El relato oficial insiste en un supuesto equilibrio financiero y cambiario, como base de un despegue de la actividad económica que está cada vez más lejos de concretarse. No es solo un tema de ansiedad al compás de espera, sino que la supuesta estabilidad equilibrio se apoya en pies de barro. La estrategia de reducir los desequilibrios con un feroz ajuste de partidas sociales –jubilaciones, programas sociales, Salud, Educación, entre otros— y emisión de deuda ya llegó a sus límites. No sólo por el nefasto impacto social de la motosierra, sino por el deterioro económico. Las políticas de Milei sólo generaron recesión, pérdida de poder adquisitivo de los ingresos de la población y una transferencia de recursos fenomenal hacia los sectores concentrados. A esto se suma el atraso cambiario que deteriora la cuenta corriente y tapone el ingreso de capitales, lo que acarreará más tarde o más temprano una nueva situación de restricción externa con complicaciones para la actividad y en las cifras de inflación.
El debate por estos días es cuál podría ser la solución menos tortuosa para salir del atolladero, pero cualquier corrección traerá aparejado nuevos problemas. A esto se suma el gap discursivo entre lo que afirma hacer el gobierno de La Libertad Avanza y lo que realmente hace. Por ejemplo, el presidente Javier Milei asegura que estamos bajo una política de emisión cero. Incluso dedico una cadena nacional para informar que blindaría esa medida imponiendo sanciones en caso de que no se cumpla con esta condición. Pero los números dicen otra cosa. “La base monetaria aumentó 35 por ciento (10,4 billones de pesos) desde diciembre mientras que la inflación acumulada fue 17 por ciento”, informó la consultora Quantum Finanzas, que dirige Daniel Marx, precisando que de enero a abril la suba fue de 2,97 billones y de mayo a julio 7,4 billones (22,7 por ciento). De cara a las elecciones de octubre, los interrogantes se centran en el post-comicios y cualquier corrección que se haga con el tipo de cambio.
El supuesto ordenamiento macroeconómico –como si pudiese ser disociado de las problemáticas micro— se está enfrentando con dos cuestiones diferentes pero vinculadas entre sí. “Por un lado, el tipo de cambio real se fue apreciando al compás de una tasa de inflación que se ubicó por encima de lo que el crawling peg permitía deslizar al valor nominal del peso. Por otro, lentamente Argentina vuelve a encontrarse frente a una restricción estructural: su dificultad”, señala un informe de Javier Okseniuk y Melisa Sala para la consultora lcg.
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¿Y el dólar a 600?
El Presidente había estimado que el dólar, una vez flexibilizada la cuenta capital, debería encontrar su equilibrio en torno a los 600/700 pesos. Incluso, se autoimpuso la limitación de absorber divisas del comercio exterior cuando el precio de la divisa se ubicara en los 1000 pesos, algo que no ocurrió. “Hoy no hay dudas de lo falaz que fue cualquier argumentación que afirmaba que el dólar debía ir a 1000, por una aparente (y falsa) noción de escasez de pesos”, explican los autores. Mientras tanto, con una inflación que, salvo por dos meses, coquetea entre el 2 y 3 por ciento, la corrección del dólar sólo generó atraso cambiario, impactando en el comercio exterior.
El tipo de cambio real tocó en abril en mínimos históricos y “si el déficit de cuenta corriente en el primer trimestre de 2025 no fue mayor, comparable al de 2017, fue en gran parte gracias a Vaca Muerta, elemento que permite aguantar un dólar atrasado en un nivel que de otro modo sería insostenible”. El déficit anualizado del primer trimestre fue de 2,9 por ciento del PBI cuando en los peores trimestres de 2017/18 alcanzó valores de 6 por ciento del PBI. Pero, a pesar de Vaca Muerta, 2025 hubiese sido un año fuertemente deficitario en lo externo si se hubiera mantenido el dólar en los niveles de principios de abril. Sin embargo, tras el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el cambio de la política cambiaria a un sistema de bandas elevó la cotización, aunque no lo suficiente para que sea competitivo el mercado argentino. Si el saldo energético hubiese sido el de 2017, el saldo de cuenta corriente hubiera sido de 4,5 por ciento del PBI.
