La librería, enclavada en la “triple frontera” entre los barrios porteños de Chacarita, Villa Ortúzar y Colegiales —más precisamente en Avenida Álvarez Thomas 1272— fue fundada en 1927 por Aurelio y Sabino Begega, dos hermanos asturianos que ya habían tenido otra librería en el barrio de Palermo. Actualmente, el local es atendido por Daniel y Gustavo Begega, nietos de Aurelio, quienes además de llevar adelante el negocio, se encargan de mantener y conservar buena parte del mobiliario original.
En las estanterías de Begega conviven artículos cotidianos de oficina con piezas dignas de un museo: ficheros metálicos, almanaques de escritorio, sellos de goma y hasta 40 variedades de plumas que no se consiguen en ningún otra parte del país. En los últimos años, también incorporaron la venta de autos de colección.
Al ser uno de los negocios más antiguos de Chacarita, la librería es considerada un emblema para muchos vecinos que aún recuerdan las colas interminables de sus años escolares. “Le prometimos a mi abuelo y a mi papá llegar a los 100 años del negocio. Y faltan solo dos”, afirman con orgullo los hermanos Daniel y Gustavo Begega.
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De Asturias a Chacarita
Aurelio Begega era apenas un jovencito cuando, a principios del siglo XX, dejó Asturias y se embarcó junto a sus cuatro hermanos rumbo a Buenos Aires. Poco tiempo después de su arribo, abrió una librería junto a uno de ellos, Sabino, en la esquina de Avenida Córdoba y Bonpland. El negocio se llamó “Begega Hermanos”. Luego, en 1927, se mudaron al local actual, en Álvarez Thomas 1272, donde el negocio funcionó como librería y también como cigarrería mayorista. “La librería no tenía la variedad ni el surtido que tiene ahora. Había un lápiz, un cuaderno y una goma”, recuerda Daniel.
Como era costumbre en aquellos años, Aurelio dispuso su vivienda en la parte trasera del local. Allí vivió con su esposa Aída, y fue el hogar donde nacieron y se criaron sus hijos, Oscar y Lidia. Con el tiempo, además de Aurelio y Aída, también comenzaron a trabajar en el local sus hijos y el esposo de Lidia.
Los dos hermanos estuvieron a cargo de la librería hasta 1950, cuando Sabino se “independizó” y puso una por su cuenta en Cuenca y Melincué, en el barrio de Villa Del Parque, que fue muy exitosa y que funcionó hasta la década del 90. “Como no tuvo descendencia no hubo quien continuara”, aclara Daniel.
Aurelio trabajó en la librería de Chacarita hasta la década del 60. Luego la continuó su hijo Oscar —que también vivió en el negocio junto a su esposa y sus hijos hasta que pudieron comprar una casita a pocas cuadras de la librería— y actualmente son sus nietos quienes están al frente del negocio familiar. “Nos criamos acá. Después del colegio veníamos con mis hermanos al negocio y nos quedábamos hasta el cierre, porque mi mamá y mi papá trabajaban todo el día con dos o tres empleados”, rememora Daniel.
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Daniel y Gustavo fueron testigos de la transformación del barrio. Aún recuerdan cuando eran niños y andaban en bicicleta sobre veredas que eran mucho más anchas que las actuales. Álvarez Thomas era angosta y empedrada y en ese momento no existía aún la plaza de enfrente, la San Miguel de Garicoits. Ese espacio era un terreno del tranvía donde los hermanos jugaban a la pelota.
Una librería con reliquias
La librería conserva intactos los mostradores y cajones de madera que su abuelo Aurelio mandó a hacer casi un siglo atrás. También siguen en funcionamiento el reloj original —que continúa marcando la hora con precisión— y el ventilador de techo, silencioso como el primer día. “Siempre nos lo quieren comprar porque, cuando lo encendés en verano, no hace ni un ruido”, comenta Daniel con una sonrisa.
En la década del 70 la librería también ofrecía libros de texto y manuales escolares. “Lo que pasaba era que mi papá compraba 20 manuales de Kapelusz y al año siguiente le cambiaban la tapa y la gente ya no quería los viejos, aunque por dentro fueran iguales. Entonces no lo podías vender y daba pérdidas. Después papá se orientó más a librería comercial, tipo de oficina”.
El local ofrece todo tipo de artículos para oficina, útiles escolares y productos de artística. Sin embargo, lo que realmente distingue a esta librería son las “joyitas” del pasado que aún se exhiben y venden: sellos de goma, formularios antiguos y una colección única de más de 40 modelos de plumas.
“Tenemos plumas de la década del 20. Somos el único lugar del país donde todavía se consiguen, y vienen personas de todas partes a buscarlas. Antes se vendían por mayor, teníamos cajones y cajones llenos”, recuerda Daniel. Entre las más solicitadas están las góticas, las clásicas 341 —conocidas como ‘cucharita’—, las “Blanzy” 808 para música y otras especializadas para caligrafía. “Nos visitan de colegios donde todavía hay profesores de escritura a la antigua. Aunque claramente no vivimos de eso, son una reliquia. ¡En Europa ya no se consiguen!”, afirma con orgullo.
Otra antigüedad son los libros de contabilidad con lomo de cuero. También ofrecen esferas de telgopor, cofres, portavalores y telescopios. Además, desde el 2000 sumaron autos y trenes de colección. “Siempre nos gustaron, y como un amigo los importaba, decidimos incorporarlos. Son piezas especiales, hechas en pocas cantidades. Son productos caros, pero bien hechos, y cuando eso pasa, se convierten en verdaderos objetos de colección. Pero cuando el bolsillo aprieta, como ahora, lo notamos enseguida: preguntan el precio y enseguida dicen ‘lo dejamos para más adelante’”, cuenta Daniel.
Debajo de uno de los mostradores atesoran un álbum de fotos antiguas del negocio, de su padre y su abuelo; y entre los folios aún conservan una muestra del papel de rollo con el que, siendo niños, Daniel y Gustavo solían envolver la mercadería.
Lo más solicitado son artículos de oficinas
Daniel y Gustavo atienden la librería de lunes a viernes, de 9 a 12:30 y de 15 a 18. Hoy no tienen empleados, pero sí una fiel compañera: Uma, una perrita rescatada que ya es parte del local y que recibe a los clientes con las patitas sobre el mostrador.
Actualmente, lo que más se vende son artículos de oficina: resmas de papel, tóners, tintas para impresoras y útiles escolares. “Cuando éramos chicos, en marzo, con el inicio de clases, se armaban filas larguísimas. Mi papá ponía un parlante y llamábamos por número. Hay clientes que nos cuentan que venían de chicos y esperaban dos horas para que los atendiéramos”, recuerda Daniel.
La tercera generación de Begega recuerda varias crisis que tuvo que atravesar el local a lo largo de las décadas. La del 2001 y la pandemia son algunos de los momentos que recuerdan como más complicados. “Argentina es un país donde tenés que remar en dulce de leche. Si metes a un argentino en Suiza te sobrevive 130 años”, dice Gustavo entre risas.
Gustavo y Daniel son los últimos herederos del legado que comenzó su abuelo Aurelio. “Le prometimos a mi abuelo y a mi papá que la librería iba a llegar a los 100 años. Y faltan solo dos. Después veremos”, concluyen.