Autoritarismo y doble vara: Milei se pelea con la realidad.

El presidente Milei busca silenciar a periodistas y críticos judicializando la disidencia, mientras adopta símbolos y discursos de la extrema derecha global; una estrategia que combina autoritarismo, persecución y manipulación social para consolidar un proyecto profundamente antidemocrático que pone en riesgo la convivencia y los derechos en Argentina. 

06 de julio, 2025 | 00.05

El presidente Javier Milei denuncia a quienes señalamos lo evidente: el suyo es un gobierno autoritario de extrema derecha que recurre a argumentos y narrativas nazis, establece alianzas explícitas con personajes y espacios que reivindican el nazismo y hasta utiliza simbología nazi. Tiene cola de perro, hocico de perro, orejas de perro y hace guau. Su denuncia, en todo caso, sirve para confirmar el diagnóstico, igual que la detención ilegal de militantes políticos, la proscripción de dirigentes rivales y el plan para criminalizar la oposición a través de la llamada Ley Anti Mafias, la modificación por decreto del estatuto de la Policía Federal y un Plan Nacional de Inteligencia que va en contra de las leyes que regulan esa actividad.

Esta semana Milei me inició una querella penal por calumnias e injurias a partir algunos datos que mencioné en un comentario editorial el 16 de mayo, unos días después de que el presidente denunciara a Ari Lijalad también por calumnias e injurias en el mismo luego de que publicara en El Destape una columna donde señalaba, con la precisión que lo caracteriza, las semejanzas entre el discurso de La Libertad Avanza respecto de los opositores con el que utilizaba el nazismo contra los judíos hace 90 años en Alemania: tratarlos como un virus al que se debe erradicar por considerarlo el responsable de todos los males del país. No es menor: Milei me denunció por defender a un colega contra el que ya había apuntado.

En mi respuesta, que el presidente encuentra calumniosa e injuriante, sostengo que hay otros puntos de contacto entre su gobierno y la experiencia nazi. Por caso, la reforma migratoria, que se había anunciado esa semana, tenía como objetivo usar a los inmigrantes como chivo expiatorio y se montaba sobre una narrativa importada del supremacismo en Europa y Estados Unidos: la Teoría del Gran Reemplazo, que sostiene que los fenómenos migratorios desde Asia, Africa y America Latina no son consecuencia de los procesos de colonización, descolonización y, más recientemente, de la “guerra contra el terrorismo” y la “guerra contra el narco” sino que son una conspiración global contra la raza blanca.

Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Son batallas culturales que se copian de afuera empaquetadas, como la batalla contra el “virus woke”, sin atender a las particularidades nacionales, y por eso no prenden en la población general, pero sirven para radicalizar a sus bases. Acá el Gran Reemplazo se convirtió en el Plan Patria Grande, una teoría conspirativa sobre “un proceso migratorio creado por el kirchnerismo en 2006 con el fin de que los argentinos no seamos felices”. Así lo explicaba en su cuenta de X el influencer de ultraderecha Mariano Pérez, uno de los lugartenientes de las brigadas digitales del gobierno, con línea directa desde la Casa Rosada, y así se encargaron de difundirlo en las redes sociales y en streams paraoficiales.

(La Teoría del Gran Reemplazo inspiró a los autores de atentados terroristas como las masacres en Christchurch, Nueva Zelanda, que dejó 51 víctimas fatales en dos mezquitas en 2019; El Paso, Texas, ese mismo año, 23 muertes en un supermercado; Buffalo, NY, otro supermercado, en 2022, 10 víctimas fatales, entre otras. La alta letalidad se explica por la combinación de extremismo de ultraderecha y acceso a armas de guerra, que permiten matar más en menos tiempo. El 18 de junio, por decreto, sin mayor explicación y con firma de Milei, Patricia Bullrich y Guillermo Francos, se habilitó la posesión civil de armas semi automáticas, fusiles, subametralladoras de asalto y armamento militar de alto calibre).

Otro punto que denuncié en su momento y el presidente reclama en su demanda es la utilización de ‘silbatos de perro’ en su campaña para atraer el voto nazi. Se conoce como ‘silbatos de perro’ a símbolos que sirven como santo y seña entre los iniciados a ciertos círculos pero pasan desapercibidos de la mirada de la sociedad, que desconoce su significado. En particular, señalé que durante buena parte del año en el que fue candidato a presidente, Milei mantuvo estable el número de cuentas que seguían desde su usuario de instagram de forma tal que cuando alguien entraba a su perfil veía destacado el número 1488. ¿Por qué? Porque esa cifra es un símbolo nazi ampliamente reconocido en todo el mundo.

La Anti-Defamation League, una organización de lucha contra el antisemitismo con más de un siglo de trayectoria, lo define de esa forma en su página web y explica su origen. El 88 significa Heil Hitler, tanto por su pronunciación similar como porque la H es la octava letra del alfabeto. El 14 representa las 14 palabras, un slogan supremacista. “Debemos asegurar la existencia de nuestro pueblo y un futuro para los niños blancos”. Es parte de un manifiesto de otro terrorista de extrema derecha, David Eden Lane, que fue uno de los inspiradores de la Teoría del Gran Reemplazo que ahora adopta el gobierno argentino. Con una búsqueda rápida en X se pueden encontrar muchos usuarios que usan el 1488 para identificarse y apoyan a Milei.

La Teoría del Genocidio Blanco en Sudáfrica, que también tiene puntos de contacto con el Gran Reemplazo, es una de las obsesiones de un ídolo de Miei, Elon Musk, alguien que hizo el saludo nazi ante el público y las cámaras el día de la segunda asunción de Donald Trump. Musk, además, es sponsor de Alternativa por Alemania, el partido neonazi que fue calificado por la justicia germana como “organización terrorista”, y al que ha ayudado con fondos y manipulaciones algorítmicas. Como dije el 16 de mayo en un pasaje del programa que el presidente de la Nación me reprocha en sede judicial: “Para no ser nazi, Milei tiene demasiados puntos de contacto con nazis, déjenme que les diga”.

