La cotorra argentina, de mascota a conquistar el mundo: imita sonidos, edifica sus propios nidos e invade Europa a 33 kilómetros por año

En Argentina, perjudica cultivos de maíz, girasol y frutales. En Europa, es una especie exótica en expansión y comienza a ser un problema en España. Qué sabemos sobre su comportamiento, por qué es tan difícil de controlar y qué riesgos trae su presencia masiva.

23 de julio, 2025 | 00.05

A menudo considerada una mascota exótica por su capacidad de imitar sonidos humanos, la cotorra argentina (Myiopsitta Monachus) se ha convertido en un verdadero desafío ecológico en muchas partes del mundo, considerándose incluso como una plaga difícil de controlar. Con una población que crece sin freno, el animal, oriundo del centro y norte de Argentina, es descripta como inteligente, capaz y sumamente adaptable, lo que hace más fácil su expansión. Sin embargo, las problemáticas de su existencia están relacionadas a factores ambientales y económicos.

Originaria del centro y norte de Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y el sur de Brasil, esta especie ha logrado establecer poblaciones estables en países como Estados Unidos, México, Chile, España, Bélgica, Italia, Portugal, Grecia, Reino Unido y Japón. Investigadores advierten sobre el avance que, pese a su apariencia inofensiva, genera serios daños en la producción agrícola y en la biodiversidad local. El problema ya no es exclusivo del agro ni de estas latitudes, la Myiopsitta Monachus se ha consolidado como una de las aves exóticas invasoras más exitosas del planeta, capaz de adaptarse a entornos urbanos, formar grandes colonias y alterar ecosistemas enteros.

El caso testigo: España, epicentro del problema en Europa

España es hoy el escenario más crítico de esta expansión. En el país ibérico, la cotorra argentina no solo logró adaptarse con facilidad al ambiente urbano, sino que además lo hizo de forma explosiva: un censo nacional estimó en 2015 una población de entre 16.500 y 20.000 ejemplares, concentradas en más de 450 municipios. Las ciudades de Madrid y Barcelona reúnen el 72 % del total, con 6.500 ejemplares en cada una. A este ritmo, algunos estudios proyectan que la especie avanza a razón de 33 kilómetros por año, amenazando con alcanzar zonas agrícolas e infraestructuras clave.

“Es una especie muy común y popular, ya que puede convertirse en mascota y es capaz de imitar palabras”, explica Rosana Aramburú, Dra. en Ciencias Naturales UNLP e investigadora especializada en comportamiento y ecología de aves. Sin embargo, su presencia fuera del hábitat natural no es inocua: “También es conocida por ocasionar perjuicios en cultivos y en líneas de transmisión eléctrica, por lo que en ciertos lugares se la considera una ‘plaga’”.

Una de las claves de su éxito radica en su forma de nidificación. A diferencia de otros loros que dependen de cavidades en árboles o barrancos, la cotorra argentina construye estructuras propias con ramas, que pueden alcanzar dimensiones impresionantes. “Construye nidos comunales, en los que varias parejas adosan sus cámaras individuales. Usualmente esos nidos tienen entre dos y cuatro cámaras, aunque los hay que alcanzan dimensiones mucho mayores”, señala Aramburú. Estos nidos, que funcionan como refugio tanto en épocas reproductivas como durante todo el año, brindan protección frente a depredadores y temperaturas extremas, y pueden ubicarse sobre árboles, torres eléctricas o incluso construcciones humanas.

Esa flexibilidad estructural se complementa con un alto grado de inteligencia y conducta social. “Las cotorras, como otros loros, son aves inteligentes que viven en grupos sociales complejos y tienen un período de desarrollo y aprendizaje extenso antes de independizarse”, afirma. Son altamente innovadores en sus modos de alimentación y pueden manipular alimentos con envolturas complejas. De esa forma, son capaces de adaptarse a situaciones nuevas y acceder a recursos que son inaccesibles para otras aves”.

