La primera vez que Gabriela Agostini vio un escuerzo, lloró. Fue una noche de 2005 en las afueras de La Plata, en un campo de la localidad de Ignacio Correas. Ahí estaba el gran anfibio, con su inmensa boca, capaz de tragar un ratón o un pájaro; verde brillante y rojo, con toda su fama de maligno. Gabriela, parada frente a la imponente presencia, no lloró de impresión, ni de tristeza, ni de miedo. Sus lágrimas fueron de emoción. Hacía unos seis años que estaba tratando de encontrar un ejemplar de escuerzo y, por fin, tenía uno delante de sus ojos.
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Agostini es platense y cuando era chica, dice, le interesaban las preguntas sobre el funcionamiento de las cosas, pero no particularmente la naturaleza. En el año 2000, casi de casualidad, empezó a estudiar Biología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). No venía de una familia de universitarios. Tampoco tenía muchos conocimientos sobre la carrera, ni seguía los pasos de un referente vinculado a la disciplina. Su decisión, se podría decir, fue más bien una cuestión intuitiva.
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“Entré a estudiar en la Facultad de Ciencias Naturales porque entendía que ahí había algo que me podía interesar, pero la verdad es que yo no tenía conocimiento de lo que hace un biólogo. Ahí me enteré que había gente que trabajaba con plantas, con células, con bosques, con el ala de un murciélago. Me enteré de la diversidad de la biología”, dice la investigadora en diálogo con El Destape.
Esa primera decisión, la de estudiar Biología, se encadenó tempranamente a otra más específica: la de dedicarse a la investigación de los anfibios, a la herpetología. Y si la primera decisión fue meramente intuitiva, la segunda se trató de una determinación ligada a las sensaciones. “En segundo año de la facultad fui a la Reserva Natural Punta Lara, al norte de La Plata, para hacer un trabajo práctico. Había llovido y era una noche de primavera. Ahí, conocí a las ranas y me enamoré del sonido, del agua dulce y esas cosas. Uno no puede explicar por qué le gustan los anfibios. Es como explicar por qué te gusta el chocolate. Qué sé yo. Me gustan”.
Tras terminar la licenciatura en Biología, Agostini obtuvo una beca de Conicet y se doctoró en Cs. Biológicas de la Facultad de Exactas de la UNLP. Luego se fue a realizar una estadía de estudio a Estados Unidos con el ecólogo Rick Relyea y cuando volvió, en 2015, entró a la carrera de investigadora de Conicet. Ese mismo año creó “Gigante de las Pampas”, una iniciativa que busca conocer la distribución geográfica del escuerzo (Ceratophrys ornata) y fomentar su conservación en un trabajo en conjunto con distintas comunidades.
“Gigante de las Pampas” es uno de los tres proyectos basados en especies que hoy están bajo el ala de Conservación de Anfibios en Argentina (COANA), una organización de investigadoras y comunicadoras que coordina Agostini. Los otros dos son el del Sapo de Achala (Rhinella achalensis), de las sierras Pampeanas Centrales; y el de la Rana Coralina (Leptodactylus laticeps) o Kururu Pytã (en guaraní), del Chaco Seco. En el marco de su trabajo, la investigadora integra el Instituto de Ecología, Genética y Evolución de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
El encanto de la noche
El escuerzo es un anfibio grande. La hembra puede llegar a medir 14 centímetros y el macho unos 11. Pero no sólo el tamaño es llamativo, sino también sus ojos sobresalientes y su gran boca. Agostini y sus compañeras suelen hacer el trabajo de campo en horas de la noche, entre la primavera y el verano, que es cuando los anfibios tienen mayor actividad.
Los escuerzos habitan en la región pampeana y un día estándar en la búsqueda de ejemplares puede resumirse así: las investigadoras llegan a la zona de un humedal en auto y luego caminan durante varios kilómetros por el campo, entre los pastizales. Algunas veces deben enfrentar la incomodidad de traspasar nubes de mosquitos. Luego, tienen que guiarse por el armónico canto del animal.
“En general estás en el medio de la noche y no hay luz, pero podés escuchar los cantos y acercarte. Cada especie suena distinta. Nosotras estudiamos como suenan cada una de las especies. Si voy a una charca de la región pampeana puedo reconocer a todos los anfibios que están cantando. Estamos hablando de unas 35 especies”, explica Agostini sobre su labor. Y agrega: “El del escuerzo es un grito de animal con tonos metálicos”.
El trabajo en el campo también puede demandar que las investigadoras tengan que sumergirse en el agua hasta la cintura para buscar un ejemplar. En algunas ocasiones es sólo permanecer observando a los animalitos durante largas horas, mientras que otras veces deben tomar medidas o colocarles a los escuerzos radiotransmisores para poder rastrarlos luego.
