Según un nuevo análisis de la Organización Mundial de la Salud que difundió Euronews, en el mundo una de cada seis personas se siente sola y cientos de miles mueren cada año por esta causa. Pero lo notable es que esto afecta al 20,9% de los adolescentes y el 17,4% de los adultos menores de 30, en contraste con el 11,8% de los mayores de 60. Las adolescentes parecen ser el grupo más solitario, con un 24,3% que refieren este padecimiento.
"Hay muchos factores que impulsan a la soledad y el aislamiento", declaró en una rueda de prensa el Dr. Vivek Murthy, ex cirujano general de EE.UU. y copresidente de la Comisión sobre Conexión Social de la OMS; entre ellos, “la mala salud física y mental, la marginación y el uso nocivo o excesivo de medios digitales”. De acuerdo con la entidad internacional, pasar tiempo en soledad no basta para sentirnos solos. Para ello, además de carecer de conexiones sociales, es necesario que la persona lo experimente como un “sentimiento doloroso”.
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La salud mental de los adolescentes ya es un tema recurrente de la agenda pública. Según otro estudio reciente publicado en The Lancet Child & Adolescent Health (Admission to acute medical wards for mental health concerns among children and young people in England from 2012 to 2022: a cohort study, DOI: 10.1016/S2352-4642(24)00293-1), en Inglaterra las admisiones hospitalarias relacionadas con la salud mental de los jóvenes (por ansiedad, depresión e insomnio), aumentaron un 65% en una década: pasaron de aproximadamente 24.000 en 2012 a poco menos de 40.000 en 2022.
En la Argentina, un trabajo que acaba de dar a conocer la institución dedicada al estudio de políticas públicas Fundar revela que los adolescentes demandan atención, pero al parecer casi nadie los escucha. A pesar de que se advierte en forma recurrente sobre los problemas de salud mental que los aquejan, y de que la preocupación de padres y maestros se acrecienta, la falta crónica de datos confiables y la escasez de inversión en dispositivos a los que puedan recurrir dejan a miles de jóvenes sin la atención que necesitan. De acuerdo con este análisis, apenas un 0,4% del presupuesto en salud se destina a este tema.
"Uno de las principales falencias que encontramos es que no hay datos de los cuales partir para trazar estrategias –explica Fernando Zingman, coordinador del área de salud de Fundar y de esta investigación–. Lo poco que hay es lo que surge de las estadísticas vitales, que vienen con dos años de retraso. Incluyen, por ejemplo, las muertes por suicidio, un dato que mantiene la confiabilidad a lo largo del tiempo y se puede comparar, pero también incluyen muchísimas muertes de causa no justificada, que no permiten discriminar las ocurridas por situaciones de violencia. Fuera de eso, tenemos la Encuesta Mundial de Salud Escolar, cuya última edición es de 2018. Nos da información sobre suicidalidad, relación con el cuerpo y algo sobre violencia entre pares. Después, no hay nada más. Todos hablamos constantemente de la salud mental de los adolescentes, pero no tenemos evidencias de qué está sucediendo realmente”.
Desde Fundar, se preguntaron cómo se podría trazar un cuadro de situación que a su vez permita conocer qué hay disponible para atender estos problemas. Y decidieron trabajar en tres ejes: preguntarles a los chicos y chicas qué les provoca malestar psíquico, registrar cuáles son los programas en marcha y verificar cuánto se invierte. “En suma, hicimos el análisis de lo que los chicos dicen, lo que hay y lo que falta –destaca Zingman–. Lo que vimos es que hay una demanda insatisfecha, porque prácticamente no hay respuesta ni forma de cuantificarla”.
Para resolver la primera incógnita, durante diciembre de 2024 realizaron seis grupos focales en tres centros urbanos (Resistencia, Mendoza y AMBA) en los que participaron 54 adolescentes. De ellos, la mayoría había nacido en la Argentina, y 51 se identificaron en categorías binarias, mientras cinco lo hacían con no binarias o trans masculinas. “Intentamos que estos grupos vocales también pudieran dar cuenta de una diversidad en cuanto a los orígenes socioeconómicos de sus familias y que representaran distintos sectores de la sociedad”, explicó Laura Poverene, coautora del trabajo, durante su presentación.
