En 2017, cuando el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus fue elegido por primera vez para liderar la Organización Mundial de la Salud (OMS), hizo un llamado al personal para que aportara “ideas locas”. A Christopher Bailey, nacido en Duluth, Minnesota, Estados Unidos, se le ocurrió una y tuvo 15 minutos para planteársela. “Le dije ‘Sabemos que la evidencia, los datos y la información son esenciales para identificar verdades objetivas, para resolver problemas y para salvar vidas. Pero también que los datos, la evidencia y la información por sí solos a menudo son insuficientes para cambiar comportamientos o creencias arraigadas en las personas. Para lograrlo, se necesita empatía, a menudo en forma de historias, de narración'. Y él estuvo de acuerdo”, recuerda hoy. Así nació el programa de Arte y Salud de la OMS, que intenta aprovechar la dimensión sanadora que ofrece la participación en actividades artísticas.
Las evidencias científicas sobre este impacto positivo se publicaron en 2019 en una revisión de 3500 estudios (https://www.who.int/europe/publications/i/item/9789289054553). Bailey lo experimentó en carne propia, ya que atravesó el cáncer y padece de glaucoma. Tras su paso por la Argentina, donde participó en la Semana del Cerebro que se realizó en San Juan, dialogó con El Destape.
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– ¿Cómo llegó al ámbito de la salud pública?
– Hace mucho, cuando era joven y guapo, estudié en la Academia Norteamericana de Arte Dramático y fui actor profesional. Luego me casé, empecé a tener hijos y descubrí que hay que alimentarlos… a menudo, todos los días. Así que cambié de profesión y me convertí en director de investigación de la Fundación Rockefeller. Me licencié en ciencias de la comunicación especializado en información médica y sanitaria. Después me contrataron en la OMS y 20 años más tarde sigo aquí.
– ¿Por qué sostiene que el arte es importante para la salud?
– Si tuviera que centrarme en una razón, y hay muchas, recurriría a una cita de Carl Jung, el psicólogo suizo. Él dijo: «La soledad no es la ausencia de personas, es la incapacidad de expresar lo que más te importa». Y el arte, en todas sus formas, puede lograr precisamente eso. Hay muchas cosas que pueden inhibir esa capacidad de expresión: una dolencia física, algún tipo de discapacidad. También puede ser que simplemente no haya palabras y la expresión tiene que surgir a través de un sonido, una imagen enmarcada o un movimiento en el espacio. Pero esa expresión debe ocurrir. Forma parte de nuestra identidad como seres humanos, de lo que concebimos como “salud”. El arte y la expresión creativa son hábitos saludables, tanto como la nutrición y el ejercicio. Es parte de lo que contribuye a nuestro bienestar físico, mental y social.
– ¿Hoy, esta es una idea ya difundida en el mundo?
– Creo que cada vez más se lo está descubriendo y aceptando. De hecho, tiene raíces muy antiguas. Recuerdo que una vez, cuando eran pequeños, llevé a mis hijos a Grecia. Como ex actor, me encantaba ir a los antiguos teatros griegos y practicar mis monólogos clásicos. Una vez, cuando estábamos visitando un teatro, me di cuenta de que justo al lado estaba uno de los primeros hospitales. Observé ese patrón en muchos lugares diferentes. Así que investigué un poco, y resultó que la concepción griega de la salud era que por la mañana se iba al templo de Asclepio [en la mitología griega, dios de la medicina y la curación, conocido como Esculapio entre los romanos] y se bañaba en las aguas de Hygieia [diosa de la salud y la limpieza] para purificar el cuerpo, y por la tarde se iba al templo de Dionisio [dios del vino, la fertilidad y el teatro] y se purificaba el alma. Así que, desde el principio, existió una concepción que vinculaba la salud física, la salud espiritual y las artes.
– En la sociedad actual, el arte está muy vinculado al mercado. Pareciera que solo se menciona en los medios de comunicación cuando se alcanzan precios récord en las casas de subastas…
– La mercantilización del arte no ayuda. Pero por otro lado, los museos de todo el mundo están replanteando su misión y quieren dejar de ser solamente bastiones de símbolos de riqueza. Se están acercando a la comunidad, diseñando programas de bienestar y buscando una nueva forma de interactuar con sus colecciones. Por ejemplo, un grupo de personas con demencia podría tener una experiencia modulada por pinturas y descubrir conexiones con sus recuerdos, con el momento presente, algo que antes no tenían. Lo que está cambiando ahora es que contamos con la tecnología neurocientífica para empezar a comprender los mecanismos subyacentes de esos procesos. Seguramente, la mayoría de los artistas dirán: «Claro que el arte es saludable, me hace sentir mejor». Un cantante, por ejemplo, te hablará de los beneficios de respirar bien. De hecho, durante la pandemia se reclutaron cantantes de ópera para ayudar a las personas a recuperarse del Covid prolongado mediante la respiración. Pero con las nuevas herramientas estamos comprendiendo la ciencia básica y eso permite a los gobiernos planificar estas cosas como algo escalable. Algo que puede integrarse en el sistema de salud y que merece una financiación sostenible.
– Muchos piensan que el arte es bello, pero inútil. ¿Cómo se hace para sugerirle a un paciente que practique actividades artísticas en lugar de tomar una pastilla?
