Creaba rutinas y "traficaba" dibujos para salvar del horror a sus compañeros de celda durante la dictadura: Oesterheld, más allá de El Eternauta

El Eternauta inmortalizó su figura, pero para Marcela y Susana, compañeras de cautiverio del historietista, Oesterheld fue mucho más: con rutinas, dibujos y consejos, lograron sobrellevar el terror que aún rememoran.  Cómo fueron esos días, desde una mirada desconocida del escritor.

17 de mayo, 2025 | 00.05

De los tres chalets que funcionaban en el centro clandestino de detención (CCD) El Vesubio, solo quedan restos del piso. Ya no está el carril único del viejo Camino de Cintura (Ruta Provincial 4), por la que ingresaban los vehículos del Ejército, que controlaba el predio desde el comienzo de la última dictadura cívico-militar. Y tampoco está Héctor Oesterheld, el hombre que “salvó” de hundirse de ese infierno a Marcela Quiroga, y que aún continúa desaparecido.

Marcela ya no tiene 12 años, la edad con la que fue llevada a centro clandestino por un grupo de tareas en septiembre de 1977. “Lo mataron como a tantos, pero no lo callaron”, dice a metros de donde estaba la "Cucha", donde los prisioneros permanecian atados a una pared con una cadena cuando no los tenían en la sala de tortura. En el medio habìa una cocina, que dividìa a los hombres y a las mujeres. Una separación que Héctor logró saltear en más de una oportunidad para "traficar" dibujos para el resto de los secuestrados.

El cautiverio en El Vesubio

El autor de El Eternauta y de otras historietas que marcaron un antes y un después en los cómics argentinos está en boca de todos desde que Netflix estrenó la serie basada en la historia protagonizada por Juan Salvo. Sin embargo, en El Vesubio lo conocían más como “El Viejo” que como Héctor. El apodo puede parecer exagerado, ya que tenía 58 años, pero doblaba en edad a casi todos sus compañeros de militancia, incluso a los altos mandos de Montoneros.

“Yo lo veía pasar. Estaba con un sobretodo gris, tenía problemas pulmonares, y lo llevaban a la jefatura, la casa 1, porque le habían encargado hacer unas historietas de San Martín y otros próceres”, recuerda Susana Reyes, una sobreviviente que llegó el 16 de junio de 1977 al Vesubio embarazada de cuatro meses. Para ese entonces, Susana ya había descubierto como zafarse de las cadenas: “Gateaba hasta la punta de la cucha y justo veía la puerta de salida cuando sacaban a los varones para llevarlos a algún lado”.

Susana Reyes, compañera de cautiverio de Héctor Oesterheld

Fue una de las más de 1.500 personas que pasaron por el centro clandestino que funcionó en La Matanza entre 1975 y 1978. Allí fue donde lo vio por última vez su nieto, Martín Oesterheld. “El primer recuerdo de mi vida es cuando nos despedimos en el centro de detención", repite Martín cada vez que es entrevistado. El niño que fue llevado a ese campo de concentración con tan solo tres años es el hijo de Estela Oesterheld y Raúl “El Vasco” Mortola. Ambos formaban parte de Montoneros.

Además de El Vesubio, Oesterheld pasó por Sheraton y El Campito, un CCD de Campo de Mayo. El sobreviviente Juan Carlos Scarpatti vio al escritor en la zona de las duchas, golpeado, y este le contó que los represores lo habían torturado mostrándole fotos de sus hijas. Estela, sus tres hermanas, Diana; Beatriz y Marina, al igual que su padre; se habían unido años antes a Montoneros. Todos fueron secuestrados y solo recuperaron los restos de Beatriz.

A esta familia diezmada por la dictadura hay que sumarle el secuestro de Alberto Oscar Seindus y Raúl Araldi, yernos del guionista. Y también que Elsa Sánchez de Oesterheld, esposa del escritor, falleció en 2015 sin encontrar a dos nietos o nietas, porque Diana y Marina estaban embarazadas cuando fueron raptadas.

No hay precisiones sobre el secuestro de Oesterheld, pero las reconstrucciones indican que sucedió en abril del 77 en La Plata. En septiembre de ese año ya estaba bastante enfermo. El diálogo entre los secuestrados era casi imposible, pero la tos que tenía Héctor era escuchada por los prisioneros. De hecho, lo habían trasladado a la "Sala Q", que tenía más "comodidades" como camas en lugar del piso de "las cuchas".

