Fracasos pendulares y el desafío imposible

Cómo atravesar la tarea casi imposible de que la dirigencia política y el poder económico converjan detrás de un modelo de crecimiento que lleve a un capitalismo virtuoso pero lejos de intereses cortoplacistas y destructivos de las elites.

21 de septiembre, 2025 | 00.05

La dirigente política más perseguida de la historia reciente, Cristina Fernández de Kirchner, advirtió esta semana algo que estaba en el aire, que el nuevo fracaso de un experimento neoliberal, es decir de ajuste sostenido a fuerza de deuda, será reinterpretado por la prensa y la clase dirigente, política y económica, como el producto de los desvaríos de un loco. La historia no es nueva. Siempre que esta clase de experiencias fracasaron, se trabajó arduamente para que las ideas no se manchen, para que el modelo quede libre de culpa y cargo y nuevamente disponible para su reutilización futura.

El fracaso del neoliberalismo de la dictadura, por ejemplo, se atribuyó, precisamente, a que era una dictadura. El de la experiencia menemista se cargó a cuenta de un estado de corrupción generalizada. Aquellos años fueron la génesis del honestismo que todavía impregna a buena parte del periodismo. Si el problema era la corrupción y no el modelo, la solución era fácil: un gobierno honesto, pero que no toque el modelo. El resultado fue la amarga experiencia de Fernando de la Rúa y la insistencia en la convertibilidad hasta su implosión en 2001. El fracaso del macrismo, en tanto, se atribuyó al presunto gradualismo, a no haber practicado aquello que fue la jactancia de los años ’90, “la cirugía mayor sin anestesia”. Por eso el anhelo macrista era un “segundo tiempo” para “hacer lo mismo, pero más rápido”.

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El mileísmo llegó para cumplir estos sueños, fue una suerte de macrismo plus con el agregado del mito del súper ajuste con apoyo popular, mito que fue pulverizado en las urnas el pasado 7 de septiembre, cuando los ajustados dejaron de votar por los ajustadores. Los argumentos del presente para no mancillar la pureza de las ideas son otra vez instrumentales. Milei no habría sido lo suficientemente liberal, no dejó flotar el dólar, tuvo un Banco Central intervencionista, no redujo realmente la cantidad de dinero, en suma, a pesar de las algaradas no profundizó. Finalmente, a fuerza de años impares, a la mirada de conjunto comenzó a sumársele un nuevo componente: el problema residiría en el exceso de democracia, esas votaciones bienales que obligan al testeo popular de la marcha de cualquier plan. La síntesis sería que la democracia debería dejar de ser un dato endógeno de cualquier programa económico, la recurrente zoncera mayúscula de una economía presuntamente científica separada de la política.

La pregunta que cae por su propio peso, la que cualquier imaginario observador imparcial no puede evitar formular, es por qué las elites locales, las burguesías grandes y pequeñas, recaen una y otra vez en programas que la historia demostró condenados al fracaso. Escuchar las demandas presentes de los sectores empresarios es hasta desmoralizador. Los organizadores del “Coloquio anual de IDEA”, por ejemplo, sostienen por estos días que “con el superávit fiscal no alcanza, ahora también hay que bajar impuestos”. Nótese que, en plena destrucción de las funciones más básicas del Estado, las elites siguen pidiendo siempre más ajuste.

La ausencia de un proyecto de país

La lógica del comportamiento de los actores económicos es la misma en todo el planeta y los empresarios locales no son necesariamente distintos a los del resto del mundo, pero el dato distintivo de la clase dirigente local es la completa ausencia de un proyecto consistente de país. Todo parece limitado a un discurso anti Estado prefilosófico, es decir sin relación con una determinada perspectiva de organización social, sino con la única voluntad de pagar menos impuestos, de contribuir lo menos posible con el resto de la sociedad. No existe visión win-win, ni búsqueda alguna de armonía social. Solo se persigue la angurria y el triunfo permanente en la lucha de clases. Son los mismos actores que, mientras gozan de una impunidad histórica, se quejan de la emergencia de discursos “antiempresarios”.

En contrapartida muchos gobiernos nacional-populares incurrieron en déficits presupuestarios sostenidos que dejaron una inflación elevada. Fue el descontento provocado por estos procesos inflacionarios más o menos prolongados lo que derivó en gobiernos neoliberales. Pero los gobiernos neoliberales generan siempre algo muchísimo peor: el crecimiento irresponsable del endeudamiento en divisas que condiciona a la economía por generaciones, reduciendo los grados de libertad de la política económica en beneficio de los acreedores. El esquema que repiten es siempre el mismo, utilizar el endeudamiento externo para sostener un tipo de cambio apreciado. El mecanismo se repite porque, mientras dura, el dólar barato es una suerte de panacea, funciona como estabilizador automático y genera un efecto riqueza sobre los ingresos. Incluso algunos gobiernos nacional populares, como el tercer kirchnerismo, cayeron en la tentación de abaratar la divisa, aunque no lo hicieron consumiendo endeudamiento, sino las reservas acumuladas en los períodos de bonanza.

