“Nos robaron la infancia”, dicen Mariela Luna y Roxana Palacios. Pasaron hambre, durmieron sobre frazadas porque los colchones servían para tapar las ventanas y protegerse de las balas, e incluso intentaron borrar su propio apellido. Hace 50 años buscan justicia y que se conozca la verdad sobre la historia du sus padres: dos de las víctima de la causa conocida como el Villazo, por delitos de lesa humanidad cometidos contra obreros metalúrgicos en 1975, en Villa Constitución, y cuyo juicio tendrá sentencia el martes 4 de noviembre.
Agustín Luna y Julio Palacios. Dos obreros y delegados de Acindar, que formaron parte del Villazo, el levantamiento obrero y popular que tuvo lugar en Villa Constitución (Santa Fe) entre marzo de 1974 y 1975, protagonizado principalmente por trabajadores metalúrgicos, y que articuló lucha sindical, ocupación de fábricas y respaldo de toda la comunidad. También tuvo como consecuencia la militarización de la ciudad y una feroz represión, comandada por la Triple A, que incluyó secuestros, detenciones, torturas y asesinatos. Un “ensayo” de lo que vendría con la dictadura militar.
El juicio por esos crímenes se encuentra en su etapa final y las querellas pidieron prisión perpetua para Roberto Pellegrini y Ricardo Torralvo, dos exempleados jerárquicos de Acindar por su responsabilidad en los secuestros y homicidios de trabajadores. El resto de los acusados son exmilitares; exmiembros de la Policía Federal; exintegrantes de la Prefectura; expolicías de la provincia de Santa Fe y de la Guardia Rural Los Pumas, pero muchos llegaron sin vida al veredicto.
Los secuestros
Mariela tenía 9 años cuando una patota entró a su casa y se llevó a su papá. Agustín ingresó al gigante metalúrgico en el 70 y recientemente había sido elegido delegado por la Lista Marrón. No fue el único que se llevaron.
Aunque les dieron la orden de que no salieran, lo hicieron y junto a su familia vio como en los camiones del ejército subían a varios de los compañeros de su padre: Lezcano, Chávez, Jiménez, Pereira y la lista sigue. La noche del 20 de marzo de 1975 hubo al menos 150 detenciones y muchas en su barrio, uno de los más organizados. Durante tres meses no supieron nada de él. Hasta que se enteraron de que estaba en una cárcel de Rosario. Una sola vez lo visitó, pero tras el manoseo y las humillaciones de la requisa, su madre decidió no volver a exponerla.
Meses más tarde, Agustín recuperó su libertad, pero nunca pudo regresar a su trabajo. “Estuvo 2 años indocumentado. Eso no le facilitaba conseguir trabajo. Él quedó marcado. Por ende no nosotros también”, relata Mariela en diálogo con El Destape.
Sus hermanos nunca pudieron ingresar a trabajar en la fábrica de Acindar ni otras empresas más pequeñas vinculadas a la acería fundada por Arturo Acevedo y que desde 2006 pertenece a la multinacional ArcelorMittal. “Ah, sos el hijo del jetón Luna. Pregúntale si estaba mejor adentro o acá afuera”, le dijeron hermano de Mariela un día que fue a buscar trabajo.
Esa fue la realidad de la mayoría de las víctimas y sus familiares, hace hincapié Roxana. Su padre fue detenido cuando salió a buscar a un compañero que había sido secuestrado. Luego de unos meses en la cárcel de Coronda fue liberado y el juez lo invitó a irse de Villa porque “eso no iba a terminar ahí”.
Se fue por un tiempo, pero regresó porque no había hecho nada y el 17 de octubre de ese mismo año volvió a ser secuestrado junto con Concepción De Grandis, una abogada que había brindado asesoramiento legal a los trabajadores, y Carlos Ruescas, un pastor que había acompañado la huelga.
Fueron tremendamente torturados, asesinados y luego tirados en un descampado a la salida de Rosario. “Fueron usados para amedrentar, para sembrar el miedo. Una advertencia a sus compañeros para que dejaran de reclamar sus derechos”, sostiene Roxana.
