Farmacia del Águila, más de 100 años en el barrio de Villa Crespo y atendida por la tercera generación

Arturo Domínguez, tercera generación en la botica, mantiene intacta la mística del lugar que inauguró su abuelo en 1914. 

20 de abril, 2025 | 00.05

Ubicada en la esquina de Avenida Corrientes y Julián Álvarez, es una auténtica “joya” del barrio porteño de Villa Crespo. Abrió sus puertas por primera vez en 1914 de la mano de Juan Manuel Domínguez, un gallego que llegó a la Argentina a fines del siglo XIX. Desde ese entonces, la botica mantiene los mostradores de cedro, los vitró y el piso de baldosas italianas originales.

La vidriera está repleta de envases de remedios antiguos y otras reliquias. Dentro del local aún se conservan frascos de antaño y hasta la caja registradora original. El negocio hoy es atendido por Arturo Domínguez ―nieto del fundador―, su esposa, su cuñado y su sobrino.

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“Me han dicho ‘¿por qué no cambiás el piso?’ ¡Pero yo ni loco! Ahora no se marca mucho porque todos usamos calzado de goma, pero en aquella época se usaba mucho la suela y eso lo gastaba”, describe Arturo Domínguez, tercera generación en la farmacia. 

Una farmacia originaria de San Fernando

El abuelo de Arturo se llamaba Juan Manuel Domínguez. Era un gallego nacido en un pueblito llamado Escarabote, ubicado en las Rías Bajas, que llegó a Argentina a fines del siglo XIX.

De jovencito, Juan Manuel comenzó haciendo changas y en paralelo hizo el curso de “idóneo en farmacia”, que se dictaba en la Cruz Roja. Eso fue el impulso para inaugurar en 1890 una farmacia en la localidad de San Fernando, provincia de Buenos Aires, justo en frente de la plaza principal. La farmacia primero fue bautizada como “La Moderna”. “Mi abuelo era muy progresista, muy moderno, y el nombre hacía alusión a eso”, explica Arturo en diálogo con El Destape.

Como a la farmacia le iba muy bien, se mudaron a Capital Federal. Primero a Avenida Corrientes al 5000 y finalmente, en 1914, a Avenida Corrientes y Julián Álvarez, en diagonal al local anterior y donde funciona actualmente. A partir de ese cambio de locación la farmacia pasó a llamarse “Farmacia del Águila”.

Juan Manuel tenía su vida al servicio de la farmacia, que también era droguería. “En esa época el negocio era del farmacéutico. Se fabricaban los medicamentos en la farmacia especialmente para cada paciente, era un servicio bien personalizado”, detalla Arturo.

El hombre se casó con Catalina Santiago, una joven argentina de padres nacidos en España, y tuvieron dos hijos varones, uno de ellos el padre de Arturo, llamado Arturo José, y una mujer. La familia vivía en la parte de atrás del negocio, algo muy habitual en las farmacias de aquella época para facilitar la atención cuando estaban ‘de turno’. “Mi abuelo puso un portero eléctrico para atender de noche. Entonces, si la gente tocaba el timbre, él levantaba el portero desde la cama. Era algo demasiado moderno para esa época”, describe Arturo.

De generación en generación

La primera en continuar con el legado de la farmacia fue la madre de Arturo y nuera de Juan Manuel, Haydee Baurbore, que era farmacéutica. En 1943, ni bien se recibió, empezó a trabajar en la farmacia como auxiliar. Tiempo después, también se recibió de bioquímica. “Fue socia de mi abuelo, después se casó con mi padre y fue la farmacéutica de la farmacia. Una de las paredes de afuera tiene una placa de bronce con su nombre”, señala Arturo.

Cuando falleció Juan Manuel en 1959, Arturo José (padre de Arturo) tomó el mando de la farmacia. “Mi padre era muy conocido, le decían ‘el Cholo’ y entonces a la farmacia se le decía ‘la farmacia del Cholo’. La farmacia era su vida. Hay una anécdota que lo describe muy bien y es que cuando se casó con mi madre, ella tuvo que esperarlo un buen rato en la iglesia porque mi padre se demoró debido a que estaba atendiendo la farmacia”, cuenta Arturo entre risas. “Es que la farmacia es un negocio especial. A mi muchas veces me tocó el timbre gente que venía por una urgencia. No es un local que vende ropa”, agrega el hombre que creció entre pócimas.

El negocio atravesó muchas crisis y una de ellas fue debido al surgimiento de las farmacias sociales, que tenían muchos descuentos y se hacía difícil competir. Luego, cuando surgieron las cooperativas, el padre de Arturo fue socio fundador de varias.

Si bien Arturo se crió en la farmacia e iba siempre a la salida del colegio, se hizo cargo del negocio cuando murió su padre, en 1985, hace casi 40 años. “Hay clientes cuyos padres conocieron a mi abuelo, a mi padre o a mí de chico”, comenta. 

En la actualidad la farmacia también es herboristería y venden productos homeopáticos. Funciona de lunes a viernes de 10 a 13 y de 15 a 19 horas, y los
sábados abren en el turno mañana.

Un viaje a través del tiempo

Al negocio se accede a través de una puerta de doble hoja de vidrio con bordes de madera. Tanto en la entrada como en sus vidrieras, sobresale una parte del típico toldo verde con letras en blanco que dicen “Farmacia del Águila”. Sus vitrinas exhiben envases de remedios antiguos como una vaselina alcanforada, pastillas Balsamina o los antiguos envases de Geniol. Dentro de la farmacia, que es una especie de museo vivo, además de los mostradores de cedro y su piso de baldosas italianas originales, hay distribuidos una infinidad de frascos, incluso con la etiqueta de la primera farmacia del abuelo de Arturo, “Farmacia Moderna”, y hasta algunos con tapa biselada. En uno de los principales vitró se ve la imagen de una serpiente, símbolo de la medicina y la farmacia. También conservan la caja registradora original, de una marca americana cuyas siglas son NCR. “Es igual a la que hay en el café Tortoni, con la diferencia de que esta sigue funcionando. Debe ser de entre 1900 y 1910”, detalla Arturo.

La farmacia cuenta con un sótano, algo fundamental para lograr la habilitación del comercio en aquella época, ya que muchos medicamentos necesitaban permanecer en un ambiente más fresco y aún no había heladeras.

Todas estas características han despertado el interés de varias productoras que encuentran a la farmacia como una locación ideal para filmar películas o publicidades de época. La más conocida es la película “Los siete locos”, de 1973, interpretada por Alfredo Alcón, Norma Aleandro y Osvaldo Terrnova en el papel de, justamente, un farmacéutico. Hace pocos meses también utilizaron el negocio para filmar publicidades de la marca de remedios “Tafirol”.

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la Cámara de Comercio de Villa Crespo homenajearon a la familia Domínguez con la colocación de dos baldosones conmemorativos en la entrada de la farmacia. Un reconocimiento especial al clásico negocio, uno de los últimos testigos de la Buenos Aires antigua, que vio crecer y transformar el barrio.