De acuerdo con la especialista, verificaron una coincidencia importante en las manifestaciones de sufrimiento psíquico más importantes, que fueron ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria, suicidio. También plantearon dificultades para dormir, vínculos problemáticos con redes sociales y algo inesperado, pero que coincide con los reportes internacionales: soledad. “Va surgiendo cada vez más como un problema percibido, pese a que están en una etapa de hiperconectividad”, dice Poverene.
Por otra parte, en muchos casos plantearon que sienten al mundo adulto vacilante y poco confiable en el ámbito familiar. Se quejaron de que se minimizan sus problemáticas, desestimando la importancia de su salud mental en comparación con la física. “¿Cómo te vas a preocupar por estas cosas, si tenés techo y comida? –fue la respuesta que mencionaron recibir, comenta Zingman–. [Esto indica que] hay una menor disponibilidad de parte de las familias cuidadoras para sostenerlos emocionalmente en momentos en los que muchas de sus preocupaciones están centradas en la búsqueda de trabajo, supervivencia y alimentación”.
También encontraron que chicos y chicas perciben que en otras instituciones, como las escolares, no hay sistematicidad en las intervenciones y tampoco se termina de dar entidad a sus sufrimientos, como por ejemplo en temáticas de suicidio y hostigamiento entre pares. Otra dimensión que surgió del estudio es que hay serios obstáculos para acceder al sistema público de salud, es difícil conseguir un turno, las esperas son largas y todo eso se traduce en una invitación a buscar atención en el ámbito privado.
En este escenario, el grupo de pares aparece como un espacio protector fundamental para resolver el malestar emocional, y otros problemas y formas de cuidado no institucionalizadas son protagónicas en ese proceso. “Esto no implica que las personas adultas tengamos que corrernos de la escena porque los adolescentes se cuidan entre sí, sino que es importante que podamos pensar en fortalecer entornos de cuidado recíproco, brindando también herramientas para ellos. Hay distintas instancias para crear sentidos en torno de la salud mental y una de ellas es la escuela, que sigue siendo un espacio de transmisión de conceptos que tienen que ver con la garantía de derechos y con una perspectiva más amplia y social”.
Hiperinflación diagnóstica
Para su investigación diseñaron un protocolo que ya está a disposición de maestros, profesores y equipos de salud mental. Allí, también indagaron sobre los espacios digitales y las redes sociales.
Vanina Schmidt, psicometricista del Conicet que estuvo a cargo de su desarrollo, explicó también durante la presentación que fue un gran desafío. “Es una herramienta de rastrillaje para poder monitorear y cuantificar las principales problemáticas de salud mental en la adolescencia –destacó–, una encuesta que produce información basada en evidencia. La idea es que sea aplicable y aplicada de manera sistemática, de manera tal de poder estimar la evolución de las problemáticas de salud mental y establecer prioridades para diagramar políticas públicas”.
Basado en herramientas similares, internacionales y locales, y con casi 200 preguntas, está compuesto por módulos que pueden incluirse o excluirse, según las circunstancias o las necesidades del contexto sociocultural.
“Es una propuesta ambiciosa, abarca muchas áreas y es autoadministrable –subraya Schmidt–. Se responde de manera individual y anónima, pero requiere de la presencia de una persona adulta capacitada para su implementación, ya que algunas temáticas son muy delicadas. Los adolescentes lo tomaron muy bien y agradecieron haber sido consultados. Tienen, evidentemente, una necesidad de ser escuchados. También les pedimos a jueces, expertos, especialistas en evaluación psicológica y en las principales temáticas evaluadas por el protocolo que lo valoren. Incluimos indicadores de ansiedad, depresión y trastornos de la conducta alimentaria, consumo de sustancias psicoactivas (en especial, alcohol, que sabemos que es la más consumida), uso problemático de redes sociales y adicción, pero también temas relacionados con maltratos, ciberacoso, acoso escolar, apuestas en línea, autolesiones, suicidio, violencia interpersonal, que es lo que circula en los medios y es lo que aparece en las escuelas de manera muy llamativa en los últimos años”.
