El poder del miedo

30 de octubre, 2025 | 00.05

Si usted, lector, está leyendo estas líneas es porque pertenece al círculo rojo. No necesariamente al de los más ricos que comandan el proceso productivo y digitan el curso de la política, pero sí al círculo rojo de los más informados, de los que todavía leen un medio gráfico, escrito, como insumo para la construcción subjetiva de la realidad. Probablemente no pertenezca a una minoría privilegiada, pero sí pertenece a una minoría, la de los más o menos politizados.

Lo que esto quiere decir es que las mayorías están menos politizadas que usted. Esas mayorías seguramente no comprenden muy bien, entre otras razones porque no les interesa, cuál fue el mecanismo de apropiación de recursos ajenos del caso de la criptomoneda $Libra. Sí es posible, en cambio, que le hayan hecho ruido las coimas presuntas en discapacidad o los supuestos vínculos narco de algunos candidatos. Si el resultado electoral hubiese favorecido a Fuerza Patria, hoy se estaría hablando de estos casos.

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Es poco probable, en tanto, que esas mayorías debatan si la inflación se debe al fin, no sucedido, de la emisión monetaria o a las anclas salarial y cambiaria, o que se pregunten por la sustentabilidad de mediano plazo del modelo a partir del déficit de la cuenta corriente del balance de pagos, o sobre la relación entre los déficits interno y externo, debates que, dicho sea de paso, suelen darse en este espacio.

Lo que sí saben es que la calle está dura por el inicio de otra recesión y que el poder adquisitivo de sus ingresos, salariales o no, está estancado. Y, especialmente, saben también que todo podría empeorar si vuelve a romperse el sistema de precios. Este es el punto.

Los más politizados conocen la secuencia hasta el día de hoy: luego del shock devaluatorio de partida, el Gobierno optó por clavar el dólar y con ello consiguió que la inflación frene y se ubique en torno al 2 por ciento mensual. Es una inflación alta en términos internacionales, pero baja en términos locales y que permite cierta previsibilidad en las relaciones económicas. Hubo un shock inicial y un cambio de precios relativos, pero a partir del segundo trimestre de 2024 los precios comenzaron a desacelerarse. 

La desinflación permite, por ejemplo, saber que el salario al principio del mes será más o menos el mismo que al final, que el magro estipendio no queme en las manos, saber que cuanto llegue el ajuste de un alquiler no crecerá en forma demencial y saber que, si bien los precios en el supermercado crecen en promedio, lo hacen poco y de manera predecible. El jardinero, el mecánico, el peluquero, cualquier comerciante, respiran aliviados. El trauma de la inflación pesa fuerte en el imaginario de la población.

A pesar de ello, luego del triunfo en las elecciones de septiembre en la provincia de Buenos Aires, no fueron pocos los simpatizantes de Fuerza Patria que empezaron a relativizar el logro oficialista de la menor inflación. Volvieron, por ejemplo, los razonamientos utilizados en el pasado para decir que la inflación no importaba si se acompañaba con mejoras salariales. Pero, sobre todo, volvió a pender sobre la cabeza de las mayorías la amenaza de una potencial nueva crisis económica, de un shock devaluatorio seguido por una aceleración inflacionaria si, quien se imponía en las elecciones, era la oposición.

De nuevo, los politizados saben que la estabilidad de precios depende de mantener más o menos contenido al dólar y que, para eso, se necesitan dólares. Los no politizados, en tanto, entendieron que la ayuda de Estados Unidos no fue solo una “sumisión al imperio” sino el instrumento para evitar una crisis que amenazaba con afectar sus existencias en el día a día. Por si había dudas, la intervención estadounidense se encargó de aclarar que, sin triunfo oficialista, la ayuda desaparecería. En este escenario, la insustentabilidad de mediano plazo, y quizá de corto, del modelo sólo es metafísica. Para las mayorías “en el largo plazo, todos estaremos muertos”. El verdadero riesgo fue el inmediato.

Desde La Libertad Avanza, la acción electoral fue efectiva, no se desperdiciaron esfuerzos en responder a las denuncias sobre los casos de corrupción evidentes. Además de pedir un poco más de aguante, alcanzó con prometer que se mantendría la estabilidad relativa y enfatizar en la idea de que un triunfo de la oposición presuponía el regreso al pasado inflacionario. Un mensaje corto, pero contundente.

Es difícil imaginar una “campaña del miedo” más eficiente, en especial con el diario del lunes. Una conclusión preliminar es que, en adelante, la tarea del peronismo será mucho más ardua que la reconstrucción de un liderazgo único, deberá romper la asociación que persiste en las mayorías entre peronismo/kirchnerismo e inflación. El mensaje del voto fue que un sistema de precios previsible sigue siendo todavía la principal demanda social y que esta demanda está por encima de cuestiones menores, como la corrupción, las ficciones de soberanía o el singular estilo presidencial.

Los diagnósticos que enfatizan sobre el “piso del gorilismo” o la “persistencia del odio social” no parecen captar la esencia del problema. Lo que dio miedo no fue la posibilidad de un triunfo del peronismo, sino una nueva ruptura del sistema de precios. Que una mayoría social haya asociado una cosa con otra debería ser un punto de partida para la acción opositora. La oposición, en cambio, parece seguir como si nada hubiese sucedido desde 2011, cuando se estancó el crecimiento, como si para volver al poder alcanzase sólo con esperar la debacle del otro.