Desde hace más de siete décadas, India y Pakistán viven una confrontación permanente con epicentro en Cachemira. El reciente estallido de violencia, en mayo de 2025, ha vuelto a demostrar que la región es un polvorín que podría encender una guerra de escala impredecible. Con armas nucleares de por medio, el conflicto evidencia el involucramiento creciente de potencias mundiales en el conflicto, como China y Estados Unidos.
Un nuevo capítulo en un viejo conflicto
La localidad de Pahalgam, en el disputado territorio de Jammu y Cachemira, administrado por India, fue escenario del peor atentado en décadas, que resultó en 26 personas muertas y decenas de heridos tras un ataque contra turistas en el valle de Baisaran.
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Las autoridades indias atribuyeron el ataque a grupos extremistas con base en Pakistán. El gobierno de Narendra Modi no sólo condenó el hecho como “terrorismo”, sino que, en cuestión de días, puso en marcha la llamada “Operación Sindoor”, una campaña de bombardeos aéreos y ataques con misiles sobre objetivos en territorio pakistaní, incluyendo áreas de la Cachemira administrada por Islamabad, la capital pakistaní.
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El gobierno indio afirmó haber destruido campamentos de organizaciones como Lashkar-e-Taiba y Jaish-e-Mohammed, señaladas como responsables del terrorismo regional. Islamabad, en cambio, lo calificó como “acto de guerra flagrante y no provocado” y respondió con bombardeos, derribo de drones indios y movilización militar.
Lo significativo del combate no fue solo su escala, sino la dimensión tecnológica. Pakistán empleó cazas J-10C Vigorous Dragon, de origen chino, equipados con radares AESA y misiles PL-15, para enfrentarse a los Rafale franceses y MiG-29 rusos de la Fuerza Aérea India. Según reportes no confirmados, los J-10C habrían derribado hasta cinco aeronaves indias.
Aunque China negó haber enviado directamente armamento para este operativo, el conflicto sirvió como “banco de pruebas” para su tecnología militar, marcando un hito en la competencia armamentística entre potencias. El vínculo aeroespacial de China y Pakistán se encuentra muy consolidado. De hecho, China supo ofrecer a la Argentina los aviones caza multirol FC-1 Xiaolong/JF-17 thunder, fabricado de manera conjunta por la Chengdu Aircraft Industries Corporation (CAC) y el Pakistan Aeronautical Complex (PAC).
Lo que comenzó como una represalia por un atentado sin autores oficialmente identificados, escaló velozmente hasta convertirse en el enfrentamiento más peligroso entre India y Pakistán desde el conflicto de Pulwama en 2019. En apenas cuatro días, la violencia dejó al menos 98 muertos, entre ellos 47 civiles, y más de 180 heridos. Tan solo en Cachemira pakistaní se registraron 31 civiles muertos, 206 viviendas dañadas y más de medio centenar de heridos. Casas destruidas, población desplazada y acusaciones cruzadas reavivaron los fantasmas de una guerra total entre dos potencias nucleares.
Del otro lado, la República de la India, uno de los socios más importantes del bloque de los BRICS, bajo las presidencias de Modi, ha promovido un juego de autonomía, que incluye un diálogo estratégico permanente con China y Rusia, y a su vez, un entendimiento con EE.UU, algo que se puede visualizar en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD) que el país mantiene con Japón, Australia y Estados Unidos.
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Cachemira: geografía del conflicto
Situada en la confluencia de India, Pakistán y China, Cachemira tiene una posición geoestratégica crucial. Rica en recursos hídricos y de gran valor simbólico, ha sido reclamada por ambos países desde la brutal, inhumana e interesada partición del Raj colonial por parte del Reino Unido en 1947.
Tras la partición, el principado de Jammu y Cachemira —de mayoría musulmana pero gobernado por un maharajá hindú— fue anexado a la India luego de una invasión tribal respaldada por Pakistán. Desde entonces, ambos países han peleado tres guerras convencionales y una guerra limitada (Kargil, 1999), han cruzado acusaciones de terrorismo e intervención extranjera, y han usado a Cachemira como excusa y campo de batalla para proyectar poder.
