Hablar de la tecnología y su relación con la salud mental es un tema tan vasto que a veces agobia. Siempre parece que falta algo por decir o se duda de lo dicho, pero lo peor es el silencio.
Por eso, abordar esta problemática, que nos atraviesa como humanos desde hace poco más de una década —un fenómeno que está disponible 24/7 al estirar nuestro brazo—es un verdadero desafío que se ha convertido en un foco de interés para quienes buscamos entender la conducta humana y su evolución.
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Es indudable el impacto de las redes en nuestras vidas; no hay punto de comparación con el pasado y las respuestas que encontramos mirando hacia atrás suelen ser muy débiles.
Está claro que un uso tan masivo no solo trae consecuencias negativas. Enfocarse solo en lo perjudicial es ver la mitad de la película. No porque sea falso, sino porque es insuficiente y además no nos ayuda a saber qué hacer.
Desde nuestra área de conocimiento, la psicología, la primera pregunta que nos hacemos es: ¿Qué función o funciones cumple esta conducta?
Cuando hablamos de redes sociales y salud mental, a casi todos se nos viene la misma idea: son adictivas, nos hacen mal y nos llevan a un lugar cuya gravedad todavía no dimensionamos. Sabemos que esto tiene una gran parte de realidad, pero como profesionales de la salud mental, nos importa pensar qué parte no estamos mirando, qué perspectiva nos falta contemplar.
No tenemos dudas de que cambiar la forma en que nos relacionamos con nuestros dispositivos requiere conciencia, atención y el desarrollo de habilidades. Es la única manera de ser nosotros quienes guíen la tecnología y no al revés.
Si nos hacen tan mal, ¿por qué seguimos ahí? ¿Cuál es la parte de esta herramienta que nos aferra de tal modo que ya ni imaginamos cómo vivir sin ella?
No estamos aquí para demonizarlas. Las redes nos ayudan a democratizar el conocimiento, a acceder a lo que nos interesa, a distraernos, a entretenernos y a sentirnos parte de comunidades. Son plataforma para el desarrollo profesional y comercial de quien lo desee. Pero, al mismo tiempo, nos dominan y afectan nuestra salud mental debido a la adicción que generan. Perdemos el control, pasamos más horas de las que queremos y nos cuesta frenar.
Trabajar la salud mental no es algo lejano, es parte de nuestra vida cotidiana y está presente en las microdecisiones de cada día.
Más allá de las horas de pantalla
Aquí es donde la psicología ofrece una herramienta no moralista, que poco tiene que ver con ponerle un número a las "horas correctas" de uso.
La posibilidad de saber cuántas horas le dedicamos a la pantalla del celular es interesante, pero a menudo se queda en una cifra anecdótica, sin generar un cambio real. La clave está en hacerse preguntas de valor: ¿Qué están haciendo esas horas por mí?, ¿Cómo me siento mientras estoy en la pantalla?, ¿Cómo me siento cuando no puedo usar el dispositivo?, ¿Qué dejo de hacer en esas horas?, ¿Cómo queda mi mente después de tres horas mirando el celular?
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El secreto del 'scroll': Un refuerzo de baja calidad
Desde la psicología conductual, tenemos un concepto clave: el refuerzo de baja calidad.
Te explicamos qué significa esto: los refuerzos son lo que hacen que sostengamos una conducta. Por ejemplo, si estudias y te va bien (refuerzo), querrás estudiar igual la próxima vez.
El scroll constante es distinto: funciona, nos hace repetir la conducta, pero nos empobrece en nuestro funcionamiento. Solo requiere que estemos quietos, moviendo un dedo, mientras todo lo demás sucede sin nuestra participación. Refuerza, sí; pero de forma pobre e inútil.
Es como comer un paquete de galletitas en lugar de una comida nutritiva. Satisface el impulso, pero no nutre.
Entrenar al algoritmo: la psicología nos guia
La palabra "algoritmo" ya es parte de nuestro léxico. Ahora, el paso siguiente es aprender a entrenarlo a nuestro favor. Es una tarea difícil, pero completamente posible.
