Se supone que los fracasos recientes de los gobiernos nacional populares, junto al apoyo en las urnas que recibió Javier Milei para llevar adelante un híper ajuste destructivo, habrían aportado a la construcción de un nuevo consenso político sobre el déficit presupuestario, es decir sobre el déficit interno.
Efectivamente existen algunas reglas de hierro. En macroeconomía no se puede violar indefinidamente la contabilidad nacional sin pagar las consecuencias. Existe un viejo apotegma, muy repetido por el fiscalismo, que sostiene que “el déficit fiscal no es de izquierda ni de derecha” y que lo que realmente importa es cómo se financia. Es una verdad de Perogrullo afirmar que una economía no puede mantenerse en déficit permanente y que el buen gobierno debe buscar siempre el equilibrio de las cuentas públicas. Este condicionamiento es todavía más fuerte en economías que, como la local, no tienen desarrollado su mercado de deuda en moneda propia y que, especialmente, presentan un problema estructural de restricción externa.
Sin embargo, cuando el fiscalismo habla de déficit concentra su atención solo en uno de sus componentes, el Gasto, un énfasis que lo lleva a desdeñar el segundo componente, los ingresos. Finalmente, el déficit fiscal es el resultado negativo de Gastos menos Ingresos. Si se asume que los componentes que determinan el déficit interno son dos, se pueden abordar dos estereotipos muy marcados que, como todos los estereotipos, tienen anclaje en la realidad: Los populismos de izquierda y de derecha. El fiscalismo repite, no sin razón, que el populismo de izquierda gasta desaprensivamente sin pensar en el financiamiento. Lo que nunca dice, porque nadie está obligado a declarar en su contra, es que el populismo de derecha es desaprensivo con los ingresos, que nunca duda en reducir o eliminar impuestos o en aumentar el endeudamiento público, especialmente el externo.
En jerga mileísta se es “degenerado fiscal” cuando se propone el aumento del Gasto sin proponer cuál será su financiamiento, pero también se es “degenerado fiscal” cuando se reducen o eliminan impuestos sin explicitar cuáles serán los gastos que serán recortados para financiar la baja en la recaudación. No se dice, por ejemplo, cuantos Garrahams adicionales deberán destruirse cuando se bajan retenciones o cuánto deberán bajar las jubilaciones cuando se incentiva la informalidad laboral. Y ya que se habla de retenciones, es decir de impuestos que funcionan a la vez como aranceles, cuando se anuncie alegremente la baja de retenciones al agro seguramente tampoco se explicitará quién pagará el efecto precio sobre el conjunto de la economía.
La verdad nada oculta es que el “fiscalismo de un solo lado” no persigue el necesario equilibrio de las cuentas públicas, sino la destrucción del Estado, incluso en funciones sobre las que se suponía existía un relativo consenso extendido, como salud y educación. El razonamiento de las elites locales es lineal: Estado igual impuestos. En consecuencia, menos Estado es menos impuestos. Quizá a la porción más ilustrada de las elites económicas les repugnen Milei, su estilo y su troupe, pero todos coinciden, satisfechos, orondos y sin privaciones, que el shock anti Estado era un “reseteo necesario”, algo que debía hacerse. A la vez, la teoría de Milei como el mal necesario va de la mano de la ilusión del advenimiento futuro de una derecha más civilizada, que incluso hasta podría ser encarnada por un peronismo “domado” que asuma las premisas del supuesto nuevo consenso fiscalista.
Pero no debe mirarse solo la paja en el ojo ajeno. Para llegar al actual estado de situación fue imprescindible la preexistencia de una heterodoxia boba, esa que cree que la llamada Teoría Monetaria Moderna puede aplicarse en países que no disfrutan de una moneda propia que sirva como medio de pagos internacionales o que tienen restricción externa. La que cree que en una economía periférica el déficit desaparecerá mágicamente con el crecimiento desdeñando la interacción con el déficit externo. La que afirma, contra toda evidencia histórica y al margen de los mecanismos, que el déficit fiscal no genera inflación. La que cree que considerar a la inflación como “un impuesto” que pagan los asalariados que llegan sin excedente a fin de mes es un “invento de la derecha”, la que cree que la inflación no importa si los salarios la acompañan. Y finalmente, también la que cree que todo se resuelve mágicamente expandiendo el gasto y que el criterio de eficiencia no corre cuando se gasta dinero público.
La existencia de una oposición anquilosada e intelectualmente perezosa, que sigue enfrascada en el internismo de siempre sin registrar los efectos que su conducta tuvo en 2019-23, incluso repitiendo la metodología ahora contra el gobernador de la provincia de Buenos Aires, parece ir a contramano de la necesidad imperiosa de reformular la propuesta para ofrecerle a la sociedad. Una sociedad que ya no tolera la inflación y que ya demostró que prefiere “cualquier cosa”, hasta soportar un ajuste irracional, antes que continuar con la inestabilidad macroeconómica. En consecuencia, cualquier propuesta de futuro deberá incluir disciplina en materia de equilibrio presupuestario.
La economía local necesita dos cosas esenciales, recuperar su moneda y aumentar exportaciones. Y no hay forma de recuperar la moneda sin sostener una baja inflación durante muchos años. El equilibrio presupuestario es una precondición. Sin embargo, una conclusión preliminar es que las cuentas equilibradas no son sinónimo de destrucción de gastos esenciales para cualquier sociedad que aspire a algún nivel de desarrollo, como la infraestructura, la salud, la educación y la ciencia. Así como es necesario ser cuidadosos con el Gasto, también se lo debe ser con los Ingresos. A la vez, los impuestos, que siempre reflejan relaciones de poder social en un momento dado, no pueden ser irracionales, lo que quiere decir que no pueden afectar la competitividad internacional de ningún sector económico. Por eso una recaudación eficiente, que mejore los ingresos públicos para un Estado que no descuide tareas esenciales, es un trabajo fino y muy técnico que no podrá estar ausente de cualquier propuesta de futuro. Puede que el déficit, como número, no sea de izquierda ni de derecha, pero sí lo es la forma en que se lo aborda. Llegado este punto no podrá dejarse de lado el tratamiento de la gran herencia que dejará el mileísmo, la potenciación del endeudamiento, lo que augura una inevitable reformulación de la relación con el FMI.