El arte es la actividad aparentemente más “inútil” de los humanos. Y sin embargo, la practicamos desde el amanecer de la especie, cuando nuestros ancestros recorrían las planicies cazando y recolectando frutos, y se guarecían en cuevas montañosas. A lo largo de la evolución, se diversificó en múltiples manifestaciones y sus cultores se entregaron a ella incluso en medio de las situaciones más adversas: la guerra, campos de concentración, la enfermedad, la miseria y la soledad, en todas las culturas y en todo el planeta.
¿Cómo explicarlo? Hace algunos años, Lyda Chen, violista e hija de la legendaria pianista argentina Martha Argerich, dijo que “la música nos hace sentir buenos y bellos”. ¿Lo mismo podrá decirse de la pintura, la danza, la literatura, la escultura? Para dilucidarlo, hoy hay toda un área de investigación de las neurociencias que intenta desentrañar los efectos del arte en el cerebro. Sus hallazgos dieron lugar a teorías que tienen que ver con cambios cognitivos (como promover el desarrollo del lenguaje y la organización social), y con la generación de experiencias placenteras (https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC2815940/). Pero también encontraron efectos puntuales en la salud y el bienestar general.
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Para explorarlos, durante 24 meses se desarrolló en la Argentina el proyecto “Pilot: Making a way out of no way” (Haciendo camino de la nada), encabezado por Agustín Ibañez, director del Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral (BrainLat), de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, y del Programa Internacional del Global Brain Health Institute, del Trinity College, e impulsado por siete fellows internacionales del Atlantic Institute (del Reino Unido) y apoyado por el citado BrainLat, el Ministerio de Salud de San Juan, el Instituto de Investigaciones en Psicología Básica y Aplicada (IIPBA) de la Universidad Católica de Cuyo, y el Instituto de Estudios Musicales (EIM) de la Universidad Nacional de la provincia cuyana, y los municipios de la Ciudad de San Juan y de Rawson. La factótum del proyecto, que estuvo en cada uno de los detalles, fue Alejandra Davidziuk, que se ocupó de buscar financiación, promover la presentación de proyectos y más, y acaba de ser seleccionada como “becaria global” del Jameel Arts & Health Lab de la Universidad de Nueva York, encabezado por Nisha Sajnani.
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A lo largo de estos dos años, trabajaron con comunidades marginadas de la provincia a través de 10 talleres, 20 sesiones de concientización y tres meses de clases semanales de guitarra en las que participaron 45 niños y niñas de 8 a 17 años de localidades como Rawson, Chacabuco, Valle Grande y Barrio de Los Pinos, comunidades vulnerables de los alrededores de la ciudad de San Juan. Las actividades combinaron formación musical, educación prosocial y promoción de la salud cerebral.
Como culminación, este fin de semana la capital sanjuanina vivió un evento único, que por primera vez se realiza en América Latina desde su creación en 2022, en Irlanda, con el respaldo del Global Brain Health Institute, el Trinity College Dublin y Creative Aging International: el Creative Brain Week (CBW), un festival transdisciplinario y gratuito que reunió a artistas, neurocientíficos, investigadores, expertos en salud y líderes comunitarios.
Consistió en una conferencia internacional en la que expertos locales e internacionales compartieron metodologías e investigaciones que estudian la intersección entre arte y salud cerebral; entre ellos, Christopher Bailey, líder de Artes y Salud en la Organización Mundial de la Salud (OMS), Claudia Gaute (de la Orquesta Escuela Infantil de Chascomús), Fabricio Montilla (artista y musicoterapeuta sanjuanino), Aline Nogueira Haas (fellow GBHI de Brasil); Haseena Majid (Atlantic Fellow de Sudáfrica), Tim Aye-Hardy (Atlantic Fellow de Myanmar) y Dominic Campbell (de la organización Creative Aging y GBHI Fellow de Irlanda).
Se abordaron temas como la forma en que la música incide en la neuroplasticidad y fomenta la resiliencia emocional, el rol del arte urbano en la mejora de las conexiones sociales, la promoción de cambios de comportamiento positivos que benefician la salud cerebral, y cómo las experiencias de arte en vivo pueden mejorar los procesos de percepción y aprendizaje. Además, David Gardiol se dirigió a la audiencia infantil con su obra de títeres llamada “Universo de Cerebros” para que tomaran conciencia de la importancia de proteger el cerebro.
