Visto con pulcritud por una Inteligencia Artificial neutral podría parecer extraño, pero los grandes guardianes de la República, los mismos que siempre tildaron al peronismo de autoritario, albergan en sus corazones una gran esperanza: la esperanza del tercio.
Quienes daban cátedra sobre división de poderes y sobre la importancia de la construcción de consensos, los viejos lobos radicales de “Argen” y “Tina”, hoy solo aspiran a que el presidente más autócrata de la democracia pueda seguir gobernando por decreto, es decir a que el Poder Legislativo se limite a la función de evitar el rechazo de los decretos del Ejecutivo.
Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.
Perimido el sueño embelesado del triunfo electoral tras el ajuste “más grande de la historia”, el número áulico buscado por el oficialismo y sus cercanos es treinta y tres por ciento de las dos cámaras. Hasta se lo hicieron entender a los gobernantes del gran país exportador de democracia. Fue el propio secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, quien explicó urbi et orbi que, para el administrador formal de la nueva colonia, ganar este domingo era conseguir el tercio.
Contra toda previsión, al experimentado financista le resultó más fácil comprender las formalidades institucionales argentinas que el berenjenal del Vietnam cambiario local, al que no consiguió doblegar a fuerza de tuits y expectativas, como esperaba, y que le está consumiendo más dólares de los imaginados. Hasta la antepenúltima rueda preelectoral y de acuerdo a la agencia Bloomberg, habría desembolsado entre 400 y 500 millones de dólares vía dos bancos de su país, el JPMorgan y el Citi. Seguramente habrá tiempo para las cuentas finales, tarea que probablemente emprenderá otro Congreso, el de Estados Unidos.
Nótese otra particularidad de la época, la intervención absolutamente directa y abierta de una potencia extranjera en unas vulgares elecciones de medio término. Desde tiempos de Spruille Braden alcanzaba la vía tradicional de la Embajada, generalmente efectiva salvo excepciones. Nunca se había recurrido a las primeras líneas de la administración, comenzando por el mismísimo presidente Donald Trump, para quien los argentinos necesitan ser ayudados porque “están muriendo”. Javier Milei no solo nacionalizó en septiembre la elección bonaerense, sino que ahora, como señaló agudamente el analista Abel Fernández, logró internacionalizar las legislativas nacionales. Una proeza que pronto se dilucidará si fue error o acierto.
La segunda doble vara que hoy hacen evidente los repúblicos locales fue la de la corrupción. Hablar de corrupción como sustituto a hablar de política siempre fue la estrategia del establishment para combatir a los gobiernos nacional populares. Es verdad que estos gobiernos no privaron al adversario de algún insumo, pero el punto es que al igual que con la división de poderes, a los repúblicos sólo parece interesarles la corrupción de los otros, nunca la de los propios.
No se trata solo del departamento coqueto de alguna ex gobernadora, ni de las incontables e inexplicables propiedades de algún legislador. El fenómeno de la corrupción mileísta es mucho más extendido y oscila entre lo lumpen y lo estructural.
El caso de la criptomoneda $Libra fue una “presunta” estafa financiera que, como señaló el propio Javier Milei en uno de sus tantos sincericidios, tuvo la virtud de no involucrar dineros públicos, solo la buena fe, y los dólares, de inversores privados que creyeron en la promoción hecha, de buena fe y para alentar las inversiones, por un Presidente de la Nación.
La “presunta” estafa de los recursos para discapacidad por medio de una estructura de retornos del ocho por ciento, con siempre “presuntos” tres (3) puntos con terminal en la Secretaría General de la Presidencia, fueron más palpables y sensibles para el público general, no especializado, y también una contribución al acervo musical nacional gracias a una nueva versión del clásico Guantanamera, aunque sus versos ya no sean los sencillos de José Martí.
Finalmente, el destape de los millonarios fondos con origen “presunto” en el narcotráfico recibidos nada menos que por el renunciado primer candidato a legislador bonaerense, el mismo que los votantes de la provincia encontrarán este domingo en las boletas en el cuarto oscuro, fue la frutilla del postre. Sin embargo, note el lector que a días de los comicios la prensa hegemónica, a diferencia de la ajetreada cotidianeidad que ejercían en tiempos de gobiernos nacional populares, no tiene el tema en agenda y, a lo sumo, fue relegado a las páginas impares.
Hasta aquí falta la corrupción más onerosa, la estructural. Resulta extraño que tanto la clase política oficialista como la para oficialista, esas segundas marcas de La Libertad Avanza; el PRO, Provincias Unidas y muchos gobernadores, todos quienes le votaron al oficialismo todas las leyes, que le sostuvieron todos los decretos que pudieron y que ahora se esperanzan con cogobernar la segunda etapa, no se escandalice con una administración que no hace más que tomar deuda todos los días para sostener un tipo de cambio inviable. Que tampoco se escandalice con un gobierno que se dice defensor del orden fiscal, pero que regala sin control miles de millones de dólares que deja de recaudar, que recorta en previsión social, salud y educación, pero que quema en pocos meses el crédito multimillonario del FMI, que interviene en el mercado con recursos de Estados Unidos que no son un regalo y que, por todas estas vías, condiciona la vida de las generaciones futuras.
Mientras el oficialismo lucha por el tercio propio, mientras el para oficialismo sueña con ser la herramienta que complete ese tercio, la única certeza para el lunes 27 es que el modelo económico seguirá siendo igual de inviable y que, de la ingeniería de nuevas alianzas que se elaboran en las mesas de arena del establishment, difícilmente surjan ideas alternativas a “más de lo mismo, pero más rápido”. El escenario solo tendría chances de cambiar si el gobierno consiguiese este domingo menos del 30 por ciento de los votos, un resultado improbable en tiempos de polarización.