Del consentimiento y el “no es no” al negacionismo en los streamings: cuando la ultraderecha convierte los límites en provocación

En plena avanzada de discursos antifeministas, un grupo de streamers libertarios reabrió el debate sobre el consentimiento sexual con burlas y provocaciones. Especialistas advierten que relativizar el “no” no es una opinión: es volver a poner en riesgo el derecho a decidir sobre el propio cuerpo.

25 de octubre, 2025 | 19.00

En un reciente programa emitido por el canal de streaming Chai TV, un grupo de libertarios debatió, entre risas y comentarios irónicos, acerca de “¿por qué entre el 'si’ y el ‘no’ gana el ‘no’?”. Un punto de debate, vinculado al consentimiento entre dos personas a la hora de entablar una relación, que ya creíamos saldado en 2025. Según el razonamieno de estos jóvenes resulta “injusto” que si uno desea tener relaciones sexuales, la otra persona se lo niegue.

A las pocas horas, y luego de la repercusión del video, el medio publicó un breve comunicado pidiendo disculpas, e informando la desvinculación del programa y del “productor responsable al momento de los hechos”. Sin embargo, el mensaje de apología de la violación ya había sido lanzado en el aire.

Paradójicamente varones que crecieron en tiempos de avances en derechos, Ni Una Menos y educación sexual integral, parecen estar dispuestos a poner en discusión de nuevo el terreno de la palabra y los límites. Allí donde los feminismos y el quiebre de los valores patriarcales introdujeron la idea del consentimiento como pacto ético y político, ellos leen una restricción, una pérdida de privilegio y una barrera para su deseo. Pero para estos jóvenes, que también se socializaron y vinculan en una era que pondera las reacciones a cualquier costo, es rentable ser provocador en términos de visibilidad y viralización. Y los foros y streamings antifeministas sin filtros y a cielo abierto llevan esa lógica al extremo.

Esa discusión forma parte de un clima de "batalla cultural" más amplio, impulsado por referentes de la ultraderecha, grupos masculinistas y funcionarios del gobierno libertario, que intentan desarticular las transformaciones colectivas y subjetivas que produjeron los feminismos en las últimas décadas. La discusión sobre el “no” y el “sí” se convierte entonces en una disputa sobre el sentido de la libertad, el deseo y los cuerpos: para los feminismos, libertad es decidir y respetar el propio deseo; mientras que para estos nuevos varones, libertad es no tener que pedir permiso y cumplir con los impulsos propios más allá de la decisión y voluntad de los otros.

Desde diferentes organizaciones como Amnistía Internacional Argentina y “Ahora que sí nos ven” repudiaron las declaraciones. “Lo que dicen no es una opinión: es apología de la violación.” Es la expresión más cruda de una cultura que sigue creyendo que el deseo de las mujeres es un obstáculo y no una condición”, denunció el colectivo feminista desde sus redes sociales. En este contexto, especialistas advierten el peligro de la reproducción de estos discursos en espacios comunicacionales con llegada masiva al público juvenil, en el marco de un plan de erosión sistemática de la palabra de las mujeres y disidencias, y el impacto que esto puede generar en los vínculos.

El “no” como quiebre en la pedagogía patriarcal

Durante siglos, los cuerpos socializados como mujeres, y todos los que se escapan de la norma sexogenérica, fueron criados y socializados para ser vistos y deseados antes que ser deseantes, o incluso poder decidir. Carolina Meloni, Sexóloga con perspectiva de derechos humanos (MN38197) explica que esas identidades no pudieron decir que “no” o, si lo hicieron, esa negativa fue castigada, ridiculizada o directamente invalidada. “Entonces, cuando los feminismos repiten como mantra ‘no es no’, no están enseñando modales: están restituyendo soberanía sobre el cuerpo, algo que la cultura patriarcal negó históricamente. Decir ‘no’ en un mundo que te enseñó a complacer no es una decisión individual, es un acto político colectivo”, enfatiza.

El mensaje del “no es no” no se trató solo de una campaña contra la violencia sexual, o una consigna jurídica o moral, sino una afirmación de existencia y autonomía frente a los otros: el derecho a decir “no” y que esa palabra valga, sin mediaciones, sin castigos, sin segundas lecturas o justificaciones. Nombrar y revalorizar el consentimiento fue la forma de poner en palabras y materializar una frontera histórica: la que separa el deseo del dominio, el goce de la violencia.

Meloni explica que el consentimiento es la base mínima del encuentro entre personas y garantiza que ningún cuerpo sea invadido ni usado, que cada quien pueda decidir cuándo, cómo y con quién quiere vincularse. Sin embargo entiende que muchas veces ese término queda corto y propone otra categoría en su lugar: “hay una diferencia política enorme: el consentimiento es dar acuerdo a una propuesta, con límite al daño; el consenso, en cambio, es una práctica de libertad”.