Para cerrar, en la noche del sábado se realizó un festival público donde se presentaron grupos musicales y orquestas infantiles, se transmitieron mensajes simples de cómo el arte desempeña un papel crucial en su cuidado.
“Es un proyecto hermoso, tengo un orgullo inmenso –se entusiasma Ibañez, oriundo de esa provincia, aunque ahora reside en Irlanda–. Participan dos ‘locos’ amigos míos que llegaron a vivir en la calle, atravesaron mil desventuras y salieron adelante con la música. Ahora están grandes y les dan clases de guitarra a chicos de condiciones vulnerables. Estamos recién analizando los primeros resultados de esta intervención que están muy buenos. Los chicos no solo aprendieron música, sino también conceptos básicos de cómo cuidar el sueño, la alimentación, y cómo la socialización es súper importante para reducir el estrés, para desarrollar las propias habilidades”.
Todo comenzó con una iniciativa pequeña apoyada por la organización Atlantic Philantropies. Llevaron a los músicos a Irlanda, hicieron un documental y los educaron en prevención de la salud cerebral. Luego, empezaron a darles clases de guitarra gratis a los chicos de zonas rurales. “También emplearon títeres inspirados en ‘My Brain Robbie’, un dibujo animado que inventamos en Chile para educar a chicos sobre prevención en salud cerebral y mental, y se lo pasamos a 2000 chicos de escuelas rurales –cuenta Ibañez–. Entonces nos dijimos que queríamos hacer algo más controlado, con los familiares, dando charlas, tratando de generar conciencia. Ya estamos escribiendo el paper”.
Para el neurocientífico, el impacto del arte en la salud viene siendo muy soslayado mientras se invierte gran esfuerzo en el desarrollo de fármacos. “Para empezar, desde el punto de vista psicológico, se observó que mejora la autorregulación emocional, permite focalizar la atención y liberarse de pensamientos recurrentes –destaca–. En lo fisiológico, varios trabajos muestran que reduce la inflamación. Tiene impacto en marcadores de inflamación periféricos. [Es decir], nuestros cuerpos responden a los desafíos ambientales (perder el trabajo, no llegar a fin de mes…) aumentando la inflamación y debilitando el sistema inmune para tener más energía. Cuando eso se vuelve circular, uno entra en un ciclo patológico que afecta el cerebro y otros órganos, y de ese modo incrementa el riesgo de enfermedades. El estrés amplifica las enfermedades neurológicas y cardiovasculares, el cáncer. Si se encuentran mecanismos para reducir el estrés, la reacción fisiológica va a ser menos patológica y por ende uno puede tener una vida más saludable. La actividad artística demanda atención plena, capacidad de apagar los problemas en tu mente y de autorregular, que son factores protectivos de la salud cerebral. No es que siempre va a funcionar, porque si uno hace arte y no logra atención sostenida, parar la mente, no se autorregula emocionalmente y no alcanza atención plena, no va a servir. Y después hay otro componente, el placer, el disfrute, el sentirse bien, algo que hemos desvalorizado tanto en los enfoques médicos. El arte tiene un efecto fuerte, ya comprobado. Lo que pasa es que faltan estudios sistemáticos, controlados”.
Varios de los participantes del evento en San Juan participan ahora en Chile de otro encuentro, el Neuroscience Next, organizado por la Alzheimer’s Association (del que también hay una edición argentina coordinada por Lucía Crivelli, de Fleni).
Tanto Ibáñez como Davidziuk subrayan en que en este mundo que se centra tan solo en la productividad a cualquier precio, el arte no sólo tiene un valor intrínseco, sino que protege la salud cerebral.
“Concentrarse apenas en el trabajo no solo es un fraude sino además un mito –concluye Ibañez–. Porque si uno quiere tener productividad, necesita mentes creativas, que puedan focalizar, que puedan encontrar nuevas soluciones nuevas y eso no se logra sometiendo a las personas a trabajo mecánico o híper exigente. Ahora mismo, tenemos en revisión en Nature Communications un paper en el que mostramos que músicos, pintores y gamers, cuando mantienen esa actividad de forma sostenida, tienen una edad cerebral menor que la biológica. Y este estudio se hizo en varios lugares del globo; una parte, en la Argentina y con tangueros”.