La estrategia política de Javier Milei y los voceros blue del gobierno de culpar del fiasco económico a Cristina Fernández de Kirchner, al kirchnerismo, a los gobernadores y a los políticos en general es conocida.
La vieja excusa de los gobiernos que lideran el ajuste permanente hasta precipitar una crisis vuelve a escena. Marcelo Diamand, en su célebre ensayo La estructura dual de la economía argentina, señala, con perspicaz entendimiento de la realidad económica y política local, que los ejecutores de programas económicos ortodoxos suelen apelar a una justificación recurrente cuando sus políticas fracasan: la falta de “tiempo suficiente” para que el programa brinde los resultados prometidos.
Este pretexto aparece una y otra vez en la historia económica argentina. Los responsables de políticas regresivas (ajuste fiscal, apertura comercial indiscriminada, tipo de cambio sobrevaluado) culpan a factores externos, a la impaciencia de la sociedad o a las demandas de políticas “populistas”, en lugar de reconocer que el marco teórico de su enfoque es inapropiado para la estructura productiva y social del país.
En palabras de Diamand: “Siempre se dice que el programa fracasó porque no se le dio tiempo. Lo que no se dice es que no se le puede dar tiempo, porque para que tuviera éxito habría que destruir primero la economía nacional”.
No es una cuestión de plazos, sino de que los programas ortodoxos colisionan con la realidad. El ajuste regresivo provoca desindustrialización, desempleo y crisis externas. El plan empieza a mostrar fragilidades porque, en sus propios términos, requiere demoler buena parte del entramado productivo y social para ser “exitoso”, lo que en sí mismo es una tragedia económica y política.
Esta descripción, realizada hace poco más de 50 años, se muestra vigente frente al discurso del mundo liberal-libertario. El gobierno de Milei implementó desde el primer día un brutal ajuste, con caída del poder adquisitivo, recesión, destrucción industrial y aumento del desempleo.
Milei propone un país que no existe.
La sucesión de acontecimientos económicos, en un marco de desbordes permanentes de Milei, deriva en un exagerado análisis de la coyuntura, a lo que se agrega una intervención política hipermediática a través de redes sociales, que deja poco margen para evaluar cuestiones básicas. De tan básicas que, con un mínimo esfuerzo, se sabe cómo se desarrollan y cuál es el desenlace tradicional.
En palabras de Aldo Ferrer: “El modelo ortodoxo propone un país que no existe, y si existiera, sería inviable para la mayoría de su población”, escribió en Vivir con lo nuestro. La frase, contundente y actual, resume la observación crítica sobre el enfoque económico que reduce los problemas estructurales a desequilibrios monetarios y fiscales.
Las recetas del ajuste permanente, como las que promete Milei, no conducen a una crisis por falta de tiempo, sino porque parten de supuestos irreales: imaginan una Argentina sin estructura productiva nacional, integrada pasivamente al mundo, con salarios bajos, sin industria, sin protección, y sin derechos laborales. Es la ficción que, una y otra vez, Milei expone y un auditorio empresarial de aplaudidores la festeja.
La economía real, sin embargo, no responde a esa construcción teórica. La debacle de sectores industriales, acompañada de la fuga de multinacionales de diversos rubros, en estos meses de gobierno liberal-libertario, pone en evidencia los límites de un programa que privilegia la especulación financiera, la apertura importadora y el recorte del gasto público.
Como se ha mencionado en más de una oportunidad en El Destape, este experimento no es nuevo. Ya fue ensayado durante la dictadura militar con José Alfredo Martínez de Hoz, en los noventa con Domingo Cavallo y, hace pocos años, bajo el gobierno de Mauricio Macri.
En todos los casos, el resultado fue el mismo: fuga de capitales, reprimarización de la economía, endeudamiento, desocupación y crisis social.
La paliza que el Congreso le dio al Gobierno.
