Las redes sociales y plataformas se han convertido en el siglo XXI en un espacio donde se forman identidades, se construyen vínculos, se consumen contenidos y se transitan muchas horas de vida cotidiana. Para millones de niños niñas y adolescentes, lo digital no es un “afuera” de la realidad, sino el lugar donde se juega la socialización, el reconocimiento, la pertenencia y hasta la autoestima. Un estudio reciente de UNICEF y UNESCO (Kids Online Argentina 2025) mostró que el 95 % de los chicos y chicas accede a un celular con internet antes de los 10 años y que el 80 % usa redes sociales todos los días.
Esa naturalización e incorporación sin criterio de responsabilidad trae consigo riesgos que, si bien comienzan a identificarse y advertirse, pocas veces se dimensiona las huellas que deja en la salud física, mental y en los lazos sociales. Según el reciente relevamiento de la Fundación M/Padres junto a Santander el 17 % de los adolescentes entre 12 y 18 años ya realizó apuestas online con dinero real, y mas de la mitad de las veces sin conocimiento de sus familias. Además se advierte que el 69% de los adolescentes juega activamente online y los varones (73%) suelen apostar más que las mujeres (23%).
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En este escenario surge el concepto de "Ciberlaxia”, propuesto por Alberto Trimboli, Dr. en Psicología, Fundador de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM) para nombrar un fenómeno nuevo en esta etapa de la humanidad: la actitud extendida de exposición ingenua, despreocupada, y acrítica frente a la navegación en internet, el uso de redes sociales, plataformas de juego, mensajería o comercio electrónico. “Es importante aclarar que la Ciberlaxia no es un diagnóstico, ni una etiqueta - explica el Doctor en Psicología- es un estado de baja percepción del riesgo en entornos digitales, en el cual los usuarios, especialmente los más jóvenes, interactúan como si no hubiera consecuencias, exponiéndose a situaciones como fraudes, ciberacoso, manipulación emocional, trata, pérdida de datos personales o contacto con contenidos nocivos, sin establecer filtros ni medidas de protección”.
No se trata solo de la adicción a internet o a los juegos online, sino de un fenómeno más amplio donde lo que se consume son vínculos efímeros, datos personales, cuerpos virtualizados y validación constante. Infancias y adolescencias se encuentran particularmente vulnerables a esta tendencia: crecen en un entorno hiperconectado diseñado para captar su atención, sin las suficientes herramientas ni criterios para reflexionar sobre lo que ven, y, muchas veces, sin adultos alrededor preparados para acompañarlos. El impacto trasciende el entretenimiento y golpea de lleno en la salud mental.
Como identifica el ex Presidente de la Federación Mundial de Salud Mental (WFMH), en el libro publicado recientemente por editorial Noveduc, esta actitud generalizada de “relajarse” en internet como si nada tuviera consecuencias implica aceptar términos sin leer, compartir datos personales, dejar que los algoritmos decidan, o navegar sin medir qué riesgos corremos. La ciberlaxia nos enfrenta a múltiples problemáticas complejas como acoso , explotación, fraudes, discursos de odio, manipulación algorítmica, exposición precoz a pornografía, grooming, trata de personas y hasta imágenes falsas creadas con inteligencia artificial. Es un abanico mucho más amplio que muestra que lo digital no es un simple entretenimiento: es un espacio productor de subjetividad y sufrimiento.
Un reciente estudio del Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad de la Universidad Austral advirtio que por primera vez en la historia de Argentina, el suicidio es la principal causa de muerte entre mujeres adolescentes y alcanza cifras récord en jóvenes de 20 a 29 años. Al respecto Trimboli explica que se trata de una preocupación mundial, tal que los países coordinados bajo la OMS están incrementando sus presupuestos en políticas preventivas. En la Argentina de Milei, por el contrario, si bien existe una Ley Nacional de Prevención del Suicidio, “no se conocen cuáles son los recursos que está poniendo en práctica la Dirección de Salud Mental que depende del Ministerio de Salud” .
Según el psicólogo en adolescentes y jóvenes hay factores que inciden en esta tendencia como los consumos problemáticos en entornos digitales, apuestas en red, ciberbullying, acoso virtual y cuestiones relacionadas con la inteligencia artificial. En ese sentido sostiene que el Ministerio de Salud debería destinar recursos para la implementación de herramientas específicas y “un programa con enfoque intersectorial que incluya divulgación y sensibilización, capacitación a profesionales, a medios, fuerzas de seguridad y a la comunidad en general.
