Festejar la deuda y vivir en el corto plazo

17 de abril, 2025 | 00.05

A nuestros economistas “más serios”, calificativo del que disfrutan solo los más ortodoxos, les encanta comparar el funcionamiento de la economía de un país con las economías privadas, sean las familias o las empresas. Desde esta perspectiva, los déficits siempre son reprobables. “En tu casa no podés gastar más de lo que te ingresa”, insisten para atacar el déficit fiscal. “Mentira”, es la primera respuesta, “existe el crédito”. Y es verdad. Si usted, lector, toma deuda, puede seguir gastando por encima de sus ingresos, pero seguramente no necesitará mucha explicación para comprender que su felicidad en el consumo es transitoria. Estará en problemas si, por ejemplo, el saldo de su tarjeta está persistentemente por encima de sus ingresos. Otra opción para sostener el consumo es más radical, deshacerse de activos, vender la heredad o lo que compraron los ingresos del pasado.

Por eso funciona mejor el ejemplo de una empresa. Aquí también suponemos que no se podría gastar más de lo que la empresa genera. Pero la clave de la expansión del capital, de lo que Marx llamaba “la reproducción ampliada” es, precisamente, el crédito. El crédito está en la base del desarrollo capitalista. Junto a las sociedades anónimas, es decir la separación del patrimonio de la empresa del de sus propietarios, es una de las razones principales que explican por qué el capitalismo se desarrolló a partir del siglo XV y no, por ejemplo, en tiempos de la Roma antigua. Hay bibliotecas enteras que lo detallan, llegando incluso hasta la revolución en las creencias religiosas, que debieron dejar atrás la condena al cobro por el servicio de prestar, es decir “la usura”. En esta línea se inscribe, por ejemplo, el maravilloso texto de Max Weber: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Y en el camino también hubo que dejar atrás la condena a la riqueza, aquello de que era “más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos”.

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Si se pone a un lado la ilusión del microemprendedor, la diferencia entre una persona humana y una empresa, es que la primera obtiene sus ingresos del trabajo y la segunda de la reproducción del capital. Y la diferencia entre ambos ingresos es que la expansión del primero es finita y la del segundo no. Así, el crédito destinado a reproducir el capital no sólo puede cumplir con su repago, sino que contribuye al crecimiento, se transforma en virtuoso. En el imaginario ideal de los libros de economía, bajo las condiciones de un capitalismo normal, se supone que los bancos, antes de prestar dinero, evalúan si se destinara a la “reproducción ampliada”. Si el proyecto no lo garantiza, no hay préstamo. En el capitalismo menos aceitado, como el local, la clave es otra, el respaldo patrimonial.

Toda esta larga introducción tiene por objeto sostener que el crédito no es malo en sí, que tomar deuda no está siempre mal y que depende de las condiciones y objetivos del endeudamiento. No se trata de condenas morales al estilo medieval, cuando el préstamo no era tarea de piadosos y los ricos no entraban al reino de los cielos. La base del capitalismo moderno es la ética protestante, la riqueza es buena, incluso hasta una señal de estar entre los elegidos de Dios para la salvación eterna y, antes que usura reprobable, el crédito es uno de los motores del desarrollo.

Ahora bien, la principal herencia del macrismo fue volver a endeudar la economía, con regreso al FMI incluido. Su objetivo central fue aguantar hasta la lluvia de inversiones que nunca llegó. Más allá de sus horribles disputas internas, el gobierno del Frente de Todos renegoció la deuda heredada y obtuvo un período de gracia. La desgracia, que llega hasta el presente, es que este impasse no se utilizó para generar las condiciones para afrontar el endeudamiento reprogramado, o dicho de otra manera y para horror de los nostálgicos, no se hizo el ajuste que debió haberse hecho. El gobierno de La Libertad Avanza, gestionado por los mismos endeudadores del macrismo, volvió ahora a multiplicar el endeudamiento, lo que en los hechos significa potenciar la insustentabilidad de una deuda que ya aparecía como insostenible. El plan D+D, Deuda más Devaluación, que increíblemente es ponderado positivamente por buena parte de la profesión de los economistas con el argumento de que el “levantamiento del cepo” abrirá las puertas al desarrollo, no es más que la expresión del fracaso del plan económico que se llevó adelante durante casi un año y medio.

Previsiblemente, los mercados recibieron positivamente el nuevo endeudamiento. Los mercados viven en el cortísimo plazo y ver en las pantallas que el número de las reservas internacionales sube significa precisamente que existe más solvencia de corto plazo. Los operadores no miran de donde viene la suba. Era esperable que la cotización de la divisa no salte de golpe al tope de la banda. Tan esperable como la insustentabilidad del precio del dólar antes de que lleguen los refuerzos para las reservas. El éxito que espera el oficialismo también se encuentra en el corto de plazo, llegar a las elecciones sin que se le escapen en exceso las variables.

Más allá de todas las zonceras que repite sobre la cantidad de dinero, el gobierno siempre entendió la relación entre inflación y precios básicos, por eso planchó dólar y los salarios como anclas antinflacionarias. Las mejoras heterogéneas en el ingreso promedio de los salarios se debieron a la apreciación cambiaria, no a las paritarias, prolijamente contenidas y consistentemente no homologadas. Pero ahora una de las anclas se soltó y cualquier economista sabe que la suba del dólar se trasladará más o menos rápidamente a precios. Este es precisamente el problema político de cualquier devaluación: la velocidad del pass through. Aquí el argumento oficial es el mismo que hasta antes de la devaluación se utilizaba para el precio del dólar, si no hay pesos, los precio no pueden aumentar. Hasta lo explicó en su momento el siempre sonriente Federico Sturzenegger en un paper, con los resultados contrarios de la realidad a posteriori.

En la historia económica reciente sólo existió un caso de pass through contenido. Fue en 2002 luego de la salida de la convertibilidad. La razón no fue la escasez de pesos, sino una profunda recesión. Más allá de la teoría, los números siempre mostraron que la velocidad del pass through es menor en contextos de baja inflación previa. El contraejemplo fue la devaluación massista post PASO 2023. En las próximas semanas se conocerá la velocidad del presente, de la que depende la estabilidad de corto plazo. Por ahora el oficialismo sigue festejando el endeudamiento que le permitió evitar el colapso.

Mirando el largo plazo, y más allá del axioma keynesiano, lo único que se ve es una deuda impagable, es decir la amenaza de sumar al plan D+D una tercera D, la de Default. No debe olvidarse, sin embargo, lo que se dijo sobre cómo seguir gastando a pesar de no generar ni recursos genuinos ni reproducción ampliada: siempre quedará la vía no virtuosa de deshacerse de activos, que en el caso del país son sus recursos naturales.