Más introvertidos, más egoístas y menos responsables: las redes sociales moldearon nuevas personalidades en los jóvenes, según un impactante estudio

Cuando la vida cotidiana se reduce a pantallas, rutinas fragmentadas y relaciones mediadas por algoritmos, lo que se altera no es solo la conducta, sino la estructura misma de la subjetividad. Por qué, en ese proceso, aparece la derecha como "refugio emocional".

16 de agosto, 2025 | 19.00

Un reciente estudio de la Universidad del Sur de California (USC), en Estados Unidos, reveló la contundencia de un fenómeno social que interpela tanto al campo de la psicología como a la sociología y hasta ahora era solo una presunción: en la última década los jóvenes adultos experimentaron cambios profundos en sus rasgos de personalidad, que expresan el malestar subjetivo y el rol de las redes sociales, situación que sufrió una fuerte aceleración a partir de la pandemia.

Los hallazgos demuestran que los efectos del capitalismo de plataformas no son solo materiales, sino también profundamente subjetivos y que la personalidad, como sugieren los autores, no es un conjunto de rasgos fijos, sino también un reflejo del contexto social y tecnológico. Cuando la vida cotidiana se reduce a pantallas, rutinas fragmentadas y relaciones mediadas por algoritmos, lo que se altera no es solo la conducta, sino la estructura misma de la subjetividad.

La investigación denominada "Entendiendo a Estados Unidos", que conjuga respuestas de 14,7 mil encuestados, registra que desde 2016 a la actualidad se produjo un cambio significativo en cuatro aspectos centrales de la personalidad, y el rango etario donde más se concentra es la juventud. Los rasgos que sufrieron un mayor retroceso son el ‘sentido de la responsabilidad (conscientiousness)’: se observa una baja en la capacidad de organizarse, cumplir con obligaciones y sostener hábitos, lo que se evidencia como más procrastinación y menos constancia en ámbitos como el estudio, el trabajo y la vida cotidiana; ‘la inestabilidad emocional (neuroticism)’: en los jóvenes crece la ansiedad, la irritabilidad, la inseguridad y la sensación de estrés constante, que erosiona la confianza en uno mismo y en el futuro; ‘amabilidad, empatía (agreeableness)’: se muestra una menor tendencia a la cooperación y la tolerancia, y un predominio de la competencia, la comparación, la polarización, por lo que las interacciones y vínculos sociales se pueden volver más duras y menos comprensivos; ‘sociabilidad (extroversion)’:menos ganas de socializar, rechazo a la vinculación cara a cara y el encuentro físico, y mayor aislamiento y preferencia por interacciones mediadas por pantallas.

Las transformaciones no se explican únicamente por factores individuales vinculados a las trayectorias biográficas, sino que operan en un contexto más amplio y complejo: sociedades que intensifican la competencia, erosión de redes comunitarias, hiper segmentación de los consumos, precarización material y sobreexposición a entornos digitales. La subjetividad de los jóvenes, así, se configura como producto de un ecosistema que reproduce vulnerabilidad y amplifica la ansiedad, así como también es propicio para la experimentación emocional y política. Y la derecha contemporánea se ofrece precisamente a encajar en ese registro: seguridad frente al caos, identidades rígidas frente a la inestabilidad, respuestas simples frente a una realidad compleja.

Digitalidad, redes sociales, e individualismo

No es una novedad afirmar que internet y las redes sociales están cambiando las personalidades de las personas, y el estudio de la USC de alguna manera lo confirma. A diferencia del mundo presencial, la digitalidad en las relaciones sociales no fomenta el registro del otro ni el sentido de la responsabilidad socioafectiva. En un mundo inestable y de puro tiempo presente, consumista, lleno de distracciones y de condiciones precarias de trabajo e ingresos, resulta difícil pensar en alguien que posponga la gratificación inmediata en pos de un futuro de bienestar. La autodisciplina, la espera, y la idea del largo plazo, como indica el estudio, parece ya un anacronismo. Hay que resaltar que los valores del compromiso y la lealtad del antiguo marco laboral y social son inadecuados para el capitalismo flexible tal como plantea Sennet en "La corrosión del carácter”. De hecho la estabilidad está mal vista porque equivale a estancarse, a no saber reconvertirse, a no ser flexible a los cambios y la incertidumbre.

La consolidación del capitalismo de plataformas, a partir del año 2010, entendido como un modelo de negocios fundado en infraestructuras digitales que explotan los datos de las personas y luego el encierro masivo de la población en la pandemia posibilitaron la configuración de un mundo ciber físico. En efecto, al aumento del tiempo en línea atado a un dispositivo, se suma a la cantidad de prácticas que se virtualizaron como el teletrabajo, las formas de comprar y vender, la consultas de salud, prácticas educativas, o vínculos sexo afectivos.

La clave de la economía de plataformas es la competencia entre las corporaciones por apoderarse de los datos de los usuarios, que es la materia prima sobre la cual se sostiene, a través de mecanismos que capturen el tiempo de atención en los distintos dispositivos conectados. Para eso buscan sujetos fragmentados, atados a los consumos y comportamientos adictivos, similares al casino y las apuestas, cuyo efecto gratificante genera con una recompensa instantánea. La valoración personal de este modo se construye mediante la hiper exposición de la vida privada, la cantidad de likes o seguidores, y la novedad permanente del refresh.

