Las calles de Torre Pacheco, una pequeña localidad agrícola de la región de Murcia, en España, fueron escenario el último fin de semana de una verdadera “cacería de inmigrantes” en pleno siglo XXI. A partir de una agresión que recibió un hombre de 68 años, que todavía se encuentra en investigación, se construyó un discurso racista, alimentado por el odio, que apuntaba a culpabilizar del hecho a un grupo de inmigrantes. Si bien no hay pruebas concluyentes sobre la responsabilidad, desde las redes sociales comenzó a difundirse la versión de que los agresores eran marroquíes, y se compartió un video, que no corresponde al ataque en Torre Pacheco, donde se ve a tres jóvenes golpear a un hombre canoso.
La campaña virtual estuvo coordinada por grupos de ultraderecha, locales y de otras zonas, que comenzaron a convocarse por Telegram, reddit y otras redes sociales como X a trasladarse a Torre Pacheco para sumarse a las barriadas. Llamaron a “limpiar” las calles de España, usando un discurso que mezcla racismo, xenofobia y sed de venganza. Uno de los actores más visibles fue Daniel Esteve, el líder de Desokupa, famoso por sus mensajes violentos contra migrantes, quien publicó: “Se acabó el buenismo… nos vamos a Torre Pacheco a poner orden… ¿quién se apunta?”.
Torre Pacheco es una zona que tiene una de las poblaciones migrantes más grandes de Murcia. La localidad creció un 200% en las últimas décadas y se calcula que un tercio de sus habitantes nació fuera de España. La mayoría se dedica a trabajar en el campo, en condiciones precarias y por salarios de pobreza. Sin embargo, se suele asociar su presencia con el incremento de la delincuencia y la inseguridad.
Santiago Abascal, presidente del partido Vox, publicó un video en su cuenta de X en el que dijo que “España padece una invasión migratoria brutal”; y en el mismo sentido el líder de dicha organización en Murcia, José Ángel Antelo, declaró: “Les vamos a deportar a todos: no va a quedar ni uno. En España se viene a trabajar y a generar riqueza, no a delinquir ni a sembrar el terror". Por estas declaraciones el secretario general del Partido Socialista de Murcia, Francisco Lucas, anunció que presentó una denuncia ante la Fiscalía por un presunto delito de odio.
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El viernes por la noche en el barrio San Antonio, área donde viven mayoría de migrantes africanos, comenzaron los disturbios que se sostuvieron durante tres noches consecutivas. En los videos que subieron los vecinos de la zona, para denunciar lo que estaba ocurriendo con complicidad policial, se puede ver el accionar de diferentes grupos de hombres corpulentos, vestidos de negro, encapuchados, que corren por las calles de barrio con palos y facas para ejecutar la autodenominada “cacería”. Se registraron a menos cinco heridos, varios detenidos, persecuciones, quema de contenedores, autos destrozados, peleas callejeras y gritos al viento con consignas de odio como “España libre de moros” o "No moros, España no es un zoológico". Del lado de adentro de las casas una comunidad entera aterrorizada por la expansión de la violencia.
El punto clave para comprender la gravedad del asunto es la organización. La “cacería” no fue espontánea, azarosa, ni local. Fue una acción organizada desde afuera, desde grupos de ultraderecha que utilizaron un caso eventual por su repercusión y reacción social para encauzar el odio hacia los migrantes. Estos mensajes encajan en un clima ya inflamado por años de discursos políticos de odio que asocian inmigración con delincuencia, pobreza con amenaza, y diferencia con peligro. Las organizaciones sociales y algunos partidos como Sumar, Podemos e Izquierda Unida exigieron que se lleve a cabo una investigación para identificar si existe relación entre el hecho y los discursos de Vox. Mientras tanto, desde la derecha se relativiza lo ocurrido, se habla de “altercados” o enfrentamientos y, se omite la palabra racismo.