De acuerdo con este estudio, las omnipresentes redes sociales no son vistas solo como algo negativo. Por un lado, contribuyen a un proceso de "autoconstrucción de identidades" y por otro, al "autoetiquetamiento". Encontraron que con frecuencia los adolescentes se apropian de etiquetas psicopatológicas que circulan en su entorno y las interiorizan para tratar de encontrarle un sentido a las vivencias y comportamientos que atraviesan. De esa forma, pueden generar nuevas realidades en función de esas nuevas identidades, pero que a la vez pueden profundizar el malestar porque lo solidifican y se generan situaciones de mayor estigma. Esta internalización de ‘etiquetas’ muchas veces lleva a intensificar la sintomatología, apuntan los especialistas. Un joven triste puede encontrar en las redes el término "depresión" y sumergirse en una "burbuja de información" que lo lleva a identificarse con ese rasgo. “Tiene un aspecto positivo, ya que deja de lado cierto estigma que había en la salud mental, pero también da lugar a un proceso que algunos autores llaman ‘hiperinflación en salud mental’", explica Zingman, refiriéndose a una proliferación de diagnósticos que no siempre reflejan la realidad de la patología, sino una apropiación identitaria.
Zingman también pone en tela de juicio la tendencia a culpar a los adolescentes por problemáticas como el consumo de alcohol. "El que fabrica, vende y promueve el consumo no es un adolescente", explica y cita investigaciones de Hugo Míguez, científico del Conicet que mostró cómo la Argentina pasó de un consumo mediterráneo a uno anglosajón en los años 80 por estrategias de las cerveceras.
El trabajo además arrojó luz sobre la notoria escasez de profesionales y la concentración de servicios. "Hay provincias que no tienen ni un psiquiatra infanto-juvenil, por lo menos registrado", revela Zingman. Los pocos centros disponibles para la atención de la salud mental adolescente están concentrados en las capitales provinciales, lo que resulta en un grave desequilibrio en la distribución territorial.
Y pese a que existe una Ley Nacional de Salud Mental que lo desalienta, la mayor parte de la inversión sigue concentrada en “centros monovalentes” (hospitales psiquiátricos), en lugar de fomentar una atención ambulatoria que es crucial para los adolescentes. “Hay una demanda que queda en el vacío porque no hay respuesta. Pero tampoco forma de cuantificarla", concluye Zingman.
En el mundo, la salud mental es hoy la segunda causa de días perdidos por discapacidad y el 50% de los trastornos de adultos aparecen en la adolescencia. Alrededor de la mitad de las afecciones se inician a los 14 años y el 75% ya se manifestaron a los 24. “Es un tema serio, urgente, porque vamos a tener una población de adultos con aumento de la prevalencia de problemas de salud mental que podrían ser atajados de jóvenes. Eso va a deteriorar la calidad de vida en etapas posteriores de la vida, y tendrá consecuencias económicas y sociales", advierte.
Las propuestas
Para paliar estos déficits, los científicos recomiendan las siguientes medidas, entre otras:
- Desarrollar e implementar un sistema de vigilancia epidemiológica sostenible, estandarizada, comparable, continua y sistemática y asegurar su financiamiento.
- Desarrollar un sistema nacional integrado de datos en salud mental y consumos problemáticos con una estandarización de la recolección y actualización de datos.
- Promover una política nacional de datos abiertos en salud.
- Mantener el presupuesto de salud mental como un apartado independiente y claramente identificable.
- Mejorar la clasificación programática del gasto y la descripción de las políticas presupuestarias.
- Estandarizar y explicitar la información estadística de la población beneficiaria de los programas.
- Desarrollar un caso de inversión que respalde la necesidad de incrementar el financiamiento del sector.
- Fortalecer las estrategias de cuidado entre pares
- Abordar los riesgos de patologización excesiva
- Capacitar a figuras adultas en el cuidado de la salud mental de adolescentes
- Fomentar estrategias comunitarias para combatir la soledad
- Impulsar la integración de la salud mental en la atención primaria y en hospitales generales
- Implementar marcos normativos y legales para la protección de adolescentes en el acceso seguro a tecnologías.
- Ampliar horarios, flexibilizar la atención y reducir los tiempos de espera en espacios de salud mental más accesibles
- Incentivar la radiación de profesionales en zonas críticas.
- Expandir la oferta de residencias en salud mental comunitaria con prácticas obligatorias en contextos rurales y pertúrbanos
- Implementar circuitos efectivos de referencia y contrarreferencia en el sistema de salud.
- Crear registros electrónicos compartidos.