Estados Unidos, China y la declinación argentina

La disputa entre Estados Unidos y China volvió a exhibir la fragilidad argentina: en apenas días, el gobierno cedió a presiones externas, desmontó y restauró retenciones, benefició a grandes exportadoras y quedó atrapado en una lógica de subordinación que repite viejas dependencias sin ofrecer un rumbo de desarrollo propio.

28 de septiembre, 2025 | 00.05

Carlos Escudé fue un gran pensador de la política internacional. En los años ’90 fue asesor del gobierno de Carlos Menem, concretamente del canciller Guido Di Tella, y un teórico de las tristemente célebres “relaciones carnales” con Estados Unidos. Su tesis de entonces era que buena parte del fracaso argentino residía en no haberse alineado sin chistar con la potencia emergente de la segunda guerra mundial. Por aquellos años, en las materias de Desarrollo económico de la facultad de Economía de la UBA se estudiaba su libro “La declinación argentina” (1996, 4ta ed.), que repasaba las relaciones entre el país, Estados Unidos y Gran Bretaña en la década de 1940. La recomendación de política del texto era bastante obvia, si hubo declinación por no alinearse, lo inteligente, mirando hacia el futuro, era alinearse.

Pero Escudé no se enamoró de sus primeras tesis y como intelectual lúcido no tardó en incorporar en el análisis los cambios en el escenario internacional provocados por el meteórico ascenso de China. Sus conclusiones de este proceso se encuentran en el artículo “China y la inserción internacional de Argentina” (2011), un texto fundante de lo que en el ámbito de las relaciones internacionales se llamaría “realismo periférico”, que antes que proponer alineamientos automáticos con cualquier potencia sugería, a grandes rasgos, no casarse con nadie y pivotear entre los intereses de las grandes potencias en función de las necesidades del desarrollo local. Debe reconocérsele a Escudé la claridad de sus proyecciones en tiempos en que todavía no se imaginaban ni los BRICS ni iniciativas como la ruta de la seda. En 2011 todavía faltaban algunos años para que China pase a ser la economía más grande del mundo (aunque no en términos nominales, sino de paridad del poder adquisitivo, PPA, y aun así el PIB per cápita PPA chino es 4 veces inferior al estadounidense). El rasgo dominante, sin embargo, reside en la dinámica del crecimiento chino y en la pérdida de la hegemonía unilateral de Estados Unidos, proceso que, en la superficie, se expresa en la reacción arancelaria de la administración de Donald Trump y en la disputa de influencias en el mundo en general y en América Latina en particular.

Citamos a Escudé porque representa, en un mismo autor, dos momentos del debate sobre la inserción internacional de la economía local que ya fueron extensamente debatidos. El resultado del debate fue que el alineamiento automático con una sola potencia quedó descartado desde la teoría. Luego aparece la cuestión, también muy debatida, de las complementariedades. La economía argentina es complementaria con la de China y competitiva con la estadounidense. Al mismo tiempo, la complementariedad con la potencia asiática nunca superó los riesgos que ya advertía el propio Escudé, que son los de la reproducción de una relación subordinada como proveedores de materias primas a una economía industrial en crecimiento vertiginoso, es decir, el riego de vender sin valor agregado e importar con alto valor agregado y con déficit externo al final del camino. Lo que hoy puede advertirse mirando los números de Intercambio Comercial que publica el Indec.

Visto desde la perspectiva de las potencias, EEUU no necesita que Argentina se desarrolle porque le vende al mundo los mismos productos que su economía. Y China tampoco necesita el desarrollo de la economía argentina más allá de las materias primas y la infraestructura, al mejor estilo UK a fines del S.XIX. Si alguien tenía alguna duda al respecto, los hechos de esta semana fueron especialmente gráficos y potentes. Nos referimos al affaire retenciones al agro, injerencia imperial, sojeros estadounidenses, exportadoras locales y los 20 barcos chinos. 

Repasando brevemente, las últimas dos semanas fueron las más turbulentas de la administración de Javier Milei. Las ventas de 678 millones de dólares de reservas el pasado viernes 19 habían marcado el “game over” del modelo de ancla cambiaria contra endeudamiento externo. Solo los tuits inéditos del lunes 22 del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, estratégicamente enviados minutos antes de la apertura de los mercados, evitaron la catástrofe. Nada estaba saliendo acorde al plan y la intervención providencial y sobre la hora del amigo americano conectaron nuevamente un pulmotor a segundos del ahogo final.

Aunque chapucero, el equipo económico, que ya venía trabajando el apoyo estadounidense, nunca dejó de ser consciente de que el contante y sonante de cualquier ayuda tardaría más que las necesidades inmediatas para sostener el tipo de cambio, por eso negoció con las exportadoras locales, vía eliminación de retenciones, la liquidación de 7000 millones de dólares al costo multimillonario de alrededor de 1.800 millones, en principio por 40 días.

La secuencia que se desató fue una muestra palmaria de que el costo del apoyo de Estados Unidos fue inmediatamente la vergonzosa subordinación de las decisiones de política económica. Empezó con la queja de los sojeros estadounidenses por la baja de retenciones de Argentina, lo que a su vez fue una muestra impresionante del carácter competitivo de las dos economías. A partir de la baja de retenciones se produjo un rápido crecimiento de la demanda china aprovechando el efecto precio y afectando las ventas de Estados Unidos. Lo llamativo fue que esto se supo porque un reportero de AP fotografió el teléfono de Bessent en la asamblea de la ONU, donde podía verse el reclamo sojero desde la Secretaría de Agricultura de su país. Por estas quejas, Bessent había incluido en el apoyo del lunes 22 la demanda por la restauración de las retenciones. Ni lentas ni perezosas, las exportadoras locales agotaron en tiempo récord el cupo de 7000 millones que se esperaban liquidar en 40 días, reduciéndolo a sólo 3 días, con lo que el gobierno eliminó la quita de retenciones, aunque todo el efecto ya se había producido. Si se anualizase, al estilo Milei, la tasa efectiva de 26 por ciento por 3 días, daría más de un billón por ciento, es decir se pagó una tasa que tiende a infinito.

El detalle secundario, pero que generó la furia del sector agropecuario, fue el destacado por el periodista Matías Longoni el mismo miércoles 24. Quienes se apropiaron mayormente del diferencial de ventas sin retenciones fueron las grandes exportadoras, con prácticamente nulo efecto sobre los ingresos de los productores, que vieron como se esfumaba lo que en principio recibieron como una buena noticia. Pequeñas delicias del capital comercial. Si el equipo económico negoció previamente con las exportadoras las liquidaciones, las opciones sobre la mesa pueden haber sido tres: o existió un acuerdo non sancto, como sugirió el periodista Longoni, o se pasaron de generosos con los incentivos para liquidar, o bien hubo una evidente mala praxis de política económica que no previó los efectos globales de la medida al interior de la cadena agropecuaria, una cadena que cualquier economista local debe conocer al detalle. En el camino, China, como lo advirtió la USDA, no dejó pasar la oportunidad y se compró el cargamento de 20 barcos. El que no corre vuela.