El país estaba al borde del estallido. Corrían rumores de conspiraciones, huelgas y traiciones en los pasillos del poder. En medio de la inestabilidad militar de 1945, el entonces secretario de Trabajo y Previsión, Juan Domingo Perón, fue detenido y enviado a la isla Martín García. Lo que parecía un paso más en la interna del gobierno derivó en un fenómeno social inédito: la primera gran irrupción política del pueblo trabajador en la historia argentina.
El 17 de octubre, miles de obreros y obreras marcharon hacia la Plaza de Mayo, lo que desbordó los límites de la capital. Llegaron desde Avellaneda, Berisso, Ensenada y el conurbano profundo, luego de cruzar el Riachuelo a pie, con una sola consigna: “Queremos a Perón”. Ese día, la historia cambió para siempre.
El país en tensión: el trasfondo político de 1945
La Argentina de mediados de los cuarenta vivía una transición compleja. El golpe de 1943 había derrocado al gobierno conservador y abierto una etapa de incertidumbre. Desde la Secretaría de Trabajo, Perón había impulsado políticas que transformaron la vida de la clase obrera: aguinaldo, convenios colectivos, vacaciones pagas y jubilaciones.
Aquellas medidas generaron una adhesión popular inédita, pero también el rechazo feroz de los sectores conservadores, empresariales y militares, que lo veían como un peligro para el statu quo. En su edición del 10 de octubre de 1945, el diario La Nación informaba que “la influencia de Perón sobre el elemento obrero es alarmante”. Cinco días después, ese “elemento” demostraría cuán real era esa alarma.
La movilización que cambió el rumbo de la historia
El 17 de octubre de 1945, una multitud desbordó la Plaza de Mayo. No había redes sociales, ni transporte garantizado, ni convocatoria formal. Solo el rumor popular y una certeza: el líder del pueblo estaba preso y debía volver. Desde las fábricas del conurbano, columnas enteras de trabajadores marcharon bajo el sol, algunos descalzos, otros empapados, todos con una convicción común.
La presión fue tal que, al caer la tarde, el gobierno militar no tuvo otra opción que liberar a Perón. Esa noche, el coronel salió al balcón de la Casa Rosada y pronunció un discurso que aún resuena en la memoria política argentina: “Esto es el pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar”.
Desde entonces, ese momento quedó grabado como el nacimiento del peronismo y, sobre todo, de su piedra fundacional: la lealtad entre el pueblo y su líder.
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El legado del 17 de octubre: una fecha que sigue latiendo
El Día de la Lealtad no es solo una efeméride partidaria. Es una marca cultural, un mito político que atraviesa generaciones y sigue reeditándose cada año en actos, plazas y discursos. Para el historiador Felipe Pigna, “aquel día el pueblo dejó de ser espectador y pasó a ser protagonista”.
En el calendario peronista, el 17 de octubre funciona como espejo y termómetro: cada aniversario mide cuánto queda de aquella lealtad original. Desde los años de resistencia hasta las marchas multitudinarias del siglo XXI, la fecha sigue convocando a militantes, sindicatos y movimientos populares que ven en aquel gesto colectivo el origen de su identidad política.