Creó un furby con la voz de Borges que te asiste como Alexa y otros aparatos inspirados en libros: la historia del excéntrico “maker”

Desde hace más de una década, Roni Bandini crea llamativas máquinas inspiradas en obras literarias. Programador, músico y escritor, por un hecho que desconoce fue homenajeado con el nombre de una calle en la ciudad de Temuco.

05 de septiembre, 2025 | 00.05

Cuando era niño e iba a la escuela, Roni Bandini tenía malas notas y algunos problemas de conducta. Vivía con su mamá y su hermano en el barrio porteño de Floresta y solía ojear las revistas de historietas de Lúpin. Los dibujos de ese comic le atraían; en ellos podía ver diagramas con circuitos electrónicos que no entendía, pero lo “hipnotizaban”. A eso de los 10 años sucedió algo que marcaría sus pasos profesionales y artísticos: accedió a una computadora. Llegó a su casa una TK85, un dispositivo que se conectaba al televisor y con el cual aprendió a programar en BASIC con ayuda de libros españoles. Hoy, a sus 51, Bandini tiene decenas de miles de seguidores en Instagram (@ronibandini) y Tik Tok (ronibandini), en donde muestra las llamativas máquinas que crea, como un aparato para inhabilitar a los parlantes que reproducen reguetón o un Furby que habla como Borges.

“Por más que suene un poco absurdo, siempre sentí con la tecnología algo atávico, como si en lugar de aprender hubiera estado recordando”, le narra a El Destape su relación con las computadoras y los aparatos que fabrica.

Bandini se formó en la escuela secundaria ORT del barrio porteño de Almagro y luego cursó cuatro años de ingeniería informática en la Universidad Nacional de La Matanza, donde alcanzó el título intermedio de analista en sistemas de información; pero las máquinas es un tema que él no relaciona a su educación formal y que, quizás, tenga más que ver con otras de sus inquietudes. “En la universidad mi único interés era escribir ficción, entonces es como un poco injusto relacionar las máquinas con mi formación académica, creo”, piensa en alto.

Entre los aparatos vinculados a las letras que Bandini produjo hay una máquina que expende tickets de turnos con textos literarios para hacer más amena la estadía en una sala de espera y un libro electrónico para leer haikus. Asimismo, está “La máquina de pensar en Gladys”, inspirada en el cuento homónimo del escritor uruguayo Mario Levrero; “La cabeza animatronic de Carlos Busqued”; y el “Furby de Borges”.

La historia del “Furby de Borges” grafica un poco cómo es el proceso creativo de Bandini. El aparato surgió como un chiste cuando un escritor amigo le contó que se había comprado un asistente virtual Alexa. “Se mandaba la parte que consultaba las dudas y no perdía tiempo mientras escribía. Entonces pensé en hacer un asistente medio extravagante, invitarlo a casa y que lo viera”, cuenta.

Cuando estaba trabajando esa idea, Bandini encontró un Furby, un muñeco animatrónico con forma de lechuza que fue furor a fines de los noventa por su capacidad de hablar. Entonces, decidió cambiarle la personalidad y ponerle la voz de Jorge Luis Borges. “Al empezar este proyecto me puse en contacto con detalles del juguete. Era una maravilla para aquel entonces: tenía la posibilidad de ir desarrollando un lenguaje, muchísimos sensores y toda la parte del animatronic que es notable”.

La admiración que le produjo el Furby original le generó algunas dificultades a la hora de modificarlo. En una primera instancia, por respeto, trató de no desguazarlo. “Esto me trajo problemas porque el juguete originalmente, de acuerdo a las interacciones que uno tenía, se podía ir a dormir y a veces costaba despertarlo. Entonces llevaba al Furby de Borges a alguna charla y no lo podía despertar. Por eso, finalmente tomé la decisión de sacarle la mayor parte de los componentes del juguete original y pasar a controlar la parte del animatronic con mis propios componentes”.

Desarrollador, escritor, músico; Bandini es todo eso al mismo tiempo y aunque inventa (y mucho) no se siente enmarcado en la palabra inventor. “No es que no me gusta, me parece que hay algunas otras palabras un poco más precisas para lo que hago. El inventor suele estar muy preocupado en inaugurar algo y el maker, de repente, no. Los maker muchas veces hacemos cosas que no somos el primero que las hace. El inventor se apura en clausurarle a los demás la posibilidad de hacer lo mismo. Por eso el tema de las patentes. Yo hago máquinas hace 12 años y no tengo ninguna sola patente, nunca me interesó seguir ese camino”.

Para explicar el mundo de sus máquinas, Bandini fue incluso más allá y también construyó (inventó) un concepto que, cree, define mejor lo que hace. “En la comunidad maker, que es el ambiente donde me muevo, también había una extrañeza con respecto a mis proyectos, más que nada en relación a la funcionalidad o a la falta de funcionalidad. Entonces, empecé a pensar que quizá necesitaba algún otro término y surgió esta idea de contracultura maker”.

“En la contracultura maker la construcción se hace sobre la cultura maker tradicional: tiene los mismos protocolos y dinámicas como la organización más bien horizontal, la colaboración y los aspectos lúdicos, pero después le agrega una restricción y una liberación. La restricción es que los dispositivos tienen que intentar oponerse a lo establecido con el ánimo de abrir algún tipo de conversación. Y la liberación es que uno está liberado de la necesidad de buscar una utilidad consensuada en los dispositivos”.

