“Besando traseros”, la lumpenpolítica en el centro del sistema

10 de abril, 2025 | 00.05

La primera ola de las reformas trumpistas se cerró el miércoles con un nuevo recule, una suspensión por 90 días en los mal llamados “aranceles recíprocos” para los países que, antes que reciprocidad frente a las trabas comerciales unilateralmente impuestas por Estados Unidos, mostraron la voluntad de ir al pie. Según declaró el propio Donald Trump hay 75 países que “nos están llamando. Me están besando el trasero. Se mueren por llegar a un acuerdo”. Para todos los “besaculos”, entonces, habrá en principio 90 días de tregua arancelaria, aunque manteniendo un piso de 10 por ciento. Para China, en cambio, que respondió meditada y consistentemente a la declaración de guerra comercial, los aranceles volvieron a subir hasta un insólito 125 por ciento.

Para el analista, la conducta de Trump sintetiza dos cuestiones complementarias. La primera es que la “lumpenpolítica”, la que se desarrolla cuando los outsiders ocupan el lugar de las élites tradicionales, no era solamente un fenómeno de países bananeros, sino que llegó también al centro del sistema. Segundo, frente al peligro de la chapucería, el sistema, es decir sus elites, reacciona intentando el control de daños, al menos ello parece haber surgido de las sumatorias de llamados a la racionalidad que se multiplicaron en la prensa estadounidense.

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Pero para el resto del mundo el gran error fue tomarse en serio a Trump. Desde la periferia quizá no se sepa mucho sobre la psicología del personaje, pero sí sobre su estilo de negociación. Fue el mismo Trump quien lo definió como de “golpear primero” para después acordar. Quizá los mega aranceles, definidos siguiendo los patrones de alguna IA en función de los déficits comerciales bilaterales, hayan sido solo eso, golpear primero para negociar, para que 75 países, incluido Argentina, le estén “besando el trasero” a Estados Unidos. Incluso es posible que se haya creído que la misma estrategia funcionaría con China, aunque aquí los resultados no serían precisamente los esperados, ya que la nación asiática respondió con una batería de medidas que no serán neutras para Estados Unidos. No solo con reciprocidad arancelaria, sino también con restricciones a las exportaciones de tierras raras, la limitación de exportaciones a corporaciones estadounidenses que producen en China, la restricción en la transferencia de tecnología y el recorte de inversiones, algunos papeles parecen haberse invertido. No debe olvidarse además que los aranceles no los pagan los estados sino los consumidores en el país de destino y que China representa más del doble de la producción manufacturera estadounidense y alrededor de un tercio, que se espera escale pronto a la mitad, de la industria mundial.

Mientras tanto, en la semana que trascurrió desde el “Día de la liberación” hasta ayer se produjo un potente subibaja en los mercados de valores. Quienes siguieron el caso de la criptoestafa del presidente Milei con el token Libra seguramente se familiarizaron con la expresión del mundo cripto “rug pull”, tirar de la alfombra. Trump hizo lo mismo con las bolsas de todo el mundo, pero al revés, primero desvalorizó para después valorizar. Si la estrategia hubiese sido premeditada y no el producto de la torpeza operativa de la lumpenpolítica, que como signo de época ahora se encuentra también en el centro de Occidente, se estaría frente a una estafa de dimensiones planetarias.

De lo sucedido en la última semana surgen algunas conclusiones preliminares. La primera es el sesgo, predominante entre los interesados por la economía, de sobreestimar lo que sucede con el humor de los mercados financieros, cuando lo verdaderamente importante ocurre en el mundo de la producción material. Los mercados suben y bajan de un día para otro y pueden cambiar las señales de precios, pero los cambios en la producción material demandan años de desarrollo. Se puede comprender la añoranza estadounidense por la edad de oro de la segunda posguerra, en Argentina también la añoramos, pero el “inshore”, la desglobalización con la repatriación de la producción de las cadenas de valor, es un proceso que, aun en el caso de que sea posible, demandaría al menos una década. Estados Unidos no puede comenzar a producir a partir de mañana lo que hoy le provee Asia. Las elites estadounidenses lo comprenden. El outsider Trump y su troupe al parecer no, aunque personajes como Elon Musk, que participan de los procesos de producción globales, comiencen a advertirlo.

La segunda conclusión es haber comprado otra sobreestimación, la que el propio Trump tiene sobre el lugar de la economía estadounidense en el mundo. Estados Unidos está lejos de ser una potencia decadente, pero ya no está sola. Y no se enfrenta solo a China, sino a todo Asia, incluido el sudeste del continente, los estados de ASEAN, que ya representan cerca del 10 por ciento de la producción manufacturera mundial. Luego, si bien Asia compra insumos a Occidente, de ninguna manera es dependiente. Rusia, como quedó demostrado a partir del acercamiento post guerra en Ucrania, es una fuente inagotable de materias primas, desde cereales a petróleo. Y África también quedó bajo la órbita china. Luego, la propia China es un continente en sí mismo. Para ella Estados Unidos es un gran mercado, pero no imprescindible. China podría, si quisiese, hasta cerrarse por completo y limitarse a impulsar su demanda interna para seguir creciendo. No es un país del tercer mundo dependiente de dólares e importaciones al que se puede poner de rodillas con unas pocas sanciones.

La tercera conclusión preliminar se deriva de la segunda. Las restricciones comerciales estadounidense podrían ser más perjudiciales y aislacionistas para Estados Unidos que para el Resto del mundo, donde ya comienza a producirse una reconfiguración de las alianzas. No solo podría consolidarse más rápido de lo esperado un bloque asiático completamente liderado por China, sino que hasta la propia Europa podría verse tentada de volcarse hacia el oriente. Como se sabe desde antes de los albores del capitalismo, pocas cosas unen más a las civilizaciones que el desarrollo de los lazos comerciales, los mismos lazos que los súper aranceles de la lumpenpolítica estadounidense intentan intervenir.