Año 1851, Convención de los Derechos de la Mujer en Akron, Ohio, Estados Unidos. Una mujer negra, alta y delgada, camina hacia el frente en la sala y pide la palabra. “Ese hombre de ahí dice que las mujeres necesitan ayuda ayuda para subir a los carros, y para saltar una zanja, y que piden que les den el asiento en todas partes. A mí nunca nadie me ayudó a subir a una carroza, ni a saltar una zanja. ¿Acaso no soy una mujer?”, dijo Sojourne Truth, desde su posición de esclava liberada, madre de 5, a la que le habían vendido uno de sus hijos. Mostró también sus brazos musculosos, nombró los trabajos que realizó, igual que un hombre: “¿Acaso no soy una mujer?”.
La pregunta, insistente, es el primer reclamo registrado a los feminismos por interseccionalidad. ¿Para cuáles mujeres se exigía derecho al voto, a la igualdad? La esclavitud, el racismo, esa crueldad estructural que persiste vuelve imposible hablar en singular de “la mujer” como si se tratara de una identidad homogénea. Hay mujeres, en todo caso, negras, migrantes, pobres, trabajadoras, blancas, ricas, indígenas, cisgénero, transgénero, intersexuales, y más. Es en los cruces entre la clase social, el género, el color de piel, la orientación sexual, como se van delineando las luchas, las demandas de equidad, las formas de vida que hacen de los feminismos -también en plural- movimientos emancipadores. Una verdadera amenaza para las ultraderechas de este tiempo que pretenden instalar un orden binario y violento en todas las relaciones sociales: argentinos de bien vs. zurdos de mierda, por ejemplo. También la loca idea de que sólo existen dos géneros, como proclamó Donald Trump ni bien asumió la presidencia, o que sólo debería existir el matrimonio heterosexual.
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Esta semana, la Corte Suprema del Reino Unido hizo lugar a la demanda de una organización escocesa, For Woman, para que se excluya a las mujeres trans de ciertas leyes y programas destinados a promover la igualdad entre los géneros. Una vez conocido el fallo, un grupo de mujeres blancas festejó en la puerta de los tribunales que se haya votado de manera unánime que la definición de “mujer” sea la del sexo biológico asignado al nacer. J.K. Rowling, la escritora que se hizo ultra famosa -y millonaria- con su saga de Harry Potter, celebró posteando una foto de ella con el mar de fondo, fumando un habano y con una copa de vino en la mano. “Me encanta que los planes se concreten”, escribió aludiendo en los hashtags a la quita de derechos, a la negación de la existencia de mujeres trans que ella financió con una donación pública de casi 100 mil euros.
¿Por qué tanta algarabía? ¿Cambia la vida de las mujeres que llevaron adelante este juicio? ¿O cambia en todo caso la vida de las personas trans ahora excluidas de su identidad femenina? ¿Se festeja la exclusión? La crueldad se expande, tanto como vemos crecer esa sensibilidad fascistoide que suma votos a las ultraderechas en buena parte del mundo.
Y entonces se abrió la cloaca de Viviana Canosa
El fallo de la Corte Suprema del Reino Unido tendrá relevancia más allá de sus fronteras. En principio, el gobierno que conduce el laborista Keir Stramer, dijo que la sentencia “aporta claridad y confianza” en la gestión de espacios no mixtos como hospitales, centros de asistencia a víctimas de violencia por razones de género y clubes deportivos. Es en estos espacios donde se construye a las personas trans como amenaza: fue clarísimo durante los Juegos Olímpicos de Paris el año pasado cuando se acusó de ser un hombre a la boxeadora iraní Imane Khelif, una operación de comunicación en la que participaron desde Georgia Meloni hasta Javier Milei, Santiago Abascal, Steve Bannon y otras figuras que suelen reunirse en el Foro de Madrid o la CPAC, conferencias de la ultraderecha global por las que nuestro Presidente viaja para recibir premios, aplausos e ideas para seguir afianzando acuerdos que delinean enemigos comunes: feminismos, personas LGBTIQ+ e las ideas de justicia social en general.