¿Que consecuencias tiene esta forma de habitar despreocupada los entornos digitales?
La hiperconectividad, el acceso sin regulación a internet, los videojuegos, las redes sociales, las apuestas online y la exposición constante a pantallas pueden generar situaciones de riesgo subjetivo que afectan el desarrollo, la salud mental y los lazos sociales. Esto puede enfrentarnos a situaciones incluso más graves que las apuestas online: acoso, adicción, explotación, manipulación algorítmica, captación de menores, discursos de odio o exposición a noticias falsas o a imágenes sexualizadas sin consentimiento generadas por el uso de la inteligencia artificial, entre otros. Es decir, no solo tiene que ver con problemáticas más visibles como las apuestas online, sino con un amplio abanico de riesgos en internet. Todos estos fenómenos, agrupados bajo la categoría de consumos problemáticos digitales, exigen una intervención pedagógica que no se limite a prohibiciones o advertencias moralizantes, sino que habilite la reflexión crítica, el cuidado colectivo y la construcción de sentido. Este enfoque se sostiene en el marco del paradigma de los determinantes sociales y culturales de la salud, que reconoce el papel activo de los contextos en la producción de malestar.
¿Cómo se definen los consumos problemáticos de los entornos digitales?
Se entiende por consumo problemático en entornos digitales a aquellas conductas mediadas por tecnologías digitales, como el uso de redes sociales, videojuegos, plataformas de streaming, apuestas en línea, compras virtuales, consumo de pornografía, participación en desafíos virales, consumo de inteligencia artificial, entre otras, que, más allá del contenido o la finalidad aparente, generan un impacto negativo en la vida cotidiana de la persona.
¿Como se puede identificar cuando un consumo deja de ser saludable o recreativo para convertirse en problemática?
Este tipo de consumo se considera problemático cuando interfiere significativamente en la salud mental, en los vínculos interpersonales, en el desempeño académico o laboral, o en la capacidad de autorregulación y toma de decisiones autónomas. Asimismo, se vuelve especialmente preocupante cuando implica situaciones de riesgo, como la exposición a contenidos violentos o sexualizados, el contacto con personas desconocidas, la pérdida de privacidad, el grooming, el ciberacoso, la participación en apuestas o compras compulsivas, entre otras formas de vulnerabilidad. Pero, tal como ocurre con los consumos de sustancias psicoactivas, esta definición se aleja de una perspectiva abstencionista o moralizante. No toda interacción con entornos digitales es problemática. El foco está puesto en el grado de sufrimiento subjetivo, compulsión, deterioro funcional o riesgo al que la persona queda expuesta, especialmente en etapas del desarrollo como la infancia y la adolescencia.
¿Por qué crees que aún no se toma conciencia de su gravedad en comparación con otros consumos ?
Es que las pantallas e internet se han naturalizado y se pierde la noción de que todo en la vida tiene un límite, y los mayores riesgos hoy están en otras conductas en internet. Hoy se está poniendo el acento en la mal llamada ludopatía en adolescentes, porque estamos corriendo el riesgo de repetir, casi calcadamente, los errores históricos cometidos en relación a los consumos problemáticos de sustancias psicoactivas ilegales desde varias décadas atrás. Una vez más, se cae en una visión fragmentaria, sintomática y biomédica que patologiza un comportamiento aislado, en lugar de analizarlo como expresión de una crisis subjetiva que se desencadena sobre un terreno predisponente.
¿Qué es entonces la ludopatía?
La mal denominada ludopatía no es una enfermedad en sí misma, sino un síntoma. Es el emergente visible de un conjunto de factores vinculares, personales y sociales que actúan sobre un terreno predisponente: padecimientos mentales, vacío subjetivo, vínculos fragilizados, contextos familiares desbordados o incluso una lógica de época que promueve la gratificación inmediata, la competencia permanente y la ilusión de control. Al tratarla como un trastorno autónomo y cerrado en sí mismo, se corre el riesgo de medicalizar el síntoma y dejar por fuera lo que realmente causó ese síntoma.
