El futuro y la dimensión instrumental 

06 de noviembre, 2025 | 00.05

Uno de los factores explicativos del resultado electoral del 26 de octubre fue el miedo a la oposición. A pesar del malestar de amplios sectores de la población con el oficialismo, la oposición continúa siendo percibida como el mal mayor. La razón es lineal, se trata de la asociación entre kirchnerismo e inflación.

Sin embargo, si la asociación oposición-inflación se analiza en perspectiva histórica puede concluirse que la valoración es parcialmente injusta. Durante buena parte de los cuatro gobiernos kirchneristas --porque, aunque se finja demencia con la parte menos glamorosa de la historia, fueron cuatro y no tres-- la inflación fue baja. El salto inflacionario se produjo parcialmente en el tercer gobierno y decididamente en el cuarto.

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

La explicación canónica de una parte del kirchnerismo, de esa que podría denominarse “nestorismo”, es que todos los problemas comenzaron con el tercer kirchnerismo. Es el viejo mito de la libreta de almacenero de Néstor con la que mantenía el control de las cuentas nacionales. Un Néstor fiscalista preocupado por el día a día de la recaudación y acostumbrado a las administraciones municipales y provinciales donde no existe la maquinita de imprimir billetes.

Estas lecturas adolecen de ser ideológicas, ahistóricas y de prescindir del ciclo económico. Tras el ajuste y la devaluación de 2002, Néstor heredó una economía en expansión, con cuentas en orden que mantuvo y con crecimiento de la demanda y de los precios de las principales exportaciones, el famoso “viento de cola” prolijamente aprovechado. El ciclo expansivo, que siempre es favorable al equilibrio e incluso al superávit presupuestario, duró hasta que cambiaron las condiciones internacionales a partir de 2008-9, pero recién hizo eclosión a partir de la pérdida del superávit energético en 2011. Como durante estos primeros ocho años la estructura productiva no se transformó para conseguir más divisas, apareció la restricción de la cuenta corriente del balance de pagos que marcaría al “tercer kirchnerismo”. Su consecuencia fueron las tensiones cambiarias que llevaron a que en 2015 se pierdan las elecciones. 

El aporte histórico del período 2015-19 fue el shock de reendeudamiento que profundizó las tensiones. Al gobierno 2019-23 le tocó en herencia la marcada reducción de los grados de libertad de la política económica, una restricción que nunca terminaría de asumir. No fueron pocos quienes creyeron que era posible regresar a la etapa previa a 2015 que, si bien acumulaba tensiones, no tenía las nuevas limitaciones generadas por la desgracia macrista.

Este brevísimo repaso del ciclo resulta indispensable para identificar los errores del tercer kirchnerismo que, increíblemente, se repitieron en el cuarto, el conducido por Alberto Fernández y condicionado por CFK, errores que deben tenerse en cuenta como insumo de cualquier nueva experiencia nacional-popular.

El primer gran error fue muy similar al del presente: querer mantener un dólar barato, entendiendo por barato a uno que no correlaciona con la capacidad de generar dólares de la economía. Par evitar la devaluación cuando apareció la restricción externa se recurrió al mecanismo de las restricciones cambiarias, el llamado “cepo”. Un cepo cambiario siempre genera una brecha, entre el oficial y los paralelos, que genera dos efectos principales, mantener elevadas las expectativas de devaluación e incentivar, por diversas vías, la demanda de los dólares oficiales más baratos. En un contexto capitalista y con un estado débil, el incentivo para la discrecionalidad es inmenso. Un cepo se puede utilizar como herramienta transitoria, siempre sabiendo que no será fácil abandonarlo, pero nunca como instrumento permanente porque genera pésimas señales para la macroeconomía. Resulta insólito que haya economistas del peronismo que continúen reivindicándolo. Debe recordarse que se lo instauró a partir de 2011 como una forma de tratar de escaparse de la nueva escasez de divisas, es decir como una forma de no asumir que en la economía existen restricciones y que no enfrentarlas empeora siempre el panorama.

El segundo gran error fueron los subsidios indiscriminados a las tarifas de los servicios públicos. Puede ser deseable subsidiar servicios a algunas actividades productivas y a ciertos segmentos sociales. Parece injusto, en cambio, subsidiar tarifas a quienes pueden pagarlas, en particular si esos subsidios tienen un peso creciente en el Presupuesto y si, adicionalmente, distorsionan los precios internos por múltiples vías.

Existe también un consenso bastante extendido en que la distorsión de los precios de la energía pagados en boca de pozo fue uno de los componentes de la pérdida del autoabastecimiento que aceleró la aparición de la restricción externa. Otro factor, relacionado, fue la política de inversiones de la española Repsol por entonces controlante de YPF. En segundo lugar, el peso de los subsidios en el Presupuesto sumó al déficit interno. Como puede concluirse, los subsidios indiscriminados fueron un gran aporte a la pérdida de los legendarios “superávits gemelos”.

Ambos errores, cepo y subsidios indiscriminados, aparecieron por necesidad y buenas intenciones, pero luego se mantuvieron por ideología y tozudez. Y sobre todo significaron no enfrentar restricciones económicas evidentes, la falta de dólares para mantener un tipo de cambio ficticio, porque efectivamente devaluar “afectaba los ingresos de los trabajadores”, y no asumir la restricción presupuestaria o, en el mejor de los casos, ejercer una mala jerarquización del Gasto. De nuevo, lo notable es que estos errores del tercer kirchnerismo se repitieron en el cuarto, cuando ya se conocían los efectos que provocaban.

El objetivo de señalar estos errores históricos no es buscar culpables, lo que en el presente carece de sentido, sino enfatizar en la importancia de la dimensión instrumental para la elaboración de cualquier programa futuro. A veces se escucha que el peronismo se define por “las tres banderas”, pero esas banderas son esencialmente una expresión deseos, un punto de llegada. La tarea de los economistas peronistas es proponer los instrumentos para alcanzarlas. Tampoco se trata, como señala la crítica, de “resignarse a asumir el programa del enemigo”. El equilibrio fiscal no es un fin en sí mismo, no se trata en el presente de sobreactuar fiscalismo por el hecho de no haber ajustado a tiempo en el pasado. Debe considerarse, primero, que los Gastos deben financiarse. Para Gastar más hay que recaudar más, lo que no es soplar y hacer botellas. Existen las reglas fiscales y la recaudación demanda una gran racionalidad, a lo que se agrega que está condicionada por la existencia de una economía abierta. Dicho de otra manera, los grandes contribuyentes pueden simplemente emigrar, real o virtualmente. Luego existe otra regla de hierro, la expansión del Gasto está condicionada por la disponibilidad de dólares, es decir el Gasto sólo puede crecer hasta el límite que le impone la restricción externa. No son asuntos separados, lo que conduce a un lugar del que suelen desentenderse los macroeconomistas: el mundo de la producción.

No hay programa macroeconómico sostenible sin un programa de desarrollo productivo. El aumento de la producción y las exportaciones relaja el programa fiscal y el límite externo. Ello demanda la convivencia armónica con todos los sectores productivos, empezando por el agro pampeano, que nunca debió estar en la vereda de enfrente de un gobierno que tiene como objetivo promover el aumento de la producción y el empleo.

Finalmente, otro sector complejo para cualquier gobierno nacional popular, y con el que convendrá no estar en guerra, es “el mercado”, el mundo de las finanzas, en particular para una futura administración que heredará una deuda en divisas mucho peor que la dejada por el macrismo y cuya renegociación será otra vez ineludible.