Cuando la economía financiera ingresa en el juego perverso de tasas de interés en pesos en alza para contener la suba del dólar, se encienden luces de alerta. En general, en diferentes experimentos pasados, estos momentos han sido precipitados por la debilidad estructural manifestada en el sector externo, variable históricamente minimizada por intelectuales y ejecutores de políticas ortodoxas. Aunque también han sido disparados por la mala praxis en el manejo de la cuestión monetaria y cambiaria.
El plan económico de Javier Milei y Luis Caputo reúne estos dos factores: una tendencia ascendente constante del déficit de la cuenta corriente en dólares, y una pésima administración monetaria y financiera que está alimentando una inmensa burbuja de deuda en pesos.
Este martes, la tasa de interés de las cauciones (préstamos contra garantías de activos) llegó a operarse al 80% anual y las Lecap (Letra del Tesoro Capitalizable en pesos), con vencimiento a fin de mes (8 días), subieron al 90% anual. Al cierre de la jornada, estas tasas terminaron en 58% y 73% anual, respectivamente. Operadores del mercado financiero indican que hubo una activa intervención de organismos públicos -incluyendo el Banco Central- para bajar estos niveles de tasas de interés.
Por el lado del tipo de cambio, el Banco Central participó en forma agresiva en el mercado de dólar futuro, con el objetivo de disminuir las expectativas de alza del tipo de cambio oficial hacia el techo de la banda cambiaria. Las estadísticas del Matba Rofex exhiben transacciones (“interés abierto”, en jerga financiera) de casi 6400 millones de dólares hasta contratos de diciembre de este año. Este monto es el más elevado del gobierno de Milei y sólo superado por el contabilizado a fines de julio de 2022, cuando sumó 7200 millones de dólares.
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El dólar no flota y la tasa de interés no es libre
En el gobierno anarcocapitalista más loco del mundo, las principales variables monetarias y cambiarias están siendo intervenidas en forma determinante por el Banco Central. No es algo nuevo, aunque sí lo es anunciar públicamente que el tipo de cambio flota cuando no lo hace, y que la tasa de interés es libre cuando es regulada por la autoridad monetaria a través de diversas estrategias.
Como se sabe, en diferentes experiencias políticas pasadas, la economía ha tropezado con varias trampas autoinfligidas por equipos económicos que se autopercibían infalibles. Una de las más nocivas, aunque presentada bajo el vestuario de la prudencia macroeconómica, es el uso del alza de la tasa de interés como instrumento para frenar la suba del dólar.
Esta receta, repetida con excesiva regularidad desde la última dictadura cívico-militar hasta los gobiernos democráticos recientes, lejos de resolver los desequilibrios cambiarios, los profundiza. Y no sólo eso: también alimenta un círculo vicioso de recesión, especulación financiera y destrucción del aparato productivo.
Fomentar la codicia para neutralizar el miedo del capital
La lógica con la que se justifica este mecanismo es sencilla: si la cotización del dólar empieza a subir, se eleva la tasa de interés para hacer más atractivos los instrumentos en pesos. Así, los inversores encontrarán más rentable quedarse en moneda local que irse al dólar.
A corto plazo, puede tener algún efecto: se frena momentáneamente la demanda de divisas y se contiene la presión sobre el tipo de cambio. Pero el costo económico y social es elevado, y el alivio es tan transitorio como ilusorio. Este mecanismo se ha repetido en distintos momentos:
- En los años de la dictadura militar, durante el plan de José Alfredo Martínez de Hoz hasta el estallido.
- En el plan Austral de Raúl Alfonsín, con tasas reales positivas que incentivaron la bicicleta financiera.
- En los noventa, bajo la convertibilidad, donde la tasa fija en dólares también generó flujos financieros especulativos.
- En el carry trade durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando la tasa de las Lebac fue usada como ancla cambiaria hasta que todo estalló en 2018.
- Hoy, la dupla Milei-Caputo vuelve a utilizar la misma fórmula.
Se conoce cuál es el desenlace de semejante estrategia monetaria y cambiaria.
La burbuja de deuda en pesos
El problema de la tensión entre tasas de interés en pesos y el tipo de cambio es estructural. La tasa alta actúa como imán para los capitales especulativos, no para la inversión productiva. El dinero llega para hacer una diferencia cambiaria o financiera rápida y luego se va, dejando una economía más endeudada y vulnerable.
Al mismo tiempo, la tasa elevada asfixia el crédito al sector privado. Las empresas no invierten si deben pagar tasas reales exorbitantes para financiarse. Las familias no consumen si los préstamos personales o hipotecarios son prohibitivos. En este contexto, el mercado interno se debilita, las pymes sufren y se produce una caída en el empleo y la actividad. Es la consecuencia previsible de pretender frenar la pulsión dolarizadora de los agentes económicos con medidas monetarias.
Además, el aumento de la tasa de interés genera un costo cuasifiscal oculto: el Banco Central liberal-libertario vuelve a pagar intereses crecientes por los pasivos remunerados a los bancos para absorber pesos de la economía, mientras que el Tesoro Nacional sigue acumulando deuda en pesos, en otra burbuja de títulos en pesos, como la generada en el ciclo especulativo del gobierno de Macri. El responsable de hacerlas es el mismo: Luis Caputo.
Es un esquema especulativo tan repetido como obsceno: mientras se busca frenar el dólar, se traslada al Estado la carga de sostener una tasa elevada, alimentando una bola de nieve de intereses que se pagará con más ajuste en el resto de las partidas del gasto público.
No se puede esperar resultados distintos haciendo lo mismo
El juego perverso tasas-dólar reside, precisamente, en utilizar una herramienta que, en lugar de resolver la volatilidad cambiaria, la pospone y la agrava. La suba de tasas, en lugar de generar estabilidad, incrementa la fragilidad financiera, porque construye una burbuja de deuda interna y desalienta la producción. Cuando esa burbuja estalla —como pasó en 1981, 1989, 2001 y 2018— el costo lo paga la sociedad en forma de devaluaciones, inflación, pérdida de poder adquisitivo y aumento de la pobreza.
Hoy, en pleno experimento liberal-libertario, el esquema se reproduce con una lógica todavía más extrema: tasas reales altísimas, liberalización de los flujos de capital, caída del salario real y casi nulo crédito productivo. El argumento es que el mercado se autorregulará y que vendrán inversiones una vez que se “ordene” la macro. Pero esa promesa lleva años de incumplimiento.
El plan de Milei no es otra cosa que un modelo orientado a la valorización financiera y no al desarrollo productivo, que prioriza la tranquilidad de los mercados antes que la estabilidad macroeconómica. Un modelo que hace del dólar una obsesión y de la tasa de interés un castigo.
Como dice Milei : “No se pueden esperar resultados distintos haciendo lo mismo de siempre”. El detalle no menor es que el propio Milei junto a su ministro de Economía, Luis Caputo, están haciendo el mismo manejo monetario y cambiario que termina en graves crisis económicas y financieras.