¿Por qué este tipo de miradas médicas e institucionales no resuelven el problema de fondo?
Lo mismo ocurrió, y sigue ocurriendo, con la política de drogas en la mayoría de los países del mundo. Durante décadas, la legislación se centró exclusivamente en la prohibición de sustancias, el lugar de centrarse en las personas y su sufrimiento, ignorando, además, la masividad de los consumos de tabaco, alcohol o psicofármacos, muchos de ellos promovidos por los mismos sistemas que criminalizaban al consumidor de marihuana, cocaína o pasta base. Esta mirada sesgada no redujo el consumo, pero sí aumentó el estigma, la exclusión del sistema de salud y la invisibilización de los factores sociales y emocionales que llevan a un sujeto a consumir.
¿Qué posibilidades existen de cambiar este paradigma frente a los nuevos consumos problemáticos?
Hoy estamos frente a una oportunidad histórica: repensar la noción de consumo problemático en clave contemporánea. Ya no se trata sólo de sustancias. Hoy se consumen redes, pantallas, atención, vínculos efímeros, datos, validación. Se consume juego online, cuerpos virtualizados, exposición narcisista, algoritmos que modelan el deseo. Y eso requiere un enfoque transversal, pedagógico, afectivo y político, no una lista de síntomas aislados.
¿Cuál debería ser entonces el foco de atención en la tarea preventiva y profesional?
Insistir en la ludopatía como enfermedad, y regular sólo las apuestas online, es perder de vista lo más importante: que el ecosistema digital es espacio productor de subjetividad y sufrimiento. Deben atender al entramado más profundo donde se incuban los múltiples riesgos. Tenemos la oportunidad histórica de diseñar una política preventiva integral, que abarque no solo las apuestas en línea, sino también otras problemáticas crecientes como el uso compulsivo de internet y de redes sociales, el ciberbullying, el grooming, la trata de personas en entornos virtuales, la violencia de género digital, los discursos de odio, la exposición precoz a la pornografía, el mal uso de la Inteligencia Artificial, la autoexigencia algorítmica o la autoexposición como forma de existencia.
¿Existe relación entre todas estas dimensiones y los valores de la época que vivimos?
Si. Cada una de estas prácticas representa un riesgo en sí mismo, pero también una manifestación de está época donde el rendimiento, la visibilidad y la conexión permanente se han vuelto mandatos subjetivos. Ignorarlas en el marco normativo es negar su existencia, legitimar su expansión y reducir la prevención a un recorte técnico de lo patológico, sin ver que todas estas conductas comparten un territorio común: el uso problemático, no acompañado ni reflexionado de las tecnologías digitales por parte de niños, niñas y adolescentes. La cultura de la inmediatez, de los videos ultra cortos, muchas veces con discursos de odio o noticias falsas, y de los algoritmos que premian la repetición, favorece consumos rápidos y superficiales, con muy poco espacio para el análisis crítico.
¿Por qué quienes sufren las mayores consecuencias y riesgos son las adolescencias e infancias?
Es que hoy niñas, niños y adolescentes crecen en un ecosistema digital que los expone a estímulos digitales constantes, diseñados algorítmicamente para captar su atención de manera inmediata. Transitar el mundo digital requiere algo más que acceso: exige formación, alfabetización crítica y acompañamiento. Las tecnologías pueden ser herramientas valiosas para el aprendizaje, la expresión y la conexión social, también pueden volverse espacios de exposición, manipulación y violencia simbólica si se transitan con una posición acrítica y sin reflexión. Esta exposición ingenua y acrítica se instala en plena etapa de desarrollo generando un consumo sin filtrar, sin detenerse a pensar, condicionando la forma de como los jóvenes aprenden a observar el mundo, vincularse y construir su identidad adulta.
¿Cómo juegan en todo este entramado los algoritmos y la lógica de atención de las redes?
Los algoritmos están programados para captar la atención de las juventudes moldeando nuevas formas de subjetividad, en las que el valor ya no está en lo que se dice, sino en el contenido visual y la rapidez, esto dificulta la construcción de espacios de reflexión y pensamiento crítico. Con esa forma de consumir contenidos se expone a niños y niñas a mensajes que muchas veces refuerzan prejuicios, ideas, estereotipos, consumismo o violencia simbólica, sin que ellos tengan todavía las herramientas para cuestionarlos, en muchos países, inclusive, se utiliza este tipo de algoritmos para imponer ideas políticas sin poder diferenciar buena o mala calidad o verdadero o falso.