El 6 a 0 en el Senado (la cantidad de proyectos aprobados en contra de los deseos de Milei) expresa no sólo la impericia política del gobierno para mantener o construir alianzas, sino que es una primera gran manifestación del agotamiento de la actual dinámica económica del ajuste permanente.
Esto último provocó la reacción de sectores de la política que, si bien acompañan los lineamientos generales de Milei, no están dispuestos a hundirse junto a un experimento económico que muestra cierto agotamiento.
Si el JP Morgan, el banco estadounidense con marcada influencia en las finanzas globales, decidió bajarse de un tren que elogian, cuál sería la motivación de políticos conservadores a seguir siendo furgón de cola que, a la vez, es maltratado por el ecosistema libertario.
El comportamiento de la política es posterior a los síntomas de fatiga de un plan económico insustentable. Esto permite entender, por caso, las razones de por qué no baja el índice de riesgo país, una variable clave en relación a la posibilidad o no de acceso al mercado voluntario de crédito internacional.
Excusas libertarias para no mirar el fracaso.
Milei y su ministro de Deuda y Especulación Luis Caputo insisten en que no existen motivos objetivos del plan económico para que el riesgo país siga en niveles tan altos. Para ello, despliegan un repertorio de argumentos que, más que explicaciones, funcionan como excusas:
- Se están pagando los vencimientos de la deuda puntualmente.
- Se está contabilizando un superávit fiscal, aunque sea a costa de licuar jubilaciones, apropiarse en forma indebida de fondos de las provincias y paralizar la obra pública.
- Milei anuncia que vetará leyes que impliquen aumento del gasto público e, incluso, amenaza con desconocer leyes aprobadas por mayorías.
- Distribuyen encuestas que le siguen dando de 40 a 50 por ciento de apoyo social, y está adelantando que la Libertad Avanza arrasa en las elecciones de medio término, en octubre próximo.
- Se presenta como líder de una fuerza política promercado y antikirchnerista.
- Se muestra como un aliado incondicional de Estados Unidos.
- Tiene el respaldo del Fondo Monetario Internacional, que aprobó otro crédito insólito que garantiza el pago de los bonos.
Sin embargo, el riesgo país no baja, sigue en el umbral de los 700 puntos.
Cristina Fernández de Kirchner está condenada y proscripta.
Uno de los temores de los financistas es el regreso de un gobierno de CFK. Esperaban con ansias la prisión de Cristina como señal auspiciosa para despejar el horizonte de los negocios financieros e inversiones en el país. Sucedió lo que deseaban y no pasó nada de lo que ellos publicitaban. El riesgo país no bajó.
Esto revela algo más profundo que el relato oficial elige ocultar: los inversores no compran la narrativa del éxito porque, en última instancia, dudan de que el actual esquema económico sea viable, con un tipo de cambio atrasado, sin inversiones productivas de envergadura y un drenaje de dólares constante por pago de deuda externa, aumento de las importaciones e incremento del turismo al exterior, entre otras cuentas externas con saldo negativo.
Pese a la simpatía política hacia un gobierno de derecha y antiperonista, no existe una confianza ciega en un experimento que destruye la actividad comercial e industrial local, deprime el consumo doméstico, paraliza la obra pública, consumiendo el capital físico acumulado en décadas (por caso, las obras viales), arroja a la quiebra, insolvencia o achicamiento a miles de empresas y neutraliza las fuentes de crecimiento de mediano y largo plazo.
Como se sabe, luego de un primer período de aprovechamiento de negocios especulativos, los protagonistas del mercado financiero y del mundo empresarial no se guían solo por el alineamiento ideológico o los gestos hacia el capital. También observan la sostenibilidad macroeconómica, la viabilidad política y el horizonte productivo. Esto es lo que Milei no está ofreciendo.
Por eso, el riesgo país se mantiene elevado y no es por los ruidos políticos o porque existe el kirchnerismo, como sentencia Caputo, sino porque el plan económico no cierra, ni política ni económicamente.