Esto trae como consecuencia cambios en las formas de relacionarse entre los humanos. Hoy los vínculos se vuelven superficiales, poco significativos, y muchas veces medidos en términos de viralización o costo - beneficio. Además, la conexión en línea permite romper con barreras y convenciones sociales al maltrato que anteriormente aseguraban la convivencia y el respeto común.  Byung Chul Han identifica en su texto “En el enjambre” que donde desaparece el respeto decae lo público, y por eso la “shitstorm”, estrategia usada por las ultraderecha, es un fenómeno de comunicación genuino de este entorno. El autor afirma que “es soberano el que dispone sobre las shitstorm de la red”.  Las interacciones puntuales sin compromisos y la distancia social habilitan la deshumanización del otro y por ende resulta más fácil destilar odio o ser cruel amparado en la virtualidad o el anonimato. Como sostenía Norbert Elias la vergüenza era la forma en la que corporalmente teníamos en cuenta al otro, y eso parece estar desapareciendo.

Plataformas como TikTok, Instagram y YouTube no son solo espacios de entretenimiento, ya que funcionan como sistemas de captura de atención y emociones, moldeando la subjetividad. En los jóvenes en pleno proceso de construcción identitaria, las lógicas algorítmicas en combinación con los efectos del experimento social pandémico, por el que vieron interrumpida su vida cotidiana y soportaron el peso del encierro a través de la digitalización, generaron un combo tan explosivo como perturbador: salieron de la misma más introvertidos, más egoístas, menos responsables socialmente. El resultado es una generación atravesada por un malestar difuso: con menos tolerancia a la frustración, más urgida por la inmediatez, más atrapada en una cámara de eco social, y por ende menos dispuesta a la cooperación sostenida con el otro.

Del malestar a la política: la derecha como refugio emocional

Si bien el citado estudio no investiga el cruce de las variables analizadas con preferencias políticas, el vínculo entre malestar y política no es accidental. La adhesión de muchos jóvenes a propuestas de la extrema derecha contemporánea no siempre responde a una convicción ideológica profunda sino a una experiencia de pérdida significativa y la búsqueda de seguridad, identidad y pertenencia. Es decir la canalización de emociones de vulnerabilidad en respuestas políticas concretas. La certeza autoritaria atrae porque ofrece estructura frente a la fragilidad emocional y social que muestra el estudio. Ante sentimientos de amenaza, miedo o incertidumbre, los sujetos tienden a girar hacia discursos que prometen orden y respuestas rápidas. La llamada cognición motivada funciona como mecanismo de defensa: cuando la vida se percibe inestable, no hay proyección de futuro y los recursos escasean, el autoritarismo y una mirada binaria y simplista de la sociedad aparecen como refugio emocional. En los jóvenes post pandemia, con más ansiedad, menos sentido de responsabilidad y menor empatía, este fenómeno parece intensificarse.

Las frustraciones son el alimento balanceado de la política y en manos de la derecha son fáciles de capitalizar y viralizar porque apelan a emociones fuertes y dicotómicas que viajan al instante por las plataformas, mucho más atractivas para el algoritmo que los matices o el diálogo. El resentimiento social como estado afectivo por la carencias materiales que genera el nuevo capitalismo, y el fogoneo incesante de odio y noticias falsas que capturan la atención, es metabolizado por la derecha radical que entiende ese lenguaje y conducido hacia quienes hoy son las principales víctimas y los mayores consumidores de redes, por eso crece allí naturalmente. Proyectos de ultra derecha, como el de la LLA en Argentina, ofrecen una explicación de las cosas adaptada especialmente al votante enojado, resentido por sus padecimientos, y sugiere como responsables de ello a todos aquellos que no comparten esas ideas. 

Una pregunta abierta

La información del estudio sugiere que la subjetividad vulnerable post pandemia, mediada por la tecnología y la cultura, reconfigura la idea de responsabilidad, los sentidos de pertenencia, identidad y acción colectiva. Y el crecimiento de la derecha juvenil puede ser el síntoma visible de esa conjunción. Si bien esas transformaciones se detectaron en jóvenes estadounidenses, es legítimo interrogar cómo esas dinámicas operan en países con crisis económicas profundas y redes sociales igualmente perjudiciales, como Argentina; y al mismo tiempo, cómo se conecta ese desajuste emocional y social juvenil con el apoyo mayoritario de ese segmento a Javier Milei.

El panorama es claro: no podemos adjudicar el giro de los jóvenes hacia la derecha como un simple fenómeno de falsa conciencia, la equivocación de una generación frágil, o un fenómeno pasajero de rebeldía política. Responde a transformaciones subjetivas profundas, aceleradas por la pandemia y administradas por plataformas digitales cuyo negocio y objetivo es amplificar la emoción más disruptiva. Si el estudio de la Universidad de California nos muestra la foto de una generación emocionalmente desplazada, las redes nos muestran el mecanismo que convierte esa vulnerabilidad en tendencia política. Frente a ello la pregunta crucial no debe ser por qué los jóvenes se inclinan hacia la extrema derecha, sino qué espacios de contención, qué idea de futuro, de comunidad y de construcción política se pueden construir en el campo nacional y popular para procesar dicho malestar.