Los “juegos” para sobrevivir
Agustín y Julio nunca pudieron retomar sus tareas en Acindar, al igual que muchos de sus compañeros. “Nunca lo indemnizaron, nunca le pagaron, nunca nada con la excusa de que habían hecho abandono de trabajo. Pero estaban detenidos. Ellos sabían que estaban detenidos”, vuelve Roxana sobre ese día en la que una patota se llevó al padre.
La falta de dinero se empezó a sentir. Y como antes de ingresar a la fábrica, su padre había sido pescador, su madre retomó ese trabajo. Y ella, la menor de cinco hermanos, ayudaba con su especialidad: encontrar huevos de tortugas en los nidos a la orilla del río. “Para nosotras era un juego. Éramos niños jugando a encontrar nidos de tortuga y después había que comer eso, porque no había otra cosa”, rememora.
“Nosotros éramos hijos de. Nos robaron la infancia, nuestra niñez. Yo siempre recuerdo el hambre. Mi hermano me decía, ‘Tengo hambre’", agrega Mariela. El resto de su familia le había dado la espalda a su mamá porque decían que su marido “era un subversivo”. Por lo que tenían que arreglarse con pan duro o con las ollas populares que los vecinos organizaban.
Y si la falta de comida no fuera suficiente. A eso hay que sumarle el terror. Roxana cuenta que dormían sobre frazada. Los colchones eran usados para tapar las puertas y las ventanas: “En cualquier momento de la madrugada podían pasar esos famosos Falcón verdes y tirotear las casas”.
La lucha obrera
Mariela recuerda que su padre solía decir: “Podríamos haber tenido mucho dinero, pero jamás me hubiera vendido”. Y repetía el diálogo que tuvo con Pellegrini cuando fue elegido delegado:
—¿Sabe en lo que se metió, Luna?
—Salí elegido porque el anterior no escuchaba a los trabajadores.
—No le conviene.
Después le ofrecieron un maletín de dinero para que se fuera del país. “Casi todo Villa sabe lo que hacía Pellegrini. De ahí salían los expedientes laborales, él los entregaba”, dice Mariela.
Pellegrini y Torralvo fueron señalados desde las primeras denuncias como parte del engranaje represivo. “Un ex policía que declaró que conocía con nombre y apellido quién era la persona que iba a hacerle los pagos a todo el personal policial que estaba actuando dentro del destacamento que funcionaba dentro de Acindar como centro clandestino de detención y era justamente Roberto Pellegrini”, indicaron Gabriela Durruty y Julia Giordano, abogadas que forman parte del equipo jurídico de la APDH de Rosario que representa a las víctimas..
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El Villazo comenzó a gestarse a inicios de los 70, cuando los jóvenes de la futura Lista Marrón reclamaron elecciones libres en la UOM, mejores condiciones laborales y el fin de la injerencia patronal. Tras meses de huelgas, tomas y paros generales, el 16 de marzo de 1974 se firmó un acuerdo que comprometía a la conducción nacional —encabezada por Lorenzo Miguel— a convocar elecciones en 120 días. Ese día, una marcha de más de 12 mil personas marcó un hito en Villa Constitución.
“La gente hablaba mucho y mal de ellos. Mi padre tenía 33 años y solo pedía un futuro mejor para sus hijos”, dice Roxana. Los reclamos eran básicos: un centro de salud, una ambulancia, más seguridad para los obreros de la industria pesada.
El ensayo represivo
La Lista Marrón ganó en noviembre de 1974 y asumió en diciembre. Pero pocos meses después, el gobierno de Isabel Perón denunció un “complot subversivo”. El 20 de marzo de 1975, fuerzas represivas ocuparon la ciudad. “Fue un operativo ejemplificador: cayeron con todo el peso de la represión ilegal sobre el corazón de la resistencia obrera”, señalan las abogadas.
