"Cae material del espacio todos los días": qué tan real es el riesgo de que las "chatarras espaciales" se desplomen del cielo, según expertos

Más de 50.000 fragmentos de origen humano orbitan hoy el planeta, en una nube creciente de restos que ya supera las 14.300 toneladas. Aunque la mayoría se desintegra al reingresar, una fracción sobrevive a la atmósfera y puede impactar en la Tierra.

12 de agosto, 2025 | 00.05

Cada día orbitan nuestro planeta entre 7.000 y 8.000 satélites activos, sus restos junto a etapas de cohetes, tuercas y paneles solares ingresan a la atmósfera. Algunos fragmentos sobreviven y pueden caer en zonas habitadas, planteando riesgos que aún no son menores. La falta de regulación internacional y el crecimiento acelerado del tráfico espacial incrementan los riesgos y los desafíos para su monitoreo: según estimaciones recientes de la Agencia Espacial Europea, hay más de 1,2 millones de fragmentos de entre 1 y 10 centímetros, y al menos 140 millones más de entre 1 milímetro y 1 centímetro.

El peligro de la chatarra espacial no solo radica en impactos accidentales. La alta velocidad orbital y la densidad creciente de objetos en el espacio multiplican el riesgo de colisiones, que generan más fragmentos y alteran órbitas existentes. Esta “lluvia” de escombros puede amenazar satélites activos, estaciones espaciales y aeronaves.

El caso más célebre ocurrió el 11 de julio de 1979, cuando Skylab, la primera estación espacial de la NASA, ingresó fuera de control y decenas de toneladas de escombros impactaron en Australia, en áreas escasamente pobladas. Otro episodio conocido fue en mayo de 2020, cuando restos de la etapa central del cohete chino Long March 5B se precipitaron sobre pueblos de Costa de Marfil, dañando viviendas.

No solo los grandes materiales espaciales “llueven” sobre el planeta: en julio de 2022, fragmentos del fuselaje de la cápsula Crew‑1 de SpaceX llegaron al sur de Nueva Gales del Sur, donde los recuperó la agencia espacial local. El material, ahora parte de una exhibición científica, y recordatorio de un problema creciente.

Aunque existen redes internacionales como Space‑Track (EE.UU.) y EUSST (UE) que cumplen trabajo de monitoreo, y Argentina participa con el programa MonitOR de la CONAE desde Córdoba , no existe un marco legal global que asigne responsabilidades ni regule la prevención de reingresos peligrosos.

“En general, se considera chatarra espacial a cualquier vehículo, satélite o parte de vehículos que haya quedado fuera de uso y esté orbitando la Tierra”, explica Beatriz García, investigadora de CONICET y docente en UTN FRM. “Ya no cumplen ninguna función científica o tecnológica”, detalla.

Entre los más de 50.000 fragmentos estimados, apenas entre 7.000 y 8.000 objetos siguen activos. La cifra, sin embargo, está lejos de ser definitiva: “Algunas potencias no reportan todos los vehículos en órbita”, advierte García. Estos satélites operativos cumplen funciones clave como las telecomunicaciones, el monitoreo climático, la navegación o la observación científica.

El peligro de que un fragmento caiga en zonas habitadas es estadísticamente bajo, pero real. “La Tierra no está tan poblada como imaginamos. Pero cae material del espacio todos los días”, señala García. Si bien la mayoría son objetos naturales como meteoritos o bólidos, los componentes artificiales son cada vez más frecuentes. La caída del laboratorio espacial Skylab en Australia en 1979 o los restos del transbordador Columbia son solo algunos ejemplos. Además, las colisiones en órbita aumentan el riesgo de trayectorias desviadas y reingresos no controlados.

En la actualidad, la vigilancia de estos fragmentos recae en redes internacionales que emplean radares, telescopios ópticos y simulaciones. En Argentina, el programa MonitOR, desarrollado en la Universidad Nacional de Córdoba a pedido de la CONAE, permite seguir reingresos desde estaciones terrestres. “Incluso hay estudiantes que realizaron tesis sobre este tema en Córdoba”, comenta García. 