¿Crees que ha impactado el mundo digital en las formas de socialización?
La era digital nos cambió la forma de vivir, aprender, trabajar y vincularnos. Para las nuevas generaciones, lo virtual y lo real ya no son espacios separados, sino dimensiones entrelazadas que configuran la vida cotidiana. Lo virtual dejó de ser algo complementario para convertirse en parte constitutiva de la vida real, transformando la subjetividad y dando lugar a nuevas formas de relación, exposición y también nuevos riesgos.
¿Y en la crianza de los hijos?
Los procesos de crianza se han complejizado. Los niños exigen el uso de tecnologías y los adultos no estamos preparados para acompañarlos. La crianza se ha convertido en una tarea casi imposible porque los adultos desconocemos una parte importante de la vida de los niños y jóvenes que es la digital. Los algoritmos hacen que muchos niños, niñas y adolescentes circulen en internet sin una actitud crítica y con una capacidad de percibir los riesgos de la hiperconexión, la sobreexposición, la manipulación algorítmica, los discursos de odio o los engaños digitales.
En el libro se rescata la experiencia en Hospital General de Agudos Dr. Teodoro Álvarez: ¿Cómo es el trabajo que hacen allí?
El nacimiento del dispositivo específico dirigido a adolescentes y jóvenes que atraviesan situaciones de "Consumos Problemáticos en Entornos Digitales" responde a una demanda concreta de numerosas familias, instituciones educativas y referentes sociales, que se acercaron al hospital buscando orientación y acompañamiento para adolescentes con riesgos vinculados a apuestas online, videojuegos, uso compulsivo de redes sociales, exposición sexualizada, bullying digital, entre otros. Además el diseño del dispositivo evitó deliberadamente el uso de etiquetas estigmatizantes como "ludopatía", especialmente en relación con niños y adolescentes.
¿Cómo trabajan clínicamente estas problemáticas?
Consideramos que los consumos problemáticos, ya sean de sustancias o de comportamientos, deben ser pensados como síntomas que expresan un sufrimiento o una vulnerabilidad previa, y no como entidades diagnósticas cerradas o identidades fijas. De este modo, el trabajo clínico se orienta a comprender e intervenir sobre las causas del malestar y a construir con cada paciente un recorrido terapéutico posible, más que a imponer un modelo rígido de intervención centrado en la supresión de la conducta. En el dispositivo interdisciplinario abordamos la problemática con terapia individual, grupal y familiar. También, existe abordaje psiquiátrico si fuera necesario o también se le brinda terapia ocupacional a quienes lo necesiten.
¿Cuál debería ser el rol del estado ante el avance de estas problemáticas?
Los adultos estamos haciendo las cosas mal. Deberíamos acompañar a nuestras juventudes en esta nueva realidad digital, pero no estamos preparados ni como padres, ni como funcionarios. Incluso en las escuelas, muchos docentes reconocen no tener herramientas para intervenir en estos temas. Por eso es imprescindible que el Estado, lamentablemente actualmente retirado de los temas de salud y educación, asuma un rol activo con campañas de prevención e información que orienten a niñas, niñas y adolescentes acerca de cómo manejarse en las redes y cómo detectar la enorme cantidad de riesgos a los que están expuestos.
¿Existe alguna forma de intervención preventiva que aborde lo social y educativo?
Si, pero no alcanza solo con campañas. Es urgente rediseñar los planes de estudio, tanto en la primaria como en la secundaria, incorporando lo digital y sus riesgos en cada materia. Además, se requiere la creación de una asignatura específica, dictada por docentes especializados en el área digital, que brinde a niños, niñas y adolescentes herramientas concretas para circular de manera crítica y segura en ese nuevo mundo: conocer los riesgos, identificar los peligros ocultos y aprender a interactuar con responsabilidad. Por eso, en el libro no solo desarrollamos profundamente esta nueva problemática, sino también, hemos incluido herramientas de prevención para poner en práctica en las escuelas, incluimos propuestas para legisladores, pero también a profesionales de la salud mental, a pediatras, docentes, a padres, pero también a niños y jóvenes.