Javier Milei modificó por decreto la ley de identidad de género para excluir de su acceso a menores de 18 años después de que Trump declarara que en su gobierno sólo habría dos géneros y de que en el Reino Unido también se prohibieran los tratamientos hormonales para menores. Esa modificación puso en riesgo a muchos chicos y chicas que están en ese proceso y cuya suerte depende de los recursos que tengan para exigir sus derechos, aun cuando, a nivel federal, los ministerios de salud del país hayan acordado no interrumpir los tratamientos en curso. ¿Cuáles serán ahora los efectos del fallo del Reino Unido?
Casualmente, esta misma semana, la show-woman Viviana Canosa se lanzó desbocadamente a demonizar a Lizy Tagliani, primero acusándola de ladrona y más tarde, de pedófila e integrante una red de trata de menores con fines sexuales. Todas acusaciones sin fundamento alguno, aunque el fiscal Carlos Stornelli recibió a la denunciante en Comodoro Py para que el show continúe. Tagliani está en proceso de adopción de un niño y es una persona trans. ¿Qué tipo de pánico moral se está ensañando con ella? El mismo de siempre: usar a “los niños” –“las criaturas”, suele decir Javier Milei- como piedra de toque de escándalos que alientan el odio a personas trans, gays, lesbianas; el paso anterior a la quita de derechos. También el aliento a la violencia social que ya se tradujo en múltiples ataques callejeros: desde el lesbicidio múltiple de Barracas, en mayo del año pasado, hasta una sucesión de agresiones contra lesbianas y personas trans que se intensificaron después del discurso del Presidente en el Foro de Davos y después de la Marcha Antifascista Antirracista LGBTIQ+, que le puso un límite a la bravuconada de decir que los homosexuales “son pedófilos”.
Pero resulta que la acusación de pedofilia no sólo sigue viva, sino que es convertida en show por la misma persona que tomó lavandina en cámara para agitar el movimiento antivacunas, que tan bien se funde con las ultraderechas crecientes. De hecho, la denuncia de Canosa se produce después de que estuviera reunida -según ella misma- seis horas con Tim Ballard, un personaje habitual de las CPAC, ex agente de inteligencia de la CIA, que se fotografió con Milei en la Conferencia de Acción Política Conservadora, en febrero para después aparecer en nuestro territorio filmando allanamientos de la Policía Federal como si fuera uno más, en busca de redes de pedófilos.
Ballard es el “hecho real” sobre el que se basa la película The Sound of Freedom, que produjo otra estrella de las conferencias conservadoras, el actor mexicano Eduardo Verástegui, un cruzado contra el acceso al aborto y el matrimonio igualitario; siempre usando a los niños como piedra de toque de su moral integrista. Verástegui es íntimo de Matt Schalpp, “dueño” de la CPAC que no por casualidad viajó a Argentina al mismo tiempo que el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent. Esas son las influencias que ilusionan al mexicano con llegar a la presidencia de su país, aunque en las últimas elecciones no llegó siquiera a la cantidad de firmas necesarias para presentarse a competir.
The Sound of Freedom, que fue estrenada en cine con dudoso éxito, es la historia del rescate de dos niños de una red de trata y ese camino del héroe individual y violento (Tim Ballard) ha alentado a una cantidad de grupos que aparecen en redes cada vez con más crueldad persiguiendo a supuestos pedófilos. El método es entrar a app de citas y hacerse pasar por menores -aunque con poca claridad- para producir un encuentro en el que muchas veces directamente se tortura a quien cayó en el engaño. Sucede aquí, en nuestro país, inspirados por grupos que en el último año fueron tornándose cada vez más agresivos merced a los pocos controles de lo que se publica en redes y también a redes alternativas donde directamente se puede publicar cualquier escena de violencia como Kicks o Locals.
El show de la crueldad está servido. Pero no es solamente un show, se mete en la vida de personas reales, las pone en riesgo, amedrenta a quienes tienen menos recursos para defenderse. Lizy Tagliani podría perder su trabajo en Telefé. Florencia Peña está siendo asediada en X desde el jueves ¿por haberse declarado feminista en algún momento? ¿por ser una mujer sexuada? ¿por qué?
Tal vez porque el show de la crueldad se agiganta al mismo tiempo que los precios en los comercios de barrio. Cuando no hay pan, se ofrece sangre en el circo romano.