Los desechos que sirven

Cuando anda por la calle, Bandini suele mirar al costado de los contenedores de basura. Sabe que en esos sitios puede encontrar material: gabinetes, monitores, pantallas, perillas, botones y hasta maniquíes. Hay muchas cosas que otras personas descartan (pedazos de objetos inútiles para una mirada ordinaria) que él junta y utiliza para hacer sus creaciones. Otra forma en que suele conseguir el material a reciclar es a través de donaciones, mientras que los componentes más modernos los obtiene a cambio de desarrollos de proyectos o tutoriales.

Bandini tiene el taller de construcción de máquinas en su propia casa. En un sector está la impresora 3D. Además, hay monitores, herramientas, robots, piezas de arte electrónico y animatronics. Las máquinas, como parte del paisaje hogareño, están distribuidas por todo el espacio. En ese universo trabaja en cada idea. “Suelo tardar entre un par de días y no más de un mes en hacer una máquina, salvo que el proyecto se frene porque, por ejemplo, encuentro una dificultad técnica. Eso me pasó varias veces y ahí lo retomo recién cuando se me ocurre cómo seguir”, explica sobre la tarea y sus tiempos.

La razón de ser de los aparatos que Bandini crea no es una sola. Algunas máquinas están pensadas en relación a problemáticas y tienen funciones de utilidad concreta, más cercanas a lo que se puede considerar un producto de mercado. Una de ellas, por ejemplo, es el “Reggaetón Be Gone”, un dispositivo que logra bloquear parlantes que reproducen reguetón y se hizo muy popular en las redes sociales. En tanto, la gran mayoría de las máquinas de su creación son obras vinculadas a intereses específicos que, incluso, abren preguntas filosóficas o debates. Una de este tipo es la Peron-Peroff, un dispositivo con la cara de Evita que al prenderse reproduce la marcha peronista y se autoapaga rápidamente.

“Yo suelo correrme de esa idea del problema y la solución como una línea entre dos puntos. A menudo, el disparador tiene más que ver con alguna obsesión o el deseo de abrir una conversación o un entramado de referencias que me va llevando hasta algún lugar no tan explorado. A veces puede ser también un desafío, quizá una máquina o un dispositivo que está mencionado pero que nadie hizo”.

En este último grupo de máquinas se encuentra la RAYUELOMATIC, un dispositivo para leer la novela Rayuela en sus distintos modos. Este equipo, una pequeña rayuela que va indicando y registrando la lectura de capítulos, está inspirado en una idea planteada por el propio Julio Cortazar en “La vuelta al día en ochenta mundos”.

“No llevo un registro sobre la cantidad de máquinas. Aparte, tengo algunas que hago a pedido y esas no las publico. Puedo tomar como referencia un repositorio en GitHub donde suelo publicar el código fuente. Tomando en cuenta que en ese repositorio hay 91 proyectos, calculo que andaré por las 110, 120”.

Su vínculo con la literatura

En el ámbito de la literatura, Bandini tiene su recorrido como escritor con varias novelas publicadas y premiadas. “El sueño Colbert” obtuvo el tercer lugar del premio del Fondo Nacional de las Artes en 2007 y fue editada por Galerna en 2009. También en 2007, “La gran Monterrey” obtuvo el premio marplatense Osvaldo Soriano y fue publicada por la Municipalidad de General Pueyrredón. En tanto, en 2013 publicó Macadam (Wu Wei). Además, cuenta con otras tres novelas inéditas: “Llamar para atrás” (finalista del Premio de La Bestia Equilatera, Premio Gombrowicz y tres veces del Premio Clarín), “Morir en Disney” (finalista del Premio Futurock y Premio Clarín) y “La máquina de hacer llover”.

Empezó a escribir en los años de universidad, luego de que se desarmara una banda de rock en la que era cantante y guitarrista. “Creo que me gustó no necesitar instrumentos, no tener que cargar equipos y también que cualquier experiencia pudiera ser volcada en la literatura. Quizá también me gustaba asumir esa identidad. Era como una especie de declaración frente a ese mundo de ingenieros potenciales donde me estaba moviendo”.

Después, llegaron las máquinas y la confluencia de ambos mundos: el de las letras y el de los aparatos tecnológicos. “El cruce es porque empecé a fabricar máquinas y estaba metido en la literatura. Había visto un documental sobre Cortázar donde mencionaban la supuesta existencia de una máquina para leer Rayuela. Seguí el rastro y después me enteré que nadie la había fabricado”.

Una calle en Chile

Hace varios años atrás, Roni Bandini recibió un mail por el que se enteró que en Temuco (Chile) existía una calle que llevaba su nombre. La calle, de una cuadra de extensión, está ubicada en un barrio donde todas las arterias se llaman como célebres escritores fallecidos. Allí, por ejemplo, hay letreros con los nombres de Juan Rulfo, Jorge Amado, Antonio Machado y Albert Camus.

Como en ese entonces no existía Google Maps (donde hoy estas dudas se pueden saldar fácilmente), en cuanto pudo, visitó Temuco y corroboró con sus propios ojos la existencia de la calle “Roni Bandini”. En un video publicado en sus redes, donde suele subir relatos y explicaciones sobre sus máquinas, contó esta anécdota y especuló con que el extraño homenaje podría haber surgido a partir de una web que creó en los noventa para subir sus primeros cuentos y una confusión de quien puso los nombres de las calles.

Bandini trabaja actualmente desarrollando prototipos y dictando capacitaciones maker. Mientras construye sus máquinas, dice también, trata de hacer mérito para valorizar la cuadra que en Temuco lleva su nombre.