Tesoro gastó 1715 millones de dólares para sostener la divisa. El detalle es que sólo le quedan 680 millones para llegar al 26O, y debe pagar 313 millones a organismos. Las reservas del Central se preparan para seguir en escena.

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Con este panorama, todas las fichas del oficialismo están puestas en conseguir más “ayuda externa”, o sea, más deuda. El equipo económico sigue haciendo tiempo en Estados Unidos, donde fue a buscar más y más financiamiento. Sabe que volver con las manos vacías o semivacías equivale a una nueva aceleración de la corrida contra el peso, corrida en marcha desde comienzos de septiembre. El objetivo oficial es llegar a las elecciones intermedias cueste lo que cueste convirtiendo al 26O en el más absurdo de los días D. 

Tan obsesionado está el oficialismo con su “plan llegar” que hasta convenció a sus interlocutores del norte de esta falsa importancia. El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, apostó a que alcanzaría simplemente con generar expectativas a fuerza de tuits, pero agregó que la ayuda contante y sonante dependería del resultado electoral. La directora gerente del FMI, Cristalina Georgieva, dijo que el éxito de cualquier programa de súper ajuste demanda conseguir la proeza de que la población acompañe. Puso como ejemplo a los países de Europa del Este cuando abandonaron el socialismo real, cuando “líderes valientes” lograron literalmente la reducción a la mitad de salarios y jubilaciones con acompañamiento social.

Pero mientras los líderes del mundo financiero esperan el resultado electoral, buena parte de la intelectualidad y la oposición estadounidense critican a Donald Trump por la promesa de ayudar a la Argentina con 20 “billions”. Comprenden bien que ambas economías son competitivas, dato que se encargan de recordar todos los días sus productores agropecuarios. También se observó con estupor el show bizarro con el que Javier Milei, completamente fuera de tiempo, intentó recuperar su popularidad agotada. Pero los vítores, los “VLLC”, sólo ocurren puertas adentro, en espacios controlados. En las calles los hermanos Milei reciben insultos donde vayan. Los actos se suspenden y las caminatas se acortan. Es evidente que algo se rompió en el vínculo del oficialismo con la sociedad y seguramente se verá reflejado en las urnas. El verdadero día D no será el 26, sino el 27O cuando se hará evidente la suma impiadosa de crisis política y fracaso económico. A Georgieva no le va a gustar. El acompañamiento popular al súper ajuste es un mito en desgracia.

El estupor, no obstante, no surge solo de los shows bizarros, de las estafas con criptomonedas, de la corrupción generalizada del 3 por ciento o de las conexiones narco. La prensa financiera internacional también descubrió de golpe que el gran líder de la derecha global, que hasta ayer presentaban como exitoso, fracasa en todos los frentes. Junto a la derecha local están en pleno proceso de asumir que la teoría que siempre defendieron se empeña en no funcionar.

Este es el origen de la disonancia cognitiva. La coyuntura argentina, funcionando como laboratorio de la teoría, vuelve a mostrar que la verdadera restricción para una economía que no imprime una moneda que sirva como medio de pago internacional, es decir que no imprime dólares, no es la presupuestaria, sino la externa, la que surge del déficit de la cuenta corriente.

De aquí la necesidad de repetir que Milei tuvo éxito en bajar la inflación, pero no en todo lo demás. La teoría económica más ortodoxa afirma que, si no hay déficit presupuestario, no hay inflación y con ello se solucionan todos los problemas de la macroeconomía. Sin embargo, el déficit se eliminó, más allá de la desprolijidad con que se lo hizo, pero la inestabilidad sigue vivita y coleando. Luego, es absolutamente evidente que la principal preocupación del gobierno no es la presupuestaria, sino la falta de dólares. Basta con observar que la principal actividad del equipo económico es la búsqueda perpetua de endeudamiento externo. Todo el plan del oficialismo consiste en mantener lo más quieto posible el precio del dólar porque, aunque no se diga, aunque se lo niegue, se advierte que la inflación es un fenómeno de precios básicos, de costos. Y el principal precio básico de una economía sin moneda es el del dólar.

El balance preliminar es que, aunque todavía falten algunos estertores, los dólares se terminaron. Que aparezca más endeudamiento solo serviría, además de para agravar los compromisos futuros, para prolongar la agonía. El futuro próximo es inevitable. Luego de las elecciones, el dólar deberá flotar hasta un punto en que sea efectivamente posible volver a acumular reservas. No hay mucha más magia. La contrapartida es que ello pulverizará la estabilidad de precios. Las consecuencias son impredecibles. Lo único que puede afirmarse es que los insultos callejeros difícilmente disminuirán.