La investigación judicial evidenció pruebas del rol clave de Acindar, presidida entonces por José Alfredo Martínez de Hoz: confeccionó listas de detenidos, permitió el ingreso de grupos de tareas a la fábroca, cedió vehículos y viviendas, pagó sobresueldos a las fuerzas y facilitó el “Albergue de solteros” como centro clandestino.
Uno de los testimonios más claros es el de Juan Actis, querellante sobreviviente. "Él informó que estaba enfermo y avisó que se iba a quedar en la casa de su hermana. No fueron a su casa, fueron a la casa de su hermana. Entonces ya es evidente que ellos entregaban”, enfatiza Mariela.
La idea del ensayo represivo se desprende de las “desprolijidades” de parte de la empresa que en otros juicios de la etapa más dura dentro de la dictadura no se evidenciaron. “Dejaban más huellas marcadas. Las propias liquidaciones de sueldo incluían los adicionales a la policía, o sea, se blanqueaba ese adicional que pagaba la empresa a aquellos que se encargaban de secuestrar, en muchos de los casos adentro de la propia empresa, a los representantes de los trabajadores y también es de destacar que en muchos de los secuestros las patotas portaban los legajos de Acindar, que eran fácilmente reconocibles”, gráfica la letrada.
Martínez de Hoz dirigía la compañía y poco después dejó la firma para ser ministro de Economía de la dictadura. “Ahí se traza el hilo directo entre la represión y el plan económico que concentró el poder industrial en Acindar”, sostienen las letradas.
“Hoy estamos acá para juzgar a los pocos que quedan vivos, pero también porque se está juzgando a civiles”, afirma Mariela, que continúa la lucha iniciada por su padre, hoy enfermo pero clave en el inicio del juicio. El expediente lleva el nombre “Agustín Luna y otros”. “No el de un imputado, sino el de un sobreviviente: una forma de reivindicar a quienes construyeron la causa”, explica Durruty.
Saben que un nuevo juicio será difícil: el tiempo avanza, testigos y acusados mueren o ya no pueden declarar. Aun así, las abogadas remarcan una certeza: “Existía una triple alianza entre el Estado, la burocracia sindical y la empresa”.
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El tabú de Villa Constitución
Pese al hito que marcó el Villazo en la lucha obrera argentina, la represión fue tan brutal que durante décadas se impuso el silencio. En Villa Constitución, muchos todavía desconocen lo ocurrido. Incluso la hermana de Roxana, apenas un año mayor, no conoce la historia.
“Mi madre quedó viuda con cinco hijos. No podíamos decir que éramos los hijos de Julio Palacios. Había miedo, nunca se hablaba de nada”, cuenta Roxana, con la voz quebrada pero firme. Algo impensado hace no muchos años cuando se sumó al grupo de sobreviviente y familiares gracias a un historiador, ya que rompía en llanto al intentar hablar: “Yo no sabía que había más gente, personas en Villa que habían sufrido lo mismo. Conocí a la hija de Carlos Ruescas, Alicia Ruescas, que vive en Buenos Aires y hoy es como una hermana del corazón, una hermana de la vida”.
Tras el asesinato de su padre, Roxana y sus hermanos fueron separados y criados por diferentes familias: su madre, con problemas psiquiátricos, fue internada y falleció joven. “Murió muy enamorada de mi papá”, recuerda.
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Historias como la suya se repiten. “Nos sacaron hasta la identidad. Tuvimos que negar quiénes éramos”, dice Mariela. La hija de otro obrero, Jorge Andino, se enteró de la verdad recién a los 15 años, cuando vio su apellido en un mural. Hasta entonces, le habían dicho que su padre había muerto en un accidente.
El juicio reabrió esas memorias. “Nos permitió llevar el tema a las escuelas y recibir acompañamiento institucional. Cumple un rol de reconstrucción histórica e identitaria”, explica Rodrigo Garzón, profesor e integrante de un colectivo que difunde el Villazo en ámbitos educativos. “Los que crecimos en los 80 y 90 vivimos un silencio total: era un tema tabú.”