La restricción externa e interna

No obstante, es indispensable superar el falso dilema entre déficit interno y déficit externo. Existe una lectura superficial según la cual la heterodoxia se desentiende del déficit fiscal y la ortodoxia se desentiende del déficit de la cuenta corriente del balance de pagos. Esta dicotomía representa una de las grandes confusiones de los economistas locales sobre su propia economía y sintetiza el verdadero péndulo de los fracasos económicos de las dos corrientes principales. Por ejemplo, frente al evidente fracaso en el que se precipitó el gobierno de La Libertad Avanza, reaparecieron algunas voces de reivindicación de los errores del pasado: “¿vieron que el problema no era el déficit fiscal?” “¿no vieron que la mayoría de los países tienen déficit e igual les va bien?” o la peor “¿vieron que el cepo no era el problema?”.

La primera respuesta es que el fracaso del adversario no redime de los fracasos propios. No asumir lo que se hizo mal y trajo como consecuencia al mileísmo es no aprender de la historia y quedar condenados a repetirla. Por eso es necesario advertir sobre “la gran confusión” que considera a los déficits interno y externo como fenómenos autónomos e ideológicamente enfrentados. En tanto restricciones, ambos déficits están relacionados.

Detengámonos brevemente en la secuencia del proceso económico. Cualquier gobierno puede expandir el Gasto todo lo que desee. Inicialmente no es verdad que para gastar primero haya que recaudar. Para financiar el gasto un gobierno puede simplemente emitir. Ese gasto se traduce en un aumento de la demanda agregada, lo que es lo mismo que decir en un aumento de la actividad económica. Pero aquí viene la parte que algunos olvidan: sobre esa actividad el Estado recauda impuestos, con lo que retira de circulación lo que inicialmente había introducido vía Gasto. Nótese que primero gasta y después recauda, pero la mismísima Teoría Monetaria Moderna dice que al hacer esto se evita que el exceso de dinero impulse la inflación. Luego, el aumento de la actividad también tiene impacto en el comercio exterior. Dada la estructura económica argentina, cuando la economía crece impulsada por la expansión de la Demanda Agregada, las importaciones lo hacen mucho más rápido que las exportaciones, con lo que el crecimiento interno choca con el límite externo (por una cuestión de simplicidad analítica no se agregó aquí la demanda de divisas por compromisos externos y para reserva de valor en una economía sin moneda).

Dicho de manera rápida, la expansión del gasto, que impulsa el crecimiento del PIB, está limitada por la disponibilidad de divisas. La primera conclusión preliminar es que las restricciones interna y externa no son asuntos separados, son parte de un mismo proceso. La segunda conclusión es que, aunque la restricción principal sea la externa, el déficit fiscal importa. No se puede tener cualquier déficit, porque a partir de cierto punto comienza a operar la restricción externa y se pone en marcha la causa central de la inflación, que es el aumento del principal precio básico de la economía, el del dólar. Y si un gobierno mantiene una alta inflación corre el riesgo de caer bajo el veto democrático. Finalmente, la tercera conclusión es que no se necesita recaudar antes de gastar, pero aunque ocurra ex post, recaudar en proporción al Gasto también importa.

El desafío de un capitalismo virtuoso

La conclusión general, además de la relación entre ambas restricciones, es que el Gasto es una herramienta para la conducción del ciclo, es decir para llevar el nivel de producción a la frontera de lo que los dólares disponibles permiten. El objetivo de la política económica no es el equilibrio fiscal como fin en sí mismo, sino impulsar el crecimiento, es decir aumentar la producción y los ingresos. Prescindiendo incluso de cualquier noción de justicia redistributiva entre el capital y el trabajo, el crecimiento de la producción le conviene a todos los actores económicos. Su equivalencia es el aumento del volumen de ingresos. El resultado al final del camino es, ni más ni menos, que un capitalismo virtuoso.

El desafío para la clase política es dificilísimo, consiste en concebir un proyecto de desarrollo que no esté condicionado por los intereses cortoplacistas y destructivos de las elites, que no se limite a complacer las demandas todavía más cortoplacistas de los mercados y que no sucumba a un distribucionismo escindido de la producción. No hay mejoras sostenibles en la distribución del ingreso sin mejoras -al mismo tiempo, ni antes ni después- de las cantidades producidas. Por eso el crecimiento es la mejor herramienta para compatibilizar cualquier plan económico con una democracia que habilita vetos bienales. 

La tarea parece casi imposible, porque son las mismas elites que se necesita conducir las que financian tanto la elaboración de planes económicos -aquí vale recordar que el decreto 70 de Javier Milei fue redactado íntegramente para la candidata presidencial del PRO Patricia Bullrich- como la formación de cuadros políticos y técnicos y el financiamiento de las campañas electorales. La construcción de nuevos consensos para la organización nacional aparece como una tarea ciclópea, casi una lucha impar contra los molinos de viento.