– Recuerdo que en una oportunidad, después de que hiciera una presentación, un colega me dijo que el arte es algo solamente recreativo. Yo le contesté: “Escuchen esa palabra. ‘Recreación’. Tiene que ver con sanar”. Esto es más que un simple juego de palabras, tiene que ver con cómo delineamos la narrativa de nuestra vida, cómo ganamos autonomía. Y de hecho, tiene una base neurológica. He trabajado con personas con demencia y vi cómo una canción puede despertar recuerdos a los que ninguna otra intervención permite acceder. Una vez, en el oeste de Irlanda, estaba con un musicoterapeuta y este empezó a cantar una canción. Una mujer con demencia avanzada, que no había reaccionado a nada de lo que ocurría a su alrededor, de repente se puso en alerta y empezó a cantar. Entonces, el profesional le preguntó: “¿Cuándo fue la última vez que cantaste esa canción?". Y ella respondió: "Era una niña, bailaba descalza junto a la chimenea, sobre el suelo de piedra de la granja de mis padres". Así de preciso era el recuerdo. Eso no solo es un regalo para el paciente, sino también un momento de gracia para su cuidador, porque le permite vislumbrar a la persona que creía haber perdido. Cuando se requiere resiliencia, recuperación de un evento traumático, el arte pueden tener un profundo efecto para ayudarte a lidiar con el mundo. Reconoces lo que ha sucedido, le encuentras significado, y un renovado sentido de pertenencia y esperanza. En particular hoy día, es absolutamente esencial.
– En la escuela, nos transmiten que solo unos pocos elegidos tienen los dones necesarios para hacer arte. ¿Se le puede “recetar” a cualquiera?
– El punto es no mercantilizarlo o practicarlo solo en forma profesional. Todos somos artistas. Cada vez que elegimos qué vestir, tomamos decisiones estéticas. Cada vez que expresamos nuestro estado de ánimo al caminar por la calle, estamos bailando. Es parte de quienes somos como seres humanos. En las sociedades occidentales, la palabra “arte” tiene una connotación elitista. Pero si volvemos a su etimología original, arte en latín significa “crear con una habilidad o técnica”. Así que cuando le agregas un toque personal a la receta favorita de tu madre, ¡eres un artista! Estás creando algo, le estás poniendo algo de ti y lo estás compartiendo. Eso es arte.
– Usted participó de la Semana del Cerebro en San Juan, que justamente exploró estas conexiones entre arte y salud mental. ¿Qué impresión se lleva?
– Fue maravillosa. Lo que me gustó es que rompe barreras. Cuando hablamos de salud cerebral, no se trata solo de neurología, de psicología o de bienestar social. Son todas estas cosas al mismo tiempo. Y esa, para mí, es una forma muy efectiva y humana de abordar el problema. También me encantó el énfasis que algunos participantes pusieron sobre los determinantes sociales que afectan la salud cerebral, no solo enfocaron las discapacidades físicas como la enfermedad de Alzheimer. Conceptos como combatir la soledad... En la historia de la salud pública, hubo un período inicial después de la Segunda Guerra Mundial en el que el foco se puso en la erradicación de enfermedades y en asegurar que todos recibieran servicios médicos esenciales. Luego, en las décadas de 1960 y 1970, el énfasis comenzó a ponerse en la prevención: no esperemos a que alguien desarrolle una enfermedad. ¿Podemos, mediante el ejercicio, la buena nutrición, las vacunas y otras medidas, prevenir la enfermedad antes de que aparezca? Ahora, reconocemos que no basta con simplemente evitar una enfermedad o alargar la vida. Tenemos que asegurarnos de vivirla bien. ¿Qué significa eso? Desde la perspectiva de un profesional de la salud, quiere decir que apoyamos el camino natural que cada uno de nosotros, individual y colectivamente, recorre para encontrarle un sentido auténtico y de pertenencia. Y eso es lo que el arte ofrece. En el nivel neurológico, cuando cantamos en un coro, por ejemplo, se produce una respuesta de oxitocina, la hormona del vínculo, que fomenta un sentimiento de comunidad y conexión. Esa misma respuesta también puede ayudarnos a recuperarnos de un trauma. Y a través del arte podemos encontrar una manera de reconectarnos con nosotros mismos, con el mundo y con las personas que nos rodean. Es una forma profunda de sanación y bienestar que todos hemos experimentado y que damos por sentado. Verlo como parte de una solución mayor era algo que debía haberse hecho hace tiempo.
– ¿Cree que recetar actividades artísticas debería ser algo rutinario para los médicos?
– Bueno, no estoy seguro de que sean los médicos los que deban hacerlo. En el Reino Unido surgió la “prescripción social”. No es necesario ir al médico y pedir permiso para practicar arte. Es el reconocimiento de que conocer al paciente en su totalidad forma parte de la atención y que no siempre la primera respuesta debería ser indicar un medicamento. Quizá, si aceptamos que la práctica del arte puede ser realmente beneficiosa, podamos evitar recetar ese medicamento. Es algo que suele ocurrir en una situación de prescripción social, porque el médico a menudo no tiene tiempo para obtener esa información. Son profesionales que se sientan con el paciente y conocen sus intereses. Y, con la información proporcionada por el médico de cabecera, elaboran un plan. Podría incluir el arte, pero también salir a la naturaleza, el deporte…
– ¿La medicina debe ir más allá del consultorio?
– El foco debe estar puesto en los recursos sociales de la comunidad con los que puedes interactuar y que pueden ayudarte a mejorar tu vida, a sentirte más conectado y a reducir tus niveles de estrés. Esto reducirá el riesgo de enfermedades cardíacas, cáncer, depresión y otras enfermedades. Algunos estudios muestran que es una inversión muy rentable, porque es mucho más barato que alguien vaya a un museo, a un concierto o al teatro que hospitalizarlo durante tres semanas.