Decirle “doctor” a un abogado es tan habitual que pocos piensan en su origen. No es un título académico ni de un rango universitario obligatorio, sino de una herencia lingüística y cultural que nació hace más de dos mil años. En su raíz, el término no pertenece a la medicina, sino al conocimiento.
En los tiempos del Imperio Romano, “doctor” significaba literalmente “el que enseña”. Era una distinción reservada a los sabios o expertos en cualquier área del saber —filosofía, teología, derecho—, y designaba a quien tenía la capacidad de formar a otros. De allí viene la costumbre que hoy, sin ley que la imponga, sigue marcando jerarquía en el ámbito jurídico.
De Roma a la Edad Media: el nacimiento del “doctor” como figura del saber
Durante siglos, el título de “doctor” fue sinónimo de autoridad intelectual. En la Edad Media, las primeras universidades europeas institucionalizaron ese reconocimiento: los doctores eran quienes alcanzaban la máxima distinción académica dentro de su disciplina.
El Derecho, junto con la Teología y la Medicina, se convirtió en una de las áreas más prestigiosas. Los juristas, formados en textos romanos y canónicos, eran considerados depositarios del saber legal y moral. Así, el trato de “doctor” se volvió una marca de respeto hacia quienes interpretaban y enseñaban las leyes, una costumbre que viajó a América con la colonización española y se integró en la cultura profesional local.
En Argentina: una tradición sin ley, pero con historia
En el país, llamar “doctor” a un abogado no responde a ninguna norma legal o universitaria, sino a una práctica social extendida. El Sistema Argentino de Información Jurídica (SAIJ) aclara que, estrictamente, el título solo corresponde a quienes obtienen un Doctorado en Derecho. Sin embargo, en la práctica cotidiana, el apelativo funciona como un reconocimiento simbólico al prestigio y la formación del profesional.
El trato se sostiene más por costumbre y cortesía que por precisión académica. En los tribunales, las oficinas públicas o incluso en la televisión, el “doctor” persiste como un código de respeto que remite a una cultura de autoridad y saber, aunque en muchos casos solo se trate de un abogado con título de grado o un docente o referente en el Derecho.
En la Argentina actual, más que un requisito académico, llamar "doctor" a un abogado es una marca de respeto social hacia una profesión que todavía encarna —para bien o para mal— la idea de sabiduría, moral, palabra y poder.