Para ejemplificar el esfuerzo del equipo, Agostini señala que Camila Deutsch, una de las investigadoras que encabeza con ella “Gigante de las Pampas”, decidió mudarse durante varios meses de La Plata a San Clemente del Tuyu para permanecer al lado de una charca y poder hacer observaciones sobre la reproducción de los escuerzos. Asimismo, cuenta que en distintas ocasiones viajaron en auto a Brasil y Uruguay, donde los últimos registros de los escuerzos databan de varias décadas atrás. “Ya después de diez años de búsqueda no los encontramos y la especie se considera extinta para los dos países”, explica.
¿Dónde está el gigante?
El escuerzo es un símbolo de los pastizales nativos de la región pampeana. Su distribución histórica abarca a este sector de Argentina y a zonas costeras de Uruguay y del sur de Brasil. Sin embargo, sus poblaciones han ido en disminución y hoy en día hallarlos es bastante difícil. Por ejemplo, el encuentro de 2005 que cuenta Agostini en Ignacio Correas es uno de los últimos registros de esa zona.
Además de la indagación en el campo de las investigadoras, “Gigante de las Pampas” es una iniciativa de ciencia ciudadana que contempla y fomenta los aportes de las personas que viven en lugares en los que habita el escuerzo. Para alentar esta participación, las investigadoras realizan distintas campañas de difusión poniendo cartelería, participando en medios de comunicación locales y hasta brindando capacitaciones a docentes, entre otras acciones.
Gracias a la participación ciudadana y a los trabajos in situ, Agostini y sus compañeras lograron realizar un mapeo muy completo sobre la distribución del escuerzo. Ese registro advierte que la especie sólo cuenta actualmente con poblaciones estables en dos sectores de Argentina: en una porción limitada que conforman el noroeste de la provincia de Buenos Aires, el este de la Pampa y el sur de Córdoba; y en territorios de los partidos bonaerenses de La Costa y General Lavalle.
El escuerzo es una especie relacionada a los pastizales nativos de la región pampeana y la presencia en estos dos lugares parece estar relacionada a una mejor conservación de los ambientes. “Son áreas que recibieron menos impacto por la agricultura. Esos son los entornos en donde vive y habita todavía el escuerzo. Nosotros consideramos que ahí hay que apuntar todos los cañones y los recursos para que la especie no se extinga finalmente. Hay que trabajar con la gente y los productores”, señala Agostini.
Gracias a la difusión del proyecto, Agostini y sus compañeras suelen recibir mensajes de personas que se encuentran con escuerzos en su casa, en la ruta o en cualquier otro sitio, y no saben cómo actuar. Entonces las aconsejan sobre lo que tienen que hacer o activan una red de rescate para reubicar al animal en un sitio seguro. “Entre los dos lugares que nosotros consideramos prioritarios para la conservación, llevamos rescatados unos 130 escuerzos. No sé si el número de ejemplares es biológicamente importante, pero si tiene muchísimo sentido si tenemos en cuenta que quedan pocos”.
Un animal enigmático
Es de noche en un pequeño pueblo de Córdoba, cuando Agostini y sus compañeras se dirigen a la comisaría. No tienen ningún inconveniente legal. Están, como de costumbre, buscando escuerzos. La visita se debe a que les comentaron que un sargento encontró un ejemplar entre las vías del tren. Cuando llegan a la dependencia, el sargento les confirma su hallazgo y les muestra una serie de fotos en su celular. Entonces, le preguntan: “¿Dónde está el escuerzo?”. El hombre armado responde: “Le pegué un palazo. Yo seré muy corajudo, pero a los escuerzos les tengo miedo”.
Agostini cuenta esta anécdota para graficar la mala fama que aún tiene el escuerzo en distintas poblaciones. Esa fama se ve reflejada, por ejemplo, en el cuento “El escuerzo” del escritor Leopoldo Lugones (publicado en 1906) en el que una criada relata como un ejemplar de la especie vuelve de la muerte para vengarse de un joven que lo mató.
La mala fama de los escuerzos quizá tenga origen en su naturaleza cazadora. Son animales que cuentan con un paladar y un sistema óseo adaptados para sujetar a sus presas, asfixiarlas y romperles los huesos. Los escuerzos pueden comer ratas, pájaros y otros anfibios (incluso, otros escuerzos). “Comen lo que les entra en la boca y algunos no alcanzan a engullir la presa rápido y mueren asfixiados”, explica Agostini.
Cuando se sienten amenazados, los escuerzos se defienden emitiendo gritos, abriendo la boca grande e inflando su cuerpo. Eso sí: no son venenosos, no generan verrugas, no matan perros ni atacan niños.
“Para mí son criaturas extraordinarias. Yo cada vez que veo uno siento emoción. Es difícil de describir la sensación de las cosas que te conmueven. Vos decís ‘no puede ser que la naturaleza haya hecho este trabajo de tanta belleza’”, dice Agostini. Se ríe un poco y agrega: “Son unos gorditos hermosos”.