Rita Segato lo analiza cuando advierte que la violencia sexual no se trata de deseo, sino de poder, y que el cuerpo de las mujeres funciona como un territorio donde los varones demuestran su capacidad de mando frente a sus pares. Desde sus orígenes hace más de un siglo el feminismo como movimiento no solo denunció el sistema patriarcal y sus violencias, sino que impulsó un cambio civilizatorio en la manera de entender los vínculos y el consentimiento. En ese sentido, vino a fracturar esa lógica tan arraigada en la cultura capitalista y patriarcal bajo un nuevo paradigma: que el cuerpo no es un campo de conquista, sino de soberanía. Cuando estos varones libertarios se ríen del consentimiento, lo ponen en duda o discuten su legitimidad, no están discutiendo moral, están defendiendo un orden jerárquico, un lugar de impunidad y dominación que el feminismo puso en crisis.

El discurso libertario y la restauración de la impunidad

Esta nueva ofensiva discursiva, que se disfraza de narrativa de la “libertad”, esconde un intento de restauración de esos privilegios.El consentimiento no es una ideología ni una opinión: es una condición ética básica para cualquier encuentro sexual/vincular - subraya Meloni - Cuando alguien dice ‘che, pero ¿por qué el NO vale más que el SI?’, lo que está haciendo no es una reflexión filosófica: está cuestionando el derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Y eso nos retrocede décadas. Relativizar el consentimiento es como volver a discutir si una violación fue tan grave o si alguien la provocó. Es peligroso porque legitima el abuso bajo la apariencia de debate". El cuerpo de las mujeres y su deseo vuelve a ser terreno de disputa porque allí se juega algo mucho más profundo y netamente político: el poder de decidir y avanzar sobre un otro entendido como inferior.

En la Argentina de Milei este clima se refuerza sistemáticamente desde la palabra oficial y las acciones institucionales. Nadie puede negar que es el propio Javier Milei quien habilita permanentemente un repertorio discursivo que banaliza la violencia de género, niega los femicidios, ridiculiza los reclamos feministas y desautoriza la palabra de las víctimas. Esa legitimación desde las altas esferas del Estado hace posibles los discursos negacionistas y provocadores que circulan en los streamings, los foros o las redes.

No parece casual que luego del doble femicidio en Córdoba protagonizado por un miembro de “Varones Unidos”, y en medio de una ola feroz de violencia que llevó la cifra de octubre a un femicidio cada 28 horas, la propia ministra de seguridad Patricia Bullrich afirmó que dichos crímenes eran producto de la lucha de los movimientos feministas: “Si lo que vos hacés es generar una idea de que estás empoderada y sos capaz de pisotear a cualquiera, sea hombre, tu padre o tu madre; si a alguien lo pisoteás, finalmente lo que termina pasando es que te viene en contra”, afirmó la funcionaria en Carajo, otro canal de streaming oficialista.

Al respecto, la sexóloga agrega que la mayoría de las víctimas de los últimos femicidios registrados tenía relación con el agresor: “cuando el discurso público relativiza el consentimiento, está facilitando que algunos cuerpos sean tratados como objetos, y en ese terreno fértil emerge la violencia extrema”. Por eso advierte que no es un debate menor sino una “cuestión de vidas”. No llaman la atención los dichos de Bullrich dado que el intento de volver opinable lo que el feminismo convirtió en derecho es también una forma de disciplinamiento social.

El consentimiento como acuerdo social

Los mensajes misóginos de estos espacios son muy consumidos por militantes de LLA y otras organizaciones que perciben al límite femenino como censura y entienden el poder masculino como rebeldía: “el modelo de masculinidad tradicional nos enseñó que el deseo masculino tiene valor de ley y que insistir, conquistar o convencer es parte de la dinámica sexual y relacional. Entonces, cuando reciben el discurso del “no es no”, lo viven como una censura, no como un avance ético. Lo que se pone en juego es su posición histórica de poder: ya no son los propietarios del deseo ajeno, y eso les enoja", enuncia la sexóloga.

El daño no se reduce al ámbito de la discusión, ya que los resultados de ese posicionamiento erosionan el acuerdo social conseguido en relación al consentimiento y abren la posibilidad de que el no vuelva a ser negociable. Porque en última instancia, discutir si el “no” vale más que el “sí” no es un debate sobre relaciones sexoafectivas, sino sobre democracia y convivencia. La palabra de quien dice “no” condensa el principio más básico de la ciudadanía: la posibilidad de decidir sobre el propio cuerpo y la propia vida. Y eso, para las extremas derechas, es intolerable.

Tal como identifica Meloni, la estrategia de estos sectores es ridiculizar los avances sociales hasta que parezcan exageraciones. Para eso llaman “ideología” a lo que en realidad son derechos, y ‘libertad’ a lo que en realidad es impunidad para ejercer violencia. “El discurso libertario tiene una obsesión con ‘la libertad individual’, pero sin reconocer que la libertad de una persona termina donde empieza el cuerpo de otra. Por eso desde una perspectiva de derechos humanos y sexuales, no hablamos solo de libertad, sino de responsabilidad y de ética del deseo compartido.” En ese sentido, el desafío no es solo enseñar a decir no, sino “construir vínculos donde el sí y el deseo sean compartidos”.