Existe una colección de fotos del Villazo, tomadas por Norberto Puzzolo, que se conocieron recién 2010. “Hace poco lo vi en una charla que se dio en la Facultad y él me decía que esa foto estuvieron archivadas durante años. Así que vos imagínate la cantidad de tiempo también que hay ahí respecto no solo a esperar que se inicie un juicio, sino también a darle una historia al proceso de lo que fue la lucha de la clase trabajadora en Villa Constitución”, cuenta la historiadora Victoria Caminos.
El grupo de familiares y militantes no solo acompaña el juicio, sino que ayuda a reconstruir identidades. "Tengo el placer de ver a algunos históricos, de charlar con ellos y me encanta escucharlos cuando se ponen a contar sus anécdotas y todo lo que fue la lucha. Mi padre fue asesinado ya hace 50 años y la historia se contó tan mal", recalca. "No solo fueron torturados y asesinados, sino que también se los ensució mucho”, coinciden ambas.
Las mujeres del Villazo
Los grandes protagonistas del Villazo fueron los obreros metalúrgicos, una profesión masculinizada. Pero hubiese sido imposible sin el apoyo de las mujeres de la ciudad. Y ni hablar de las hijas que lucharon durante años por el avance del juicio. “Cuando detienen a toda la Lista Marrón, la mujer empieza a ser el sostén para esas familias”, explicó la historiadora.
Además de crear lazos de reciprocidad, se organizaron para viajar a las cárceles, para visitar a sus familiares detenidos, y para armar las ollas populares. Pacho Juárez, uno de los sobrevivientes del Villazo, siempre comenta que eran las mujeres las que sabían qué familia no tenía para comer o para mandar a un chico a la escuela.
Los padres de Roxana eran pescadores antes de ingresar a Acindar. Vivían la orilla del río y cuando Julio fue detenido, su madre quedó sola haciendo este trabajo. Su hermano mayor salía a venderlo y lo que sobraba, su mamá lo repartía entre las esposas de los detenidos. “Gente que me contacta gracias a esto del juicio y me dice: ‘Recuerdo a tus padres, recuerdo esa mesa larga y los pescados a la parrilla que hacía tu papá. Y la mesa larga que armaba tu mamá para recibirnos a todos cuando íbamos a hacer alguna asamblea, alguna charla’. Me llena de orgullo escuchar esas cosas”, remarca.
Además, hay que sumar la tarea de las maestras, que con la ciudad militarizada, se encargaban de poner folletos o volantes del comité en los cuadernos de los chicos y mantener la comunicación entre los barrios. “Los niños iban a jugar a la casa de uno de sus compañeritos porque en esa casa había alimentos. Iban con una mochilita, entonces la mamá de la casa, que estaba ahí a cargo de todo, les repartía una bolsita de alimento a los niños que después se la llevaban a su casa para que tenga para comer”, grafica la historiadora.
Memoria, verdad y justicia
“Queremos justicia. Nosotros no reclamamos otra cosa. Solo queremos que sea juzgado las personas que todavía viven y que la historia se cuente como fue. Durante muchos años se habló mal de las víctimas, con eso de ‘algo habrán hecho’ o ‘en algo estarían metidos", subrayan Luna y Palacios.
Por su parte, las querellantes de la APDH destacan la importancia del juicio. “Es una causa que implica la responsabilidad de la civilidad, que tanto como la de los responsables de la jerarquía eclesiástica, son los que más permanecieron impunes luego de lo que fue el despliegue genocida durante la segunda mitad del siglo XX. Y a eso sumale que en la mayoría de los delitos se cometieron antes del golpe. Fue el primer desafío que ncontramos, el de perforar el piso el 24 de marzo, para plantear que el ensayo genocida se comete durante un gobierno democrático”.
“El Juicio llega tarde. Necesitamos que se sepa qué pasó en Villa. Necesitamos cerrar esa etapa para cerrar la herida”, concuerdan las hoy orgullosas hijas de Agustín Luna y Roxana Palacios.
