Nadie podrá decir que no estaba prevenido. Javier Milei avisó en campaña que las convicciones democráticas no eran parte de su repertorio. Una burda lectura del teorema de la imposibilidad de Arrow era la excusa en la que se refugiaba para no decir, con todas las letras, que su anarcocapitalismo ideal requiere de otras formas de gobierno, menos sensibles a las necesidades de las mayorías.
Para el presidente, el Poder Legislativo es un objetivo estratégico desde el primer día. Pero no a partir de la búsqueda de construcción de consensos para consolidar sus decisiones ejecutivas sino como un obstáculo a su poder que debía ser corrido o anulado. Esa escalada recrudeció este jueves, luego de sufrir una histórica paliza en el Senado, pero no es nueva, ni es casual, ni está fuera de libreto.
El 10 de diciembre de 2023 Milei asumió su cargo de espaldas al Congreso, rompiendo la tradición centenaria de inaugurar el mandato con una asamblea legislativa. Todavía era el presidente que venía a prender fuego el Banco Central y terminar con la casta. Hoy la imagen es muy distinta: el Central mantiene el dólar planchado y la casta finge demencia y se enriquece en medio de la destrucción.
Días más tarde anunciaba el DNU 70/23, con el que se adjudicó facultades legislativas en un espectro muy amplio, usurpando, de facto, el rol del Congreso. La ley de Bases, en tanto, con cientos de artículos, se trató en despachos exprés de sólo cuatro comisiones y, en el recinto, se votó por bloques para evitar que se cayeran los aspectos más escandalosos de la letra chica.
Durante el tratamiento de esa ley, que duró varios meses, Milei trató de ratas y de corruptos a los diputados y senadores mientras era el oficialismo el que cambiaba el sentido de algunos votos clave a partir de mecanismos nunca aclarados. Uno de ellos, el senador Eduardo Kueider, está detenido en Paraguay desde el año pasado. Lo encontraron tratando de cruzar la frontera con 200 mil dólares.
Cuando los aprietes y la corrupción no alcanzaban para frenar iniciativas contrarias a los intereses del gobierno, el presidente recurrió al veto. Para sostenerlo necesita un tercio de los votos en una de los dos cámaras. En el Senado siempre estuvo lejos. En la cámara baja pudo reunir 87 “héroes”, con aliados radicales, del PRO y de algunas provincias, que le permitieron imponerse. Lo celebraron con asado.
Esa pólvora está mojada. En la Casa Rosada admiten que no pueden garantizar el tercio que blinda las decisiones de Milei. Por eso recurren a otro recurso: bloquear el funcionamiento del Congreso, incluso mediante la violencia. Clausuran las comisiones para evitar dictámenes en proyectos que no quieren tratar e intentan levantar las sesiones por escándalo (esto es literal) para ahorrarse derrotas.
Era una táctica con patas cortas. El jueves, aunque intentaron embarrar la sesión en la cámara alta, la contundencia de la mayoría opositora se llevó puesta toda resistencia. Cuesta encontrar antecedentes de una derrota parlamentaria tan grande. Siete proyectos de ley y otras tantas votaciones por asuntos reglamentarios se saldaron, casi siempre, con más de dos tercios de votos para la oposición.
Esa misma noche el presidente dio un discurso en la Bolsa de Comercio, donde dijo que va a vetar la ley (algo que, ahora, en el propio gobierno, ponen en duda) y que si eso no fuera suficiente también llevaría el asunto al Poder Judicial. Es interesante que Milei también advirtió que “incluso si se diera el peor de los casos y la justicia tuviera un acto de celeridad, el daño que podrían causar podría ser mínimo”.
Lo curioso es que no dice “si la justicia fallara en contra” sino “si la justicia fallara pronto”. Milei sabe, como cualquiera, que una denuncia del Poder Ejecutivo contra el Poder Legislativo por el trámite de una ley no va a prosperar. La única apuesta es a ganar tiempo. ¿Tiempo para qué? La respuesta de cassette es que quiere llegar a las elecciones, pero incluso si le va bien en octubre va a costarle sostener los vetos.
Milei funciona con un solo pedal. El de acelerar. El jueves, cuando ya estaba claro que tenía por delante una derrota que podía costarle caro, intentó cerrar el Congreso. La encargada de llevar el mensaje fue la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que a través de X conminó a la vicepresidenta, Victoria Villarruel, a que clausurara una sesión válida sólo porque no le gustaba el temario.
“Levántese, señora vicepresidenta. No denigre la institución que preside. No sea cómplice del kirchnerismo. Al menos siga del lado del pueblo que la votó para cambiar este país”, escribió Bullrich. Milei reposteó el mensaje. La vice respondió. Por la noche el presidente la llamó “traidora” por no haber evitado que se aprobaran los proyectos que molestaban. En las redes, Villarruel volvió a contestar.
“Si hay equilibrio entonces asistir a los más desprotegidos no debiera ser tan terrible. El tema es que un jubilado no puede esperar y un discapacitada menos. Que ahorre en viajes y en la SIDE y listo”, escribió en un comentario. En otro, “cuando el presidente decida hablar y comportarse adultamente podré saber cuáles son sus políticas dado que no habla”.
Mientras intentaba cerrar el Senado, Bullrich acusaba a la oposición de intentar un golpe de Estado, la misma excusa que utilizó para meter presas a más de 30 personas el día que se aprobó la ley de Bases. Cuando se vota lo que quiere el gobierno, protestar es golpista. Cuando se vota lo que no le gusta al gobierno el golpe sucede dentro del recinto. Lo que no se tolera es, claro, la disidencia.
No es un detalle menor que sea la ministra de Seguridad la encargada de proferir estas amenazas. En el escenario, por ahora hipotético, de que el gobierno decidiera un día cerrar el Congreso, lo más probable es que utilice a las fuerzas que Bullrich comanda. Por supuesto, si se aceptara su premisa de que el Poder Legislativo conspira contra el presidente, entonces podría justificarse el golpe institucional.
Pero los golpistas son ellos. Los grupos de choque digitales comandados por Daniel Parisini, el Gordo Dan, estuvieron toda la tarde del jueves compartiendo posteos sediciosos donde pedían el cierre del Congreso o, directamente, mostraban a Milei, a bordo de un tanque, disparando contra los senadores, o bombarderos norteamericanos sobrevolando el Palacio.
Milei gobierna en recontraminoría pero actúa como si tuviera plenos poderes. Como otros referentes de la extrema derecha global, utiliza la democracia cuando le conviene pero no cree en ella ni tiene ningún compromiso que vaya a sostener cuando ya no le resulte útil. Para él, de la Constitución sólo valen los artículos que pavimentaron su camino al poder, y sólo valen en su caso. No para el resto.
Es hora de que la dirigencia argentina (políticos, pero también empresarios, dueños de medios, sindicalistas y todos aquellos que tengan algún tipo de responsabilidad colectiva) asuma que esto termina una de dos maneras: o bien Milei consigue quedarse con todo el poder y termina definitivamente con la democracia en la Argentina o bien la choca en el intento.
No va a haber un Milei más moderado. No va a cambiar. Tampoco va a irse por las buenas si pierde una elección. Como hizo Donald Trump, como Bolsonaro, no esperemos que reconozca una derrota el día que le llegue. O tiene éxito o fracasa estrepitosamente. No hay punto medio. Ya sabemos a qué está dispuesto. El resultado depende, principalmente, de lo que hagamos el resto de los argentinos con él.