“El superávit fiscal ayuda también a mejorar las cuentas externas en tanto que permite un mayor ahorro interno que se traduce en mejores cuentas externas. Pero en rigor, el superávit fiscal mejora la situación a través de meter menos presión en el tipo de cambio. Dicho más fácil: el tipo de cambio real está en un nivel apreciado a pesar de contar con superávit fiscal. Así, la disociación entre tipo de cambio y saldo de cuenta corriente de la balanza de pagos obedece más a la producción y exportación de hidrocarburos. Vaca Muerta efectivamente corre la restricción externa, pero no la elimina”, detalla lcg.
El mercado tomó nota de que lo relevante para la solidez macro que está faltando (las cuentas externas) no se encuentra en si el Gobierno tiene la capacidad de pedir prestado un puñado de dólares, sino en nuestra capacidad, como país, de exportar en dosis suficientemente altas para superar los bienes y servicios que compramos a otros países. “Por eso el dólar está subiendo y lo seguirá haciendo, habiendo terminado el ciclo más fuerte de liquidación de divisas. Además, la suba del precio del dólar estimula su demanda: menos oferta y más demanda auguran lo dicho”, explican Okseniuk y Sala.
El interrogante es, teniendo en cuenta el efecto negativo que genera en los ingresos en pesos, si con subir el tipo de cambio a esta altura alcanza. Hay una agenda de largo plazo que seguir, que es la mejora de nuestra competitividad estructural o productividad en sentido amplio (no sólo impuestos, procesos, infraestructura y logística, sino también diseño, estrategia comercial y marketing). Sin embargo, esto requiere de un Estado más presente, completamente opuesto a la receta desreguladora del mileísmo.
Festival de importaciones
El Gobierno celebró como un logro de recuperación el aumento del consumo agregado en el primer trimestre del año. Pero no se hizo referencia a que un 80 por ciento de esa demanda fue de productos importados (un 65 por ciento del aumento de la inversión también fue de productos importados). Para ponerlo en términos de evolución, en un año las importaciones crecieron al 43 por ciento (contra el 12 por ciento del consumo). “Esto reflejó, de manera contundente, un clásico dilema argentino: al crecer, se usan dólares, con lo que, para crecer, se necesita generar dólares. La historia económica argentina resumida en un renglón”, explican los autores.
El Gobierno insiste en la apertura comercial, sin mirar los efectos en la industrial nacional. Además, abrir la economía con atraso cambiario no es una buena combinación, porque el atraso hace que la cancha esté desnivelada. La apertura no tiene por qué propiciar de inmediato la expansión de nuestras ventas de bienes y servicios al exterior, como sostiene el Gobierno. Por el contrario: en principio la apertura deteriora el saldo comercial externo. “En síntesis, en caso de que el desequilibrio previo no pueda ser financiado con entrada de capitales, el equilibrio externo se logra o con más tipo de cambio, con menor actividad, o con una mezcla de ambos”, destaca el informe de la consultora.
"Si se tuviera que equilibrar el saldo de la cuenta corriente, la actividad económica debería caer poco más del 2 por ciento en 2026 asumiendo que en promedio el tipo de cambio real se mantiene en niveles semejantes a los estimados para el 2025. Pero, incluso con una depreciación real del 30 por ciento, el equilibrio externo demandaría que la actividad prácticamente no crezca respecto a 2025”, anticipa.
Si entraran capitales, por al menos 10.000 millones de dólares, entonces la restricción se podría aflojar un poco y la actividad aumentar aproximadamente un 2,3 por ciento adicional. No obstante, la dolarización de carteras de los argentinos muy probablemente más que compense, en un contexto de relajación de restricciones cambiarias, estas entradas. De enero a junio de este año, las familias compraron dólares por unos 10.000 millones.
“Lógicamente, depreciaciones (de la moneda) pronunciadas suelen estar asociadas a caídas de actividad, ya sea por la incertidumbre que generan como por los clásicos efectos distributivos. En definitiva, algún sacrificio de actividad podría haber para los meses y años siguientes”, concluye el documento.