El factor calle

18 de septiembre, 2025 | 18.39

Los drones pasean sobre la multitud y su recorrido parece infinito, tanto como la cantidad de veces que el video vuelve a reproducirse. Un mar de gente se acumula en la Avenida de Mayo, desde más allá de la 9 de Julio y hasta donde las vallas policiales lo permiten. Detrás se ve el Congreso, como una luna oscura detrás de la cúpula del Palacio Legislativo, un globo gigante con una consigna en defensa de la universidad y la salud pública. Cientos de banderas se sostienen entre la gente, son menos que los carteles que no llegan a salir en las tomas aéreas pero funcionan como guiños entre manifestantes, son herramientas de entendimiento, de coincidencia, una picardía compartida que hace más denso todavía el tejido social que suspendió todo, acomodó como pudo el trabajo, el estudio, el cuidado, y estuvo ayer en la calle, demandando a sus representantes que defiendan lo que es de todos y de todas: la universidad pública, la salud de los niños y las niñas, quienes más merecen estar sanos y jugando, jamás en una cama de hospital, pero cuando llegan ahí, que estén en buenas manos.

“Cuando era bebé el Garrahan me salvó la vida, cuando sea grande me la va a salvar la universidad pública”, un nene de flequillo sostiene el cartel que recorre las redes sociales como la buena memoria del día en que la comprensión colectiva de que no da todo lo mismo, consiguió que dentro del Congreso y en la calle se bailara la misma danza. Desde que asumió Javier Milei y su desbocada ausencia de sensibilidad social, su jactancia de la crueldad, muchas veces la muchedumbre se tuvo que ir de la plaza pública empujada por las balas de goma, los gases, las detenciones arbitrarias. En 2024, más de treinta personas fueron detenidas y acusadas de sedición, encarceladas casi un mes -la mayoría- para que después resultaran sobreseídas por la jueza María Servini, que se despegó del guion que quiso imponer el gobierno a través de Patricia Bullrich por inconsistente.  No puede decirse que ese hecho no fuera disciplinante. Además, dentro del Congreso se le otorgaban poderes extraordinarios al Poder Ejecutivo dándole la espalda al pueblo movilizado. Sin embargo, la calle siguió presionando, pudo más que el miedo, más todavía que la política formal.

“Sería un error interpretativo creer que la crisis del gobierno responde solo a sus errores, a sus internas, a su debilidad de construcción partidaria, a la violencia con que encara su proceso de reformas. Todo eso está, pero también me parece que hay una insistencia, una perseverancia y una puesta en común de las estrategias de movilización en Argentina que son muy claves para ir produciendo una tensión social sobre los problemas”, dice la socióloga María Pía López. Hay una inteligencia colectiva, analiza López, una forma particular de estar en la calle masivamente que vuelve compresible lo que los poderes intentan que permanezca en la opacidad

¿No intentó el presidente, sin éxito, tapar con números sin sentido que el presupuesto 2026 prometía más ajuste a las universidades y no aumentos como se quería maquillar? La falta de credibilidad tiene que ver con la inteligencia callejera. “Las movilizaciones universitarias, que como docente conozco bien, se fueron amasando con muchísimo cuidado, y con una atención muy precisa en cómo no separar a los núcleos más activos de un proceso de lucha que están organizados en sindicatos, centros de estudiantes, de las personas que entienden que lo que se está poniendo en  juego es que la sociedad no es sólo un conjunto de individuos que compiten entre sí, pelean, y cuidan sólo sus propios intereses, sino que una sociedad es un conjunto de cooperaciones, de lazos y de atención a las vulnerabilidades y fragilidades compartidas”, agrega María Pía.

Ayer era tanta la gente en la calle que la falta de señal en los celulares no permitía confirmar si el grito que se contagiaba desde el inicio de la concentración, ahí donde se transmitía en directo, era de alegría por la caída de los vetos o se trataba de otra cosa. La comprensión colectiva, alguien que corría dos cuadras para encontrar un lugar con señal y chequear que había que alegrarse, el clima general de un día de sol que alumbró dentro y fuera de los cuerpos, indicaba de qué se trataba. Fue una fiesta, aun con el dolor de la ausencia de Pablo Grillo, todavía recuperándose del disparo a la cabeza con un cartucho de gas de pimienta que descerrajó, según las pericias, el gendarme Héctor Guerrero. El lugar del disparo ayer estaba marcado sobre el asfalto.

Sin la calle no se puede comprender la política argentina en su totalidad, y seguramente eso le soplaron a Milei para que, de la mano de Patricia Bullrich que ya había ocupado el mismo puesto en el Ministerio de Seguridad para Mauricio Macri, mantuviera la ilusión de desocupar la calle a sangre, fuego y gases, obviando que las multitudes desbordan y aunque se gaste más en balas de goma y cartuchos de gas pimienta que en aumentar las jubilaciones es imposible evitarlas sin un escenario de guerra. Lo entendieron rápido en el gobierno y guardaron sus armas “antimotines” para los grupos reducidos, para hacer exhibición de crueldad y amedrentamiento contra jubilados y jubiladas, contra personas discapacitadas, sus familias y prestadores. Esa resistencia y persistencia de los grupos más vulnerados de la sociedad “produjo un conocimiento público” -dice María Pía López- tanto sobre las políticas de descarte que se intentan aplicar sobre esos grupos como sobre el tamaño de la afrenta que es cobrar coimas por las prestaciones a personas con discapacidad. La revelación de las coimas produjo un quiebre afectivo y político incluso en votantes de Milei, lo reflejaron las encuestas; lo reflejaron también las elecciones bonaerenses y el mismo Congreso donde los bloques amigos al gobierno libertario se fueron quebrando para salvarse del escarnio de quedar afuera del pacto social que significan tanto la universidad pública como la salud de las infancias.

Este año, que empezó políticamente en la calle el 1F, después del discurso de Davos en el que el presidente quiso rugir como el león que cree que es y dijo estupideces homofóbicas escritas a dos manos entre el equipo de Santiago Caputo y Agustín Laje. Esa manifestación marcó un punto de inflexión en el humor social que empezó a recuperar también la consciencia del poder que es capaz de desplegar la calle como lo había hecho en la primera marcha universitaria, como lo hace cada 24 de marzo para decirle Nunca Más al autoritarismo, el fascismo, las dictaduras, nunca más al genocidio. Ayer ese desborde de imaginación en las consignas, de alegría por ser protagonistas de la historia desde el más llano anonimato, de entendimiento colectivo en que hay límites bien concretos para la crueldad tuvo su correlato en el Congreso, se tradujo rápidamente a la política formal. Hoy le toca al Senado y pronto llegará el 26 de octubre, un tembladeral de la economía mueve también el asfalto sobre el que se marcha. Sin embargo, la movilización popular sabe que el peligro no es demandar derechos que hacen al lazo social en este país sino seguir sosteniendo la ficción de que es posible salvarse en soledad cuando se confisca el futuro con deudas cada vez más impagables. Que podrán ser con el FMI, pero son las que desangran a las universidades, los hospitales públicos, las jubilaciones, las prestaciones a personas discapacitadas; incluso las que se meten en la cuenta del supermercado financiada en cuotas. Ese entendimiento también se produce y se defiende en la calle, la política tiene el deber de escuchar.