El historietista era uno de los ídolos de Marcela, así como de otros tantos militantes. Ella había leído El Eternauta, pero en la tira que salía en el diario Noticias. "Eran las ganas de que llegara el otro día para ver cómo seguía”, rememora la integrante de la Comisión Vesubio y Puente 12, la organización conformada por sobrevivientes y familiares de las personas que pasaron por esos CCD de La Matanza. Y un día lo tuvo cara a cara, cuando ambos fueron seleccionados para repartir la comida entre los detenidos, y le murmuro que lo veía cuando se lo llevaban a la jefatura.

Tras ese encuentro, cada vez que Oesterheld era llevado a la jefatura, se arremangaba la capucha con la que cubrían su cabeza y hacía un gesto, como una media sonrisa, porque sabía que alguien lo estaba mirando. Aunque antes ya se las había ingeniado para generarles alegrías al resto de los secuestrados. “Nos mandaba cosas que escribía. Generalmente, eran graciosas, muchas veces con animales y diálogos”, evoca Marcela.

Pese a parecer sencillo, requería una gran y sigilosa logística para no llamar la atención de los guardias. Primero debía ocultar esas creaciones de los genocidas y luego esperar el momento del reparto de "la comida"  para que ningún milico lo descubra o esperar a que estén borrachos. Después debía pasárselo al varón encargado de llevar los alimentos a los hombres, y este debía darselo a la chica que salía para hacer lo mismo con las mujeres. Siempre y cuando alguno de los involucrados se animara a responder, ya que el terror reinaba en esos chalets, y cualquier tipo de diálogo podía desencadenar aún más terribles consecuencias. 

Finalmente, esa mujer tenía que ir cucha por cucha, porque eran individuales, y entregar los dibujos. "Hacía todo más agradable. Decías: ¡Uh, me mandó algo Héctor Oesterheld!”, dice Marcela con una sonrisa como la que le brotaba cada vez que le llegaba "un original" del "Viejo". 

Nadie se salva solo

“Me traen acá, a El Vesubio, y comparto cautiverio con muchas personas. De bastantes me acuerdo y sé que había más, pero no me acuerdo. Estoy un rato en las cuchas y después me pasan a la sala Q, donde comparto con Oesterheld”, cuenta Marcela. Por ese entonces, era una niña que fue sacada del baño de su casa —única estructura de material— junto a su hermano de 10 años y su hermanita de un año, minutos después de que su madre, María Nicasia Rodríguez, fuera acribillada en un operativo a cargo del Batallón de Comunicaciones 601 de City Bell.

Sus hermanos fueron entregados a un juez de menores, pero ella fue trasladada al CCD. Allí era la única menor, y el furor por El Eternauta que generó la serie de Netflix le permitió liberar el recuerdo de Héctor: "Siempre lo tuve ahí guardadito, pero con todo esto se reaviva. Tengo la imagen de él caminando siempre con un cuaderno en la mano y un lápiz”.

Marcela no solo compartió cautiverio con él en El Vesubio. Luego de unas semanas, ambos fueron llevados al “Sheraton". También conocido como El Embudo, fue el centro clandestino que funcionó en la Comisaría de Villa Insuperable, en la ciudad de Lomas del Mirador. De hecho, allí fue donde su vínculo se hizo más fuerte.

“Es él, junto a Ana María Caruso y Roberto Carri, quien me pone la rutina de despertarme todos los días para estudiar”. Más allá de que esas "clases" le permitieron seguir avanzar en la escuela cuando fue liberada (completó los dos años que le faltaban de la primaria en uno), el propósito de Oesterheld era más profundo.

“Yo ahora tengo mucho más a flor de piel ese mecanismo que hicieron en mí. Entiendo que ellos habrán visto algo —reflexiona Marcela—. Ellos frenaron un proceso, porque yo me estaba yendo para abajo, dormía mucho”. Cada vez que ella intentaba estar sola y dormir, Héctor se encargaba de ir a buscarla. "Marcelita, tenés que comer" o "Marcelita, estás muy blanca, vamos al patio a tomar sol", era lo que solía decirle cada vez que la iba a buscar. “Una vez, buscó dos palitos e hizo una pelotita. Me dijo que atajara la pelota. Supe ahí que eso se llamaba hockey porque no conocía ese deporte. Eso era todos los días. A la mañana, estudiar. Una rutina que me salvó”, resalta.

