“Mi récord es haberle hecho aprender a andar en bicicleta a una mujer de 62 años. Vino sola, quería comprarse una bici y sentí mucha responsabilidad porque tenía miedo de que se rompiera un hueso y viniera la familia a reclamarme. Le recomendé que primero se alquilara una, pero me dijo que no, que de ninguna manera. Así que le vendimos una de rodado 20 para que pudiera llegar con los pies al piso y la usara sin poner los pies en los pedales hasta aprender el equilibrio. Al mes vino a cambiar la bici por una más grande porque ya había aprendido”. La que cuenta esta historia con amor y entusiasmo es Claudia Busato. Ella, junto a sus hermanos Gabriel y Dante, están al frente de la bicicletería “Rodados Busato”, ubicada en Giribone 990, en el barrio porteño de Chacarita.
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El negocio, fundado en la década del 40 por su padre, José Luis Busato, es famoso en el barrio y suelen armarse filas en la vereda. Por dentro hay todo tipo de modelos: urbanos, de montaña, plegables, para adultos y para niños. Las bicis están distribuidas a lo largo y ancho del taller y muchas cuelgan del techo. “Vivimos entre bicicletas. Cuando me dicen cómo ando digo ‘sobre ruedas’ pero en realidad debería decir debajo de las ruedas porque están arriba de mi cabeza”, dice Gabriel entre risas. Los tres hermanos heredaron la pasión de su padre y hoy continúan su legado.
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Los primeros pasos
José Luis Busato comenzó a trabajar muy joven como herrero de autos y ya en ese entonces era un apasionado por el las bicicletas: participaba de competencias de ciclismo en diferentes ciudades del país y su buen desempeño lo hacía cosechar trofeos. A los 22 años, inauguró su primera bicicletería junto a un amigo que era letrista. Juntos alquilaron un pequeño local ubicado en Jorge Newery, entre Guevara y Fraga. En ese local tuvieron un cliente muy especial, un joven que cada vez que iba les daba interminables charlas y contaba anécdotas repletas de bromas. Se trataba de Carlitos Balá. Cada vez que se iba del negocio, el amigo letrista de José Luis decía: “por fin se fue”, porque era chiste tras chiste.
A los tres años, José Luis se independizó y alquiló otro local ubicado en Giribone y Gregoria Pérez. Allí estuvo a lo largo de 25 años en los que fue ganando fama en el barrio de Chacarita. Mientras el negocio crecía al compás del barrio, José Luis notó que había una clienta llamada Vicenta que vivía enfrente y que iba seguido al negocio a inflar las ruedas de su bicicleta. Como las ruedas siempre estaban infladas, José Luis empezó a sospechar que la jovencita estaba interesada en él, y así comenzó una historia de amor a través de cartas. Una amiga de la cuadra oficiaba de correo y entre ellos iban y venían declaraciones de amor a escondidas, ya que la madre de Vicenta no quería saber nada con el amorío, debido a que su hija era más chica que José Luis. “Mi mamá lo enganchó así. Entró como clienta y terminó siendo partícipe del negocio”, relata Gabriel entre risas.
Al poco tiempo se casaron y tuvieron tres hijos: Gabriel, Dante y Claudia. Todos ellos se criaron entre manubrios, aceite y llantas. “Nosotros nunca creímos en los Reyes Magos porque desde chiquitos veíamos que los padres venían a comprar bicicletas los 5 de enero”, rememora Gabriel mientras arregla las llantas de una bicicleta.
En la década del 70 José Luis, con la ayuda familiar y de un crédito hipotecario, compró una casa vieja en la misma cuadra en la que alquilaba el negocio. La remodelaron y mudaron el local a la parte de abajo mientras que la parte de arriba la mantuvieron como vivienda familiar. José Luis solía encargarse de las reparaciones y Vicenta de atender a la clientela.