Con una población de casi 20 millones de personas, riqueza natural, fértiles tierras agrícolas, reservas hídricas estratégicas y un importante potencial turístico y energético, Cachemira es mucho más que una reivindicación simbólica. Para India, representa la afirmación de su integridad territorial y su nacionalismo hinduista. Para Pakistán, una deuda histórica con los musulmanes de la región, que se expresa tanto en vínculos culturales como en respaldo (directo o indirecto) a grupos insurgentes.
A lo largo de la historia, el conflicto ha escalado en numerosas ocasiones. Entre los hitos destacan:
- Primera guerra indo-pakistaní (1947-1948): finalizó con la creación de la Línea de Control (LoC).
- Guerra de 1965: nueva escalada en Cachemira con saldo de miles de muertos.
- Conflicto de 1999 en Kargil: el primer enfrentamiento armado entre potencias nucleares.
- Atentados de Bombay en 2008 y el ataque de Pulwama en 2019: eventos que casi derivan en guerras abiertas.
Más recientemente, la revocación del artículo 370 por parte de India en 2019, que eliminó la autonomía de Jammu y Cachemira, fue vista por Pakistán como una anexión unilateral y reavivó la tensión diplomática.
Potencias nucleares en colisión
El componente más inquietante del conflicto es el arsenal nuclear de ambos países. Según el SIPRI, India posee entre 160 y 180 ojivas nucleares, mientras que Pakistán cuenta con alrededor de 170. Aunque India mantiene una doctrina de “no primer uso”, Pakistán no descarta un uso temprano si percibe una amenaza existencial.
Ambos países han invertido miles de millones de dólares en la modernización de sus fuerzas armadas. India ha fortalecido sus vínculos con Estados Unidos, Francia e Israel; Pakistán, en cambio, depende casi exclusivamente del apoyo militar y tecnológico de China, que le suministra cerca del 80% de su armamento.
Este alineamiento no es casual. El conflicto regional entre India y Pakistán es, cada vez más, una proyección de la rivalidad global entre EE.UU. y China, con Cachemira como tablero de ajedrez estratégico.
El rol de las superpotencias
El 10 de mayo, el presidente estadounidense Donald Trump anunció en su red Truth Social que, tras conversaciones bilaterales con ambos países, se había alcanzado un acuerdo de alto al fuego. Trump, sin matices, atribuyó el éxito de la mediación a la presión comercial: “Vamos a comerciar mucho con ustedes. Si lo detienen, haremos un trato. Si no lo detienen, no haremos ningún trato”.
Más allá de su estilo provocador, el anuncio fue un movimiento estratégico. EE.UU. aprovechó la crisis para reforzar su rol de árbitro en Asia Meridional, contener una escalada que podía impactar en sus relaciones con India y enviar un mensaje a China: Washington sigue siendo el actor indispensable del tablero global. Sin embargo, el alto al fuego fue frágil desde el primer momento. Horas después, India denunció nuevas incursiones de drones sobre su territorio y acusó a Pakistán de violar la tregua. Islamabad respondió que sus fuerzas actuaban “con responsabilidad y moderación”, mientras acusaba a Nueva Delhi de actuar con arrogancia.
Lo que ocurre en Cachemira no puede entenderse sin el marco geopolítico más amplio del Indo-Pacífico. China ha profundizado su alianza estratégica con Pakistán, no solo en lo militar, sino también a través del Corredor Económico China-Pakistán, una pieza clave de la Nueva Ruta de la Seda. El paso por las montañas del Karakórum convierte a Cachemira en un punto de tránsito para intereses energéticos y logísticos chinos.
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Por su parte, India ha intensificado sus vínculos con Occidente, particularmente con EE.UU., Australia y Japón en el marco del QUAD, a la vez que mantiene su membresía en los BRICS y relaciones comerciales con Rusia. Este doble juego convierte a India en un pivote del equilibrio global, codiciado por ambos polos del denominado G2.
La paz entre India y Pakistán no será posible sin desandar las lógicas geopolíticas de dominación que alimentan el conflicto. Cachemira necesita soberanía popular, reparación histórica y un futuro fuera de la guerra. Mientras tanto, el mundo asiste a una nueva versión de la vieja tragedia: dos pueblos enfrentados por una frontera impuesta, con la amenaza atómica.
Así, el enfrentamiento reciente pone en evidencia la disputa por aliados, mercados y corredores estratégicos como telón de fondo. Cachemira, en ese esquema, es un tablero secundario pero clave: lo que allí se decide puede alterar el equilibrio en todo el sur de Asia.