La demanda del presidente no desmiente ninguna de las cosas que dije ni explica por qué utilizó símbolos nazis en sus redes sociales. Se limita a darse por ofendido y pretender que el Poder Judicial actúe penalmente con esa ofensa como único combustible. Lo llamativo es que en su demanda le atribuye características criminales a mis manifestaciones utilizando argumentos que no cuadran con mis dichos pero sí con muchos insultos y implicaciones que ha hecho él a lo largo de su carrera mediática, política y también desde su investidura presidencial, afectando, como reclama, “el bueno honor y la reputación” de personas que, a diferencia de él, si tienen esos atributos. Pueden exhibirse ejemplos durante semanas.

La doble vara no es mera deshonestidad intelectual sino parte esencial del mecanismo que permite la alianza social entre trabajadores precarizados y empobrecidos y la élite de supermillonarios impulsora y beneficiaria a la vez de estos gobiernos autoritarios que utilizan, de manera indistinta, las herramientas disciplinadoras del neoliberalismo y del fascismo. La politóloga brasileña Isabela Kalil dice que las tendencias sociales que conforman el bolsonarismo (el militarismo, el anti intelectualismo, el emprendedorismo, el anticomunismo, el libertarianismo económico, el discurso anticorrupción, el machismo y el conservadurismo social, entre otras) convergieron en torno a la figura del “ciudadano de bien”.

Es un tópico que aborda el filósofo Rodrigo Nunes en su muy recomendable ensayo “Bolsonarismo y extrema derecha global”, que publicó en la Argentina la editorial Tinta Limón, y que retomo en el primer capítulo del podcast Estado de Malestar. El ciudadano de bien (Milei habla frecuentemente de “argentinos de bien”) es el buen trabajador que acepta sin chistar su rol y su salario, tanto como el CEO de la empresa que se adjudica (se merece) bonos millonarios mientras despide a parte de su planta y reduce los beneficios laborales. Según esta narrativa, los dos se ganan la vida haciendo algo que resulta útil para la sociedad. Y eso los diferencia de su contraparte, los corruptos, vagos y planeros, identificados como enemigos.

Esa identidad permite “que los cambios en las costumbres resuenen junto con el aumento de las tasas de criminalidad, la corrupción, las políticas sociales progresistas, e incluso el arte contemporáneo, como evidencia acumulada de un solo proceso de decadencia moral que al buen ciudadano le corresponde combatir. Poco importa si se cree o no en todo lo que se dice sobre el enemigo, siempre que se crea que el enemigo existe y es necesario derrotarlo”, señala Nunes. Esa narrativa refuerza “la operación ideológica por excelencia de la extrema derecha”, que es “promover la confusión entre la angustia que rodea la pérdida de derechos y el medio de perder privilegios”.

Se trata de “convencer a los ‘perdedores’ de la globalización de que, si se los priva de derechos, es porque hay otros que están obteniendo privilegios a costa de ellos” y no porque el sistema está diseñado para canalizar sin límite recursos desde abajo hacia arriba. A través de ese engaño, la extrema derecha “ha logrado en los últimos años ganarse el apoyo tanto de sectores que tienen pocas preocupaciones materiales, pero que se resienten ante los logros de ciertos grupos, como de aquellos que viven angustiados por la caída de su nivel de vida y la perspectiva de no poder disfrutar más los derechos que alguna vez tuvieron”. Una alianza entre los de arriba y los de abajo, para beneficio de los de arriba.

Nunes habla de “un encuentro entre quienes han desistido de esperar las promesas democratizadoras de la modernidad y quienes ya no están ni siquiera nominalmente interesados en promoverlas” o “entre quienes ya han renunciado a esperar igualdad y capacidad de respuesta institucional y quienes ya no están dispuestos a hacer concesiones a esos valores”. Y aquí es donde entra en juego la doble vara que caracteriza esa mecánica: “En una sociedad en la que la propia garantía de igualdad frente a la ley es un privilegio, el llamado al orden suele tener menos que ver con la aplicación de la ley que con la concesión del tratamiento especial a quien lo ‘merece’ -y la revocación de los derechos de quien no-”.

Así como Lula hablaba del Estado como una figura materna que cuida de todos sus hijos por igual pero le da un poco más al que está más débil o el que más necesita, la lógica de los Bolsonaro y Milei lleva a una suerte de “estado de naturaleza diferencialmente distribuido por una figura paterna a la vez severa (con quien no es buen ciudadano) y permisiva (con quien lo es); en el que la autoridad se ejerce con decisión desde arriba y se delega a los poderes locales que tienen plena libertad de acción dentro de sus respectivas esferas de influencia (el pastor, el latifundista, el policía, el padre de familia)”. Eso implica una “total abdicación de la responsabilidad estatal en la mediación de los conflictos sociales”, sentencia el brasileño.

El resultado, en el marco de una dinámica en la que las igualdades se acentúan a toda velocidad, los diferenciales de poder no paran de aumentar y la conflictividad sigue la misma curva, es, de acuerdo a Nunes “una apuesta por la aceleración de la desintegración social producida por el capitalismo tardío” para “manejar esa desintegración de manera privada y en su propio derecho”. Es por eso, y por el daño que está dispuesto a causar en esa cruzada, que se mide en vidas humanas, y no por ninguna de las denuncias estúpidas con las que pierde su valioso tiempo, que Javier Milei es un peligro para la democracia y para la integridad de los argentinos, para todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo de este país y para las generaciones que vendrán.