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Pero la violencia no comenzó ese día ni en las calles de Torre Pacheco. Lo que este fin de semana se materializó en violencia física comenzó mucho antes en los discursos que disemina la ultraderecha en el debate público a nivel internacional responsabilizando a los migrantes de la inseguridad, de la “decadencia moral” y de todos los males sociales. Lo repiten en los debates en el Congreso, en reuniones políticas, en congresos conservadores y en sus perfiles personales en redes sociales. La idea a imponer es que hay una amenaza, un enemigo interno que, por nacionalidad, origen o ideología, debe ser expulsado del cuerpo social. Los responsables no son solo los autores materiales de los recientes ataques, sino quienes, desde posiciones de poder, crean estos chivos expiatorios y siembran todos los días un clima propicio para que ese odio germine y puedan desviar la atención de las causas reales de los problemas de la población.
Esta narrativa demarcatoria de un enemigo se replica en distintos rincones del mundo, incluso en la Argentina de Javier Milei donde la violencia se está volviendo política de Estado. Desde que asumió el gobierno libertario, el discurso oficial no solo normalizó el odio sino que lo convirtió en su estrategia político comunicacional vertebral. Funcionarios, referentes, operadores, y comunicadores vinculados a LLA militan en redes sociales ideas como “cazar kirchneristas”, “aniquilar ñoquis”, “hacer volar el Congreso” o “erradicar a los zurdos”. Mientras, el propio presidente celebra y retuitea los posteos de sus influencers, que piden cárcel o bala para opositores, promueven escraches, y celebran la destrucción del Estado como si fuera una cruzada moral. Claro que utilizan los memes, las risas y las mesas de paneles para disfrazar la violencia de humoradas inofensivas. Sin embargo, estos discursos son parte constitutiva de una retórica sistemática que deshumaniza, estigmatiza y señala.
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Así como en Torre Pacheco, donde un caso policial eventual se transformó en bandera política legitima de sectores políticos de derecha para justificar la violencia racial y el ataque directo contra los inmigrantes, en Argentina las etiquetas de “ñoqui”, “casta”, “kuka”, “zurdo”, cualidades tan amplias como maleables según la necesidad política, fueron convertidas por el oficialismo en sinónimo de “enemigo del pueblo”, una plaga, un virus, y por ende plausibles de ser destruidos. El propio presidente Milei recientemente en una cena privada en el Yacht Club de Puerto Madero, se jactó de ser “cruel con los ‘kukas inmundos’, con los gastadores, con los empleados públicos… los que les rompen el c… a los argentinos de bien”. Hasta ha hablado de “mandriles”, un término con connotaciones de degradación humillante y violencia simbólica contra esos grupos sociales que son presentados como corruptos, parásitos, degenerados, delincuentes. Y no es casual.
Daniel Feierstein en su último libro trabaja sobre el proceso de construcción del Enano Fascista, y lo remite a la potencialidad de las personas de ser habladas o actuadas por el odio, de “habilitar formas de violencia específicas que logran redireccionar nuestras frustraciones hacia determinadas fracciones sociales – inmigrantes de países limítrofes o de países africanos, jóvenes de barrios populares, miembros de agrupaciones políticas contestatarias, sindicalistas, piqueteros, árabes, judíos, gitanos – que son construidos como ‘responsables’ de lo que nos pasa, generando persecución, hostigamiento, maltrato, discriminación”, de forma tal que se termina descargando sobre ellos el odio que en realidad proviene del malestar producto del sistema económico financiero.
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La historia nos muestra que las cacerías y la violencia organizada no empiezan con los golpes sino con las palabras. El mecanismo y los dispositivos utilizados son los mismos siempre: crear un enemigo interno, señalarlo como responsable de todos los males, incitar a su exterminio y habilitar su eliminación. Mientras en España, las consecuencias de estos discurso, sobre todo contra los migrantes africanos, ya se ven en las calles y barrios. En la Argentina libertaria, ese escenario, empieza a sentirse cada vez con más fuerza, impulsado por el propio gobierno nacional.