Los hermanos describen que en los 70, 80 y principios de los 90 “se vendía y se trabajaba un montón”. Eran épocas en las que José Luis atendía el negocio con mameluco y delantal y todos los productos con los que trabajaban, como piñones, pedales o asientos de bicicletas, eran de industria nacional. De a poco, los hermanos se fueron sumando. “Yo hice el colegio industrial y cuando terminé me quedé pegado al negocio, como un imán. Mi hermana primero fue madre de 4 hijas, las crio y cuando crecieron vino y se imantó también. Dante trabaja en un laboratorio y viene los fines de semana a dar una mano. Nosotros tenemos las bicicletas en los genes”, describe Gabriel. José Luis falleció en 2013 y Vicenta hace dos meses.
“Nuestra pasión es reparar”
En Busato venden bicicletas de todos los rodados y para todas las edades. Sin embargo, la verdadera pasión de los hermanos es reparar. “A veces viene la gente y dice ‘en otro lado me reemplazaban la cámara’ pero nosotros no somos cambia-piezas, a nosotros nos gusta hacer el parche y nos gusta la mecánica”, asegura Gabriel. “Todo lo aprendimos de papá, nos enseñó la mecánica y cómo comportarnos, dónde poner arandelas, la grasa. Si tenía que tardar 15 minutos más para engrasar bien, tardaba más, pero siempre el trabajo tenía que salir como corresponde. Tenía mucha pasión y eso nos lo trasladó a los tres”, agrega.
Además de las bicicletas, en el taller se destacan los trofeos de José Luis y las fotos de sus carreras en distintos puntos del país. En las paredes también pueden verse las más diversas herramientas, un reconocimiento que le realizó la Legislatura porteña a José Luis Busato en 2007, y un cartel que dice: “La bicicleta educa la paciencia, el esfuerzo, el placer y el descanso. Mueve le organismo, recrea la vista y deleita los sentidos”.
En el local también hay sillas, veladores y hasta una lámpara realizadas con llantas de las bicicletas por Gabriel. “Es como un hobby. Mi casa está minada de estas cosas y mi señora ya no quiere saber más nada”, añade.
Los cambios en el barrio
Al crecer en el local, los hermanos fueron testigos de los cambios de los usos y costumbres en el barrio. “De chicos llegamos a ver cómo pasaban los vendedores de mercadería con carretas a caballo, porque así como estaba el Mercado de Abasto en la avenida Corrientes, acá cerca estaba el Mercado de Dorrego, donde hoy funciona el Mercado de las Pulgas. En aquella época Giribone era una calle de doble mano. Los caballos hacían sus necesidades y mi abuelo salía con el tachito y la pala a juntar la bosta para usarla de abono para las plantas” recuerda Gabriel. De esos años conservan una herradura que ahora está colgada de una de las paredes del negocio. “La gente las agarraba porque decían que daban buena suerte y llamaban a la abundancia”.
Otro de los grandes cambios que notan los hermanos Busato es la ausencia de chicos y chicas jugando en la calle. “Acá de golpe aparecían bandadas de chicos que venían de distintas casas del barrio, para quienes venir a lo de los Busato era una aventura. Eso cambió totalmente. ¿Dónde están los chicos jugando a la escondida o a la pelota? Los padres ya no los largan a jugar a la vereda. Están dentro de la casa, por temor, por la tecnología, por un montón de factores”, describe Gabriel.
Además del amor por su trabajo, sus hijos heredaron la afición por el ciclismo. “Yo voy y vengo en bicicleta todos los días”, asegura Claudia. “Yo admiro la libertad que te da la bicicleta. Te hace sentir vivo, porque te das cuenta que respiras, te das cuenta que el corazón trabajó. En cambio, con todo lo eléctrico que hay ahora, todo es apretar un botón. En la bici sos vos el que tiene que pedalear para llegar a determinado lugar”, resalta Gabriel.
A Claudia lo que más le gusta de su trabajo es el contacto con la gente y tratar de inculcarles educación vial. “La gente maneja muy mal, no respetan los carriles de las bicisendas y los ciclistas muchas veces van con auriculares o no usan casco. Trato de decírselos bien y con mucho respeto para educarlos en eso.