Casi cincuenta años después, y luego de haber pasado por un cuadro de depresión, Marcela comprende que él quería que no se hundiera: “Muchas veces en mi vida he pasado por situaciones en las que decía ‘me voy a dormir’. Hablando ahora con mi terapeuta, entiendo que se gestó ahí. Yo, en una época, tuve depresión a raíz de un familiar con una enfermedad terminal. Ahora entiendo que eso lo tenía guardado y que eso me lo despertó". Hoy se anima a afirmar que la depresión estaba ahí desde que fue raptada y "pausaron" ese trastorno poniéndola a estudiar. "Estoy convencida de que frenaron eso. Podría haberme quedado en la celda, pero no me dejaban sola”, enfatiza.

Fue en una de esas rutinarias charlas y clases que él, al pie de la cama, le contó que era el autor de El Eternauta. Conocía la historieta y la había escuchado nombrar, pero no la había leído. Esa historia, publicada por primera vez en 1957, no para de romper récords en Netflix y fue uno de los títulos más vendidos de la última Feria del Libro.

El héroe colectivo que la dictadura no pudo borrar

Para Susana, el mensaje más profundo es la reivindicación del héroe colectivo. “Cuando nos empezamos a juntar los sobrevivientes de estos centros clandestinos, todo fue mucho más fácil, todo se pudo ir elaborando de otra manera, y pudimos ir encontrando la verdad de a poquito entre todos y todas”, subraya Susana, que compartió algunos días de cautiverio con Marcela en El Vesubio, pese a que nunca la vio.

Y también le resta importancia a las lecturas libertarias sobre la serie: “Ellos lo único que pretenden es dividir, el individualismo extremo. Y nosotros sabemos que nadie se salva solo”. Y agrega: “Qué bueno que se conozca en el mundo, no solo El Eternauta y su mensaje, sino la historia de la familia Oesterheld”.

Susana Reyes, compañera de cautiverio de Héctor Oesterheld

Otro de los efectos de la llegada de mítico cómic al streaming fue el aumento de consultar a Abuelas de Plaza de Mayo por parte de personas que dudan sobre su identidad. "Me emociona mucho, cada hijo/nieto que aparece es una victoria", destaca Susana. Tras el estreno de la producción de Netflix adaptada por Bruno Stagnaro, se sextuplicaron los llamados a la organización de Derechos Humanos más trascendental de la historia argentina. Solamente en una semana se realizaron 106 consultas.

“No me quiero subir a ninguna cosa que no me corresponda. Es genial que, al que le gusta El Eternauta, la pueda ver. Puede que a alguno no le guste. Pero que se sepa. ¿Te gustó, viste la serie? La escribió esta persona. Primero, destacar esa cabeza, de escribir eso en ese momento. Y después, que se sepa quién es”, añade Marcela. No se da cuenta, pero habla de él en presente.

A finales de 1978, todos los edificios de El Vesubio fueron destruidos y quedó como el descampado que se puede apreciar en la actualidad al pasar por Puente 12, el cruce de la Ruta 4 y la Autopista Richieri. Ante la inminente visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos —se produjo en 1979—, el Ejército no quería dejar rastros, pues muchos de los sobrevivientes podían identificar el sitio y la zona en la que estuvieron en cautiverios. 

Las causas judiciales que investigaron los crímenes cometidos en centros clandestidos por los que pasó el historietista culminaron con la condena de más de 40 represores pertenecientes al Ejército, la Policía Bonaerense y el Servicio Penitenciario Federal. Además, el caso de Oesterheld formó parte de la acusación contra Jorge Rafael Videla en el Juicio a las Juntas.

De acuerdo con las reconstrucciones, permaneció con vida al menos hasta enero de 1978. Pero su legado está más vivo que nunca. No solo en las personas que conocieron "El Eternauta" por la serie, sino tambièn en las que compartieron infierno con su creador o fueron "salvadas" por "El Viejo". O como dice Marcela: “Lo mataron como a tantos, pero no lo callaron. No lo pudieron callar porque estamos hablando ahora de él”.