Pérdida de soberanía y batalla cultural

Estados Unidos salió en auxilio del gobierno de Javier Milei con un apoyo financiero histórico que, en los hechos, evitó una crisis cambiaria y política inminente. El salvataje respondió tanto a razones geopolíticas  como a intereses concretos del FMI, cuya exposición con Argentina supera el 40 % de su cartera global.

25 de septiembre, 2025 | 00.05

Sobre la hora, el gobierno de extrema derecha estadounidense decidió salvar al gobierno de extrema derecha del sur-sur de "su" continente. La razón de fondo que impulsó la ayuda histórica fue efectivamente geopolítica. Estados Unidos no es una potencia decadente, pero sí una potencia con hegemonía declinante. Y aunque su rumbo no sea muy claro, parece haber decidido replegarse sobre la que considera "su" región.

Sin embargo, al dato geopolítico se sumó uno igualmente importante para "los ingenieros del caos": la batalla cultural. La aspiración de la administración de Donald Trump es que toda la región se pueble de gobiernos de ultraderecha a su imagen y semejanza. Una caída del "aliado estratégico" sudamericano habría tenido un efecto contagio muy negativo en la disputa. Hubiese sido el peor de los ejemplos. Lo que estaba en juego, entonces, no era solo la pelea por la injerencia china, en particular la molesta disputa monetaria del swap, sino el potencial retroceso en la batalla cultural. 

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Deben agregarse también razones más contantes y sonantes. Una vez más, como en 2018, siempre a instancias de Trump y hace tan poco como en abril, el FMI otorgó a la administración libertaria un crédito de 20 mil millones de dólares, de los que ya se desembolsaron poco más de 14 mil. Los nuevos desembolsos potenciaron la exposición del organismo al deudor sureño que ya representa más del 40 por ciento de su cartera global y es, por lejos, el principal acreedor individual. La caída prematura del gobierno de Milei que se insinuó el pasado viernes 19, no solo habría expuesto a la administración Trump, sino también a todo el staff del FMI. Dicho esto aunque en el presente a nadie le importe el viejo "moral hazard".

Bajando al plano estrictamente local, la inédita ayuda estadounidense puso en primer plano el absoluto fracaso de la dupla Milei-Caputo para conducir la economía. Todo el discurso fiscalista de "esta vez es distinto" y el monetarismo bobo de "secar la plaza de pesos" cayeron "como un piano". Quedó en evidencia que el esquema de mantener un tipo de cambio que no refleja la verdadera productividad de la economía solo se sostenía con entrada constante de capitales y que estos capitales se consiguieron principalmente vía deuda. El ancla antiinflacionaria nunca fue monetaria, siempre fue cambiaria. Pisar artificialmente el dólar fue el monoinstrumento de la administración libertaria. Sin apoyo externo el modelo no hubiese pasado de la primera mitad de 2024. A esta altura ya es consenso entre los economistas de todas las tendencias que el blanqueo salvó 2024 y el crédito del FMI lo que va de 2025. Sin el nuevo apoyo estadounidense la crisis externa y el salto devaluatorio eran un hecho. Resulta comprensible que al interior del oficialismo se viva el contundente apoyo del grandote del barrio como un verdadero triunfo. No faltó nada para salir por la ventana.

De la experiencia surgen dos conclusiones relacionadas que, a la luz de los acontecimientos, resultan significativas. La primera es que si hay un populismo que necesita superarse es el "populismo cambiario" practicado no solo por el mileísmo, sino por los gobiernos de todos los signos. Ocurrió en la última dictadura, durante la convertibilidad, en el tercer gobierno kirchnerista y en el presente. Como ya fue explicado mantener el dólar barato produce dos efectos positivos de corto plazo, el aumento de los ingresos medidos en divisas y el freno de los precios, pero también una sumatoria de efectos negativos en el mediano y largo plazo, entre ellos; el estrangulamiento externo y la pérdida de competitividad de la producción local frente a la del resto del mundo, más la necesidad de recurrir al consumo de reservas internacionales acumuladas en períodos anteriores, a la instauración de restricciones cambiarias y/o a la toma de deuda en divisas. Estos efectos son los que siempre conducen al fracaso del esquema. La segunda conclusión, directamente relacionada, es que se pierden o no se acumulan reservas.

A su vez, de estas dos conclusiones se deriva una tercera. En un contexto capitalista, que es un dato exógeno para todas las economías del planeta, siempre es preferible no intentar inventar la rueda. La fortaleza financiera y, en consecuencia, los mayores grados de libertad de las políticas económicas de los países de la región con mayor estabilidad, desde Chile a Perú y Brasil, se basan en sostener niveles altos de reservas internacionales. A su vez, estas reservas permiten mantener la estabilidad de los tipos de cambio sin recurrir a restricciones cambiarias y, al mismo tiempo, evitan la dependencia apremiante del endeudamiento externo que, dicho sea de paso, no se cierra. A modo de ejemplo... ¿Es posible imaginar la suerte del Brasil de Lula bajo el asedio de Donald Trump si no contase con la independencia financiera que le brindan sus reservas internacionales de 350 mil millones de dólares? ¿De dónde imagina el lector que proviene la estabilidad del real? O, yéndose más lejos ¿qué sería de la suerte de Vladimir Putin si Rusia no tuviese cerca de 700 mil millones de dólares de reservas?

Con estos números en mente piense el lector qué significa para un país con un PIB de alrededor de 650 mil millones de dólares como Argentina una nueva inyección de 20 mil millones como la anunciada este martes. En términos de reservas internacionales netas apenas se podrá salir de los números negativos. La importancia, sin embargo, es financiera. Por un lado, los nuevos fondos son indudablemente un alivio para los mercados bursátiles. Por otro, permitirán seguir estirando un poquito más el modelo agotado del dólar barato, muy probablemente hasta superar las elecciones nacionales de medio término del próximo 26 de octubre.

Superado el trance de la votación, y cualquiera sea el resultado, poco habrá cambiado en materia económica. La economía seguirá en recesión y continuará la destrucción de empresas y de empleo. Fuera de los humores volátiles de la clase política, los ánimos sociales seguirán sombríos. El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, prometió una lluvia de inversiones de firmas de su país en caso de triunfo libertario. El funcionario parece desconocer que los capitales productivos no suelen hundirse en economías inestables y en recesión. La promesa es solo eso, una promesa. El riesgo real es que la poco estridente China decida tomar represalias silenciosas y reoriente flujos de comercio. Un dato: Brasil, en conflicto con Estados Unidos y principal socio chino en la región, le vende a la potencia asiática casi lo mismo que Argentina. Finalmente y más allá de la coyuntura inmediata, cualquier atisbo de estabilidad a mediano plazo demandará encontrar una estrategia para acumular reservas, remonetizar la economía y abandonar el populismo cambiario, es decir, seguir algún plan económico racional, hoy inexistente.

MÁS INFO
Claudio Scaletta

Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017).