Si alguna vez te sentaste en un bar, es muy probable que te hayan dejado un plato con maní salado en la mesa. Aunque en principio parezca una cortesía, lo cierto es que detrás de este gesto se esconde una estrategia comercial bien pensada que influye directamente en la experiencia del cliente.
El maní, ese snack salado y tan querido, tiene un efecto interesante: provoca sed. Y esa sed, por supuesto, impulsa a los clientes a pedir más bebidas. Así, lo que parece un acto amable es en realidad una táctica ideada para aumentar el consumo. De hecho, el maní no solo es económico para los bares, sino que además es un alimento que se conserva bien y no requiere preparación, ideal para brindar a los clientes sin elevar los costos.
En otro sentido, el hecho de que el maní sea fácil de compartir ayuda a que los comensales interactúen entre sí, lo que contribuye a crear un ambiente más relajado y sociable. Esto estimula a que las personas se queden más tiempo, disfrutando de su bebida y el entorno.
Históricamente, el maní es el acompañamiento clásico de las bebidas alcohólicas. Con el tiempo, se ganó un lugar imprescindible en los bares de todo el mundo, y en Argentina, se consolidó como el snack favorito para acompañar un buen trago. Su presencia gratuita sigue siendo un detalle que todos aprecian y que forma parte de la experiencia de disfrutar una salida nocturna.
No nació en Japón: cuál es el origen del maní japonés
En los turbulentos años de la Segunda Guerra Mundial, la historia de Yoshihei Nakatani Moriguchi se destacó por su determinación y creatividad. Este hombre de origen japonés llegó a México en busca de una mejor vida, pero se encontró con el cierre de las compañías para las que trabajaba debido a acusaciones de espionaje. Sin empleo y con una familia que mantener, Nakatani decidió aprovechar su talento culinario para innovar y provocó una de las mayores curiosidades gastronómicas del mundo.
En el barrio de La Merced, Nakatani empezó a fabricar un snack que se convirtió en todo un éxito: maní descascarados cubiertos por una capa tostada a base de trigo con soya. Actualmente, conocido como maní japonés, rápidamente conquistó el paladar de la gente, y la demanda aumentó enormemente. Nakatani y su esposa, Emma, no esperaron tanto éxito, pero supieron aprovecharlo al máximo.
La pareja dejó a sus hijos a cargo de la venta en su barrio mientras ellos promocionaban su producto por los alrededores y pronto fue bautizada como "cacahuate japonés" por sus clientes. En cuestión de tiempo, las dulcerías comenzaron a hacer pedidos en grandes cantidades, y el maní japonés se convirtió en un boom de ventas en la década de 1980. Sin embargo, este éxito también atrajo a otros productores de snacks, quienes empezaron a fabricar versiones similares sin el permiso del matrimonio Nakatani.
El negocio de Nakatani y Ávila, llamado Productos Nipón en honor a Japón, prosperó y les permitió comprar una casa en la colonia Balbuena. Sin embargo, Nakatani nunca olvidó sus raíces y en 1970, gracias a un regalo de su hijo Armando, regresó a Japón acompañado de su esposa para cumplir la promesa que les había hecho a sus padres.
Debido a su éxito, el producto llegó al sur del continente. En la Argentina hay empresas dedicadas exclusivamente a su producción: A&V, El32, Cris-Jor. Algunas destacan que sus recetas siguen "el tradicional sabor japonés". Pues decir que la producción de maní japonés sigue la tradicional receta mexicana quedaría raro.