Caminar no es solo una acción física, sino también una ventana hacia nuestro estado emocional y psicológico. Estudios científicos muestran que un paso lento sin causas médicas puede estar ligado a emociones negativas como la depresión o la ansiedad.
Las investigaciones explican que la manera en que caminamos cambia según nuestro ánimo: mientras la alegría impulsa un andar más dinámico, la tristeza o la ansiedad modifican la postura y el ritmo. Por ejemplo, la depresión suele manifestarse con un paso más pausado, hombros caídos y menos movimiento de brazos, en tanto la ansiedad puede generar un andar inestable.
El psicólogo Johannes Michalak y su equipo observaron que pacientes con depresión mayor caminaban con menos energía y lentitud. Además, al pedirles que adoptaran una postura más erguida, notaron una mejora leve en su estado de ánimo, apoyando la idea de que cuerpo y emociones están íntimamente conectados.
“Si bien caminar implica acciones voluntarias como dar pasos, depende de mecanismos involuntarios como la regulación de la energía, el mantenimiento del equilibrio y la coordinación de los movimientos de la parte superior del cuerpo. Cada uno exhibe un patrón de marcha único, moldeado por características fisiológicas y comportamientos aprendidos desde la infancia. Las emociones fuertes como el miedo, la ira y el nerviosismo pueden alterar temporalmente los patrones de marcha”, explicaron los investigadores.
Además, concluyeron que “varios parámetros de la marcha, como la velocidad, la longitud y la duración del ciclo de la marcha, se ven modulados por la presencia y la gravedad de la ansiedad y la depresión”, lo que confirma la estrecha relación entre salud mental y forma de caminar.
¿Qué significa caminar lento?
Por otra parte, expertos señalan que un andar lento también puede reflejar rasgos positivos como la reflexión y la prudencia. Según el psicólogo Javier Campos, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, el contexto y la postura corporal son claves para interpretar el significado de la marcha.
Campos citó a Vicente Caballo y Albert Mehrabian, quienes sostienen que solo el 7% de la comunicación humana es verbal, mientras que el 93% está en gestos y expresiones no verbales. Así, una persona con hombros erguidos y pecho hacia adelante transmite dominio y autoridad, mientras que alguien cabizbajo puede reflejar sumisión o tristeza.
Este estilo pausado de caminar también se asocia con movimientos culturales como el Slow Movement, que promueve vivir con más calma y atención plena en un mundo acelerado. Carl Honoré, creador de esta corriente, impulsa priorizar la calidad y presencia en cada acción, incluyendo el simple acto de andar.
El propósito vital influye notablemente en el paso. Un estudio publicado en la National Library of Medicine encontró que personas con metas claras suelen caminar con más energía, lo que sugiere que la conexión entre mente y cuerpo es fundamental para el bienestar integral.
En adultos mayores, la velocidad al caminar adquiere un valor especial. Una investigación con casi 17.000 personas mayores de 65 años reveló que una disminución anual del 5% en la rapidez al andar, combinada con un procesamiento mental más lento, aumenta el riesgo de desarrollar demencia.
El geriatra Joe Verghese destacó que quienes presentan esta “declinación dual” tienen un riesgo mucho mayor que aquellos con solo uno de los factores. Además, un metanálisis de 2020 con datos de casi 9.000 adultos estadounidenses también vinculó la reducción de la velocidad al caminar y la pérdida de memoria con una mayor probabilidad de demencia futura.
No obstante, Verghese aclaró que la alteración en la marcha no se considera tradicionalmente un síntoma temprano de Alzheimer, aunque estos hallazgos abren nuevas vías para la detección precoz y la prevención de enfermedades cognitivas.