Lo más desafiante puede ser un movimiento mínimo, no hacer clic en ese contenido que querés que el algoritmo deje de mostrarte. Es notar esa urgencia de hacer scroll, reconocer las ganas de mirar, y simplemente dejarlas pasar. En su lugar, dedicar tu búsqueda e interacción a tus intereses, tus gustos y el contenido que realmente te aporta.
No hace falta "dejar el celular" de golpe (sabemos que es difícil). La verdadera solución pasa por la intervención activa. Si lo dejás ser, estás permitiendo que el algoritmo decida por vos, y no lo hace a tu favor, sino a favor de otros intereses.
Volvamos a tener el control. Como terapeutas de la conducta, te proponemos ser especialistas en entrenar el algoritmo. Así como entrenamos nuestro cuerpo, trabajamos la comunicación en nuestras familias y vínculos, buscamos dar lo mejor en nuestros roles laborales, también debemos trabajar sobre nuestros consumos digitales para no entregar ese poder al azar del algoritmo.
Recomendaciones para hackear tu algoritmo
- Controlá el impulso: pasá rápido la página cuando aparezcan temas o personas que ya sabés que te generan ansiedad, crítica o negatividad.
- Detenete intencionalmente: mirá hasta el final los videos educativos, las cuentas de personas que te inspiran confianza o los posteos que te hacen reír y te hacen sentir validado y acompañado.
- Pasá de largo: ignorá el contenido que promueva la perfección, el intrusismo, las verdades absolutas o lo que ya te demostró que te hace mal.
- Conocete en las redes: observá qué te atrapa y dispara pensamientos negativos. Limitá el tiempo de esas apps que te quitan mucha energía (la misma tecnología brinda herramientas para esto en la configuración de tu celular).
- Reiniciá Instagram: si sentís que el algoritmo está "roto", podés ingresar a tu perfil, ir a Configuración, luego a Preferencias de contenido y Restablecer las sugerencias para empezar de cero.
El algoritmo ya es parte de nuestras vidas: no dejes que te gane, hacé que trabaje a tu favor.
Cómo las redes pueden afectar la salud mental
En nuestra práctica diaria, que es brindar tratamiento a personas que están atravesando enfermedades como anorexia, bulimia o problemáticas asociadas al cuerpo y la comida, vemos claramente como el contenido de las redes está funcionando como combustible para que estas problemáticas se desarrollen y se perpetúen. Cualquier adolescente está permanentemente expuesto a un bombardeo de mandatos de belleza, de perfección, de rendimiento, de lo “ saludable”, de demonizar alimentos. Las redes dan lugar al intrusismo, que significa que quien quiera puede tirar verdades absolutas sobre temas que son muy complejos. Este consumo de contenido en edades vulnerables como es la pubertad y la adolescencia es peligroso.
Frecuentemente escuchamos que las consultantes entraron al trastorno alimentario en respuesta a propuestas en cuentas, desde algún challenge sobre medir la cintura con un cable de auricular, hasta dietas restrictivas sugeridas por cualquier influencer, estrategias peligrosas para el control del peso, gordofobia explícita…
Todo esto al infinito sin posibilidad de regulación por parte de los adultos dado que tener control sobre estos consumos resulta imposible.
* Clara Roqué y Carola Pechon, son psicólogas fundadoras y directoras de TÁNdEM, una organización de asistencia y formación en salud mental. Llevan adelante hace años la desafiante tarea de liderar profesionales en este campo. Hoy cuentan con un equipo interdisciplinario que brinda programas de tratamiento especializados en problemáticas frecuentes en adolescentes y adultos como son los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y las dificultades emocionales severas, además de ofrecer psicoterapia cognitivo-conductual a quienes lo requieran. Paralelamente, forman profesionales con la convicción de que cada vez haya más colegas capacitados para detectar y abordar los TCA (anorexia, bulimia, etc).