Según datos recientes recopilados por la Agencia Espacial Europea (ESA), existen más de 1,2 millones de fragmentos mayores a 1 cm orbitando nuestro planeta, incluidos más de 50.000 objetos que superan los 10 cm. Aunque puedan parecer inofensivos, estos restos circulan a velocidades cercanas a los 27.000 km/h, lo que los convierte en proyectiles potenciales. “Un fragmento de poco más de un centímetro puede impactar un satélite activo y dejarlo completamente inutilizado. Por eso me gusta decir que la basura espacial son los zombies del espacio: satélites muertos que siguen rondando, listos para contagiar a otros”, compara Juan Cruz González Allonca, docente de la Universidad Nacional de La Plata y director del Centro Interdisciplinario de Estudios Espaciales dependiente de la CONAE (CIEE). La amenaza es, además, acumulativa: “incluso si se suspendieran los lanzamientos mañana, la basura seguiría creciendo por colisiones y fragmentaciones en cadena”.

Uno de los escenarios más temidos por los especialistas es el llamado "síndrome de Kessler", formulado por el científico de la NASA Donald J. Kessler en 1978. Este describe una cascada de colisiones donde los objetos generados por una colisión producen más impactos, multiplicando los fragmentos y haciendo inoperable toda la órbita baja terrestre. “Este riesgo se intensifica con el despliegue de mega constelaciones, que aumenta la densidad de objetos y la probabilidad de choques. Para evitarlo, son necesarias regulaciones internacionales vinculantes que obliguen a empresas y agencias espaciales a mitigar riesgos y desarrollar tecnologías de remoción activa”, afirma el investigador.

En América Latina, Argentina está avanzando en el diseño de una herramienta pionera. Desde el CIEE se impulsa la creación de un sistema regional de monitoreo, predicción, alerta temprana y registro de reingresos de basura espacial. “Este sistema permitirá identificar riesgos asociados al reingreso de satélites en desuso, etapas de cohetes y otros desechos espaciales, minimizando el impacto en comunidades, infraestructuras y ecosistemas vulnerables”, explica Allonca. En mayo de este año se reportó un evento en Cañada de Gómez, Santa Fe, donde se hallaron restos espaciales en un campo agrícola.

A nivel internacional, los mecanismos legales aún son limitados. La principal norma vigente es el Convenio sobre la Responsabilidad Internacional por Daños Causados por Objetos Espaciales de 1972, que establece que el Estado de lanzamiento debe hacerse responsable por los daños causados por sus objetos. “Si un satélite de SpaceX o la NASA cae sobre una casa, el reclamo diplomático debe dirigirse a Estados Unidos”, detalla Allonca. También están vigentes el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre de 1967, que obliga a los Estados a supervisar sus actividades espaciales, y la Convención sobre el Registro de 1976, que exige documentar cada objeto lanzado al espacio. Sin embargo, estos tratados fueron pensados para un contexto en el que solo los Estados tenían capacidad tecnológica de lanzar satélites.

Sobre las propuestas para limpiar el espacio, Allonca se muestra cauto. “Se están desarrollando estrategias como redes, arpones o dispositivos de captura, pero todavía no se aplican. Además de los desafíos técnicos —como interceptar objetos que se mueven a altísima velocidad— existen obstáculos legales: ningún país puede remover un satélite ajeno sin autorización, incluso si está fuera de servicio”. Para Allonca, lo prioritario es evitar una carrera de lanzamientos sin control, promover tecnologías responsables y reforzar los acuerdos internacionales. “En materia de basura espacial, y parafraseando a El Eternauta: nadie se salva solo. Es un problema global que requiere soluciones multilaterales. Argentina, con su capacidad técnica y diplomática, puede y debe jugar un rol estratégico”.

“Ya hay chatarra espacial orbitando Marte, hay restos sobre su superficie y hasta en Titán, la luna de Saturno. Generar basura parece ser una de las características de los seres humanos. Manejarla se está volviendo complicado, y su existencia es cada día más peligrosa ", cierra García.