En términos sociales, las cotorras se organizan de forma variable según la temporada. Fuera del período reproductivo forman bandadas, pero durante la cría predominan los grupos familiares pequeños. Según explica la especialista, el nido comunal es además un nodo de intercambio de información, desde rutas de alimentación hasta mecanismos de aprendizaje. A pesar de su reputación, su presencia no siempre es perjudicial para otras especies: “Los nidos de cotorras son usados por otras aves para adosar sus nidos y/o ocupar las cámaras abandonadas, lo que constituye una facilitación para la cría y para la dispersión de algunas especies en áreas nuevas”.

El caso de España ilustra la dinámica de estas invasiones. “Como consecuencia del enorme impulso que tuvo el comercio internacional de mascotas silvestres en la década de 1990, la cotorra acabó asilvestrada en buena parte del mundo”, cuenta Aramburú. Miles de ejemplares fueron exportados desde Argentina y Uruguay, principalmente a Estados Unidos y Europa, y muchos escaparon o fueron liberados. En el caso español, hoy enfrentan un aumento sostenido de la población y sus consecuencias ecológicas, en parte debido a la falta de depredadores naturales y al clima templado que favorece su reproducción.

Pero este fenómeno de expansión no es nuevo. En Argentina, ya había mostrado una capacidad invasiva notable a fines del siglo XIX. “Una muestra poco conocida de la capacidad invasora de la cotorra es su expansión en la región de los pastizales pampeanos, iniciada después de 1880, cuando los colonos europeos ocuparon los territorios tomados a los pueblos nativos de las pampas al finalizar la Campaña Militar llamada ‘del Desierto’”. La llegada de árboles exóticos como el eucalipto, la expansión agrícola y la construcción ferroviaria —con sus postes telegráficos usados como base de nidos— crearon las condiciones ideales para su propagación en zonas que antes eran inhóspitas para la especie.

Una de las dificultades a la hora de dimensionar el impacto de la cotorra es la falta de un sistema actualizado y sostenido de monitoreo poblacional. “La única manera de responder fehacientemente es mediante un sistema de monitoreo regional, en el que se capten y plasmen las variaciones en la abundancia de la especie en el espacio y el tiempo. En el INTA, condujimos un sistema de este tipo por más de 10 años (2002-2015), pero luego se interrumpió”, explicó la Dra. Sonia Beatriz Canavelli, investigadora de la Estación Experimental Agropecuaria (EEA) Paraná del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

Actualmente, se puede recurrir a plataformas de ciencia ciudadana como eBird, que ofrecen registros colaborativos de observaciones de aves. Sin embargo, Canavelli advierte que aún no existe en esa base un análisis específico para la cotorra argentina en el contexto regional.

Consultada sobre los esfuerzos de manejo y control, Aramburú remarca que los enfoques actuales están lejos de ser suficientes. “Hay factores humanos, incluyendo la sobreestimación de los daños y la tendencia a usar métodos de control poblacional (letal y reproductivo), que probablemente contribuyan a generar un nivel de conflicto mayor del que realmente existe”, sostiene Aramburu. Frente a esa tendencia, propone un manejo estratégico basado en evidencia: “Es necesario explorar enfoques de manejo estratégico, desarrollando investigaciones multidisciplinarias tendientes a identificar claramente los conflictos, cuantificar la magnitud de los daños, aplicar alternativas de manejo adecuadas a cada situación y, finalmente, evaluar objetivamente los resultados, en términos de costo–beneficio” agrega Canavelli.

“No hay soluciones simples para un problema complejo como este. Hay que pensar estrategias regionales, monitorear los impactos y actuar con información científica”, plantea Canavelli. Para ella, el desafío no es solo biológico, sino también social y económico: “Tenemos que aprender a convivir con ciertas especies y gestionar el conflicto, no simplemente eliminarlo”. Aramburú coincide en que el caso de la cotorra obliga a repensar la relación entre humanos y fauna silvestre. “Hay una fascinación evidente por estas aves: son inteligentes, ruidosas, carismáticas. Pero esa simpatía no puede tapar el daño que causan. Entender su comportamiento es